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“Ahora. Justo ahora, millones de personas coinciden con nosotros en tiempo, es espacio. ¿Eso tiene algún significado? Esta sincronía asombrosa, ¿nos impulsa a estrecharnos o a repelernos?”.

 

Ahora contigo en este mundo

 (www.eloriente.net, México, 26 de noviembre de 2018, por Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- Es verdad que la idea parece haberla agotado Alberto Escobar en su canción: “Soy vecino de este mundo por un rato/ y hoy coincide que también tú estás aquí/ coincidencias tan extrañas de la vida/ tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… / y coincidir”. Han pasado más de 30 años (1984) de que el jalisciense escribiera esta canción que luego, en 1987, Mexicanto incluyera en “En Venta” para Discos Pueblo.

Sin embargo, ¿cómo puede agotarse, dejarse a un lado, una situación tan asombrosa? Pudimos embarcarnos en algún océano, trabajar en los barcos que condujeron a Colón, dar la señal de guerra en alguna batalla medieval, ser los veloces mensajeros de algún emperador prehispánico, cazar los primeros tigres de bengala, pasar desapercibidos y no haber hecho nada extraordinario, esperar los atardeceres en Hawái y comer hasta el cansancio junto a una roca, mientras sospechamos que en otro tiempo sí seríamos felices, conoceríamos el amor o nos aventuraríamos a aprender por fin cómo se hace sonreír a una mujer.

Pero uno solo tiene un tiempo. Y mientras más pasan los años, parece que los años pasan más velozmente y miramos cómo nuestro pedazo de eternidad se va mermando, castillo de arena invadido por las olas tranquilas, pero incesantes. O mejor, como un durazno abandonado bajo el sol inclemente.



Llega un momento en que tomamos conciencia de estos asuntos. Algunos aseguran que eso es dejar atrás la juventud y asumir que la vida no era interminable después de todo. Rebasar los años de la infalibilidad y aceptar los de la mortalidad, aunque el hecho sea una loza tremenda para la autoestima pues, ¿para qué todo esfuerzo, tanto amor, tanto levantarse cada día, si habrá un amanecer cuando nosotros estemos ya perdidos en las profundidades del tiempo?

Entonces, sucumbir a la deprimente deriva, porque siempre queremos más, más de todo y siempre algo distinto a lo que tenemos al alcance. Insaciables, echamos de menos los días cálidos cuando la escarcha toca la ventana; la soledad si la fiesta se desborda en las plazas de la ciudad; las palabras de un amigo cuando ya ha partido, más aún, si en vida nunca le confesamos lo bien que nos hacía su natural estilo de mirarnos.

Deseamos siempre mejores épocas, mejores tiempos.

E incluso, cambiarlo todo. ¿Cómo sería este país con mejores gobernantes? No tenemos remedio, le escuchamos decir a alguien. Lo mejor sería que volviera Don Porfirio. Las persona de hoy han extraviado los valores. Ya llegará el día en que los ciudadanos comprendan. ¿Porqué estamos condenados a repetir los mismos errores? Vivimos los peores tiempos de la República.

Frases que en 1950, en el 76, en el 88, cuando éramos unos niños y aún cuando seamos más viejos que ahora, seguiremos escuchando sin tregua.

Porque nada es más difícil que aferrarse al asombro de la vida. Dejar pasar la tragedia. Ubicarse a la orilla mientras pasa la crecida. Condolernos, pero no derrotarnos. Conmovernos, pero no fusionarnos con la sustancia del dolor, como si nosotros fuésemos el dolor mismo y no el remedio.

Nada cuesta más trabajo que aceptar un hecho: al nacer, ya ganamos.

 

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Sábado por la mañana

Todo esto vino después de escuchar a lo lejos a Fidel Gutiérrez Pérez con El Bueno, el Malo y el Feo. Cantaban alguna versión en jazz con su guitarrón, la guitarra y el acordeón. Nosotros desayunábamos, pero muy pronto dejamos de hacerlo. Éramos quizá 40 en el comedor. Y todos dejamos a un lado el pan, o bien, el salero quedó suspendido en la mano derecha de los comensales, con tal de atender la melodía.

Ya luego, mientras comentábamos el suceso, Fidel se acercó conmigo. Compartió palabras amables sobre la ciudad, nuestra familia, sus memorias. Y dijo algo: “Cada que puedo, le recuerdo a mis compañeros el milagro. Por eso me acerqué a charlar contigo. Siempre intento conversar con las personas que me encuentro, pues imagínate: alguna razón debe existir para haber coincidido en tiempo y en espacio con ellas. Compartir el momento justo. Sean mexicanos o españoles o de otros lados. Ahorita estamos juntos y eso por algo ha sucedido”.

Fidel y sus compañeros cantaron después por otros pasillos Cien Años y Amorcito Corazón. Las personas que pasaban movían los labios diciendo: “Te vi sin que me vieras…”, y yo tomé la mano de mi hija mayor, agradeciendo en ese contacto el estar con ella en esta época, y luego haber ido al lugar donde Fidel llegaría y finalmente presenciar esta mañana sobre la tierra.

¿Puede haber algo más emocionante que este día? Estos rayos de luz sobre nuestros hombros. Tus ojos siguiendo estas líneas en silencio, desatando los rollos de tu película interior, o bien, voluntariamente, llegando hasta aquí y haciendo algo más provechoso. Quizá ir al río más cercano y mojar los pies, dejarte las uñas largas para tocar la guitarra. O llamarla. Buscar a tu hermana y decirle que deje todo a un lado y vuelvan a empezar. Saciar la sed con una naranja.

Al fin y al cabo, solo es un tiempo. Y no es el que se fue, con sus polvaredas, sus glorias, sus catástrofes. Tampoco el que vendrá, que dicen, ya no tendrá glaciares, ni vaquitas marinas.

Solo es un tiempo. Éste tiempo. Lleno de cosas que necesitamos aparentemente. De miedos, insatisfacciones, rumores. Cosas que “nos merecemos”, pues nos han hecho creer que por hacer nada también tenemos derecho a recibir algo. Pero en el fondo tú y yo sabemos que la vida no funciona así. Que para ver, al menos hay que abrir los ojos. Que incluso la vida aunque está ganada, hay que seguírsela ganando pues, en una de esas, la perdemos poco a poco, día a día, taciturnos, o incluso, en un instante.

Por eso, nuestra vida es tiempo, lugar, compañía. Es ahora contigo en este mundo.

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