Der Kuss, Gustav Klimt

Él puede convertir un viaje en un recuerdo descriptivo, dota de identidad con los sentidos, hace uso de la sensibilidad sin creer que ha alcanzado un estado del arte.

(www.eloriente.net, México, 7 de junio de 2019, por Vania Rizo).- Me di cuenta que podía conocer historias a través de su narrativa con los aromas. Cuando caminábamos y charlábamos, de repente un comentario interrumpía lo común y me colocaba una serie de risas agradables. Solía describir una época del año acorde al olor. Sugería que cuando hay turistas que atiborran la ciudad, suele percibirse el inframundo de la alcantarilla, porque miles han jalado la taza en esos momentos.

Otra forma que él tenía para contar las altas temporadas, era la sensación que se tiene al caminar por el pasillo de huaraches tradicionales en un mercado. Ese aroma que se crea al momento de fricción: cuero más piel, más suciedad arrastrada. Nuestras calles en eso se convertían.


Cuando me percaté de su capacidad para percibir el mundo a través del olfato, confirmé su inteligencia especial, y supe enseguida porqué nos reconocimos como dos destinados a estar unidos. Siempre me ha llamado lo que destaca, lo que propone sin pretensión y es peculiar sin saberlo.

El amor también surge cuando detectamos detalles en el otro. Los reconocemos y los honramos. El amor es para los despiertos, para quien abre sus brazos. Como yo lo hice y lo hago en este enfoque.

Él puede convertir un viaje en un recuerdo descriptivo, dota de identidad con los sentidos, hace uso de la sensibilidad sin creer que ha alcanzado un estado del arte. No es como el profesional que refina el olfato para seducir, su personalidad es para quien le presta atención, un ave dulce y salvaje. Un ser único en mi pecho.

La generosidad es floral, huele a frescura, fragante. La percibía en sus palabras en movimiento, cuando me miraba y nada le preocupaba. Cuando elegía el aroma de un elote con mayonesa para apoyar a dos viejitos a las afueras de un Oxxo, y no sólo les pagaba lo que pedían por su intercambio, también les daba propina. No por el deber ser, pero sí por la hermandad.

Detectaba a una persona que comió alitas con BBQ, por el olor a aceite de un bar estilo chopper. Distinguía mi aroma y lo coronaba entre las sutilizas de su vida, era un compañero que olía a romance cuando se fusionaba su cuerpo con el mío. Éramos los cómplices que necesitaba el mundo recordar; leales y divertidos. Despedíamos el aroma de la alegría cuando estábamos juntos.

Me di cuenta que encontraba historias a través de la intuición y de observar. Pero estaba distante de mi olfato y de alguna otra humildad. Él me dio el regalo de la consciencia olfativa, de poder sentir con otros ojos. De reconocer que aún sabiendo que no lo necesitaba, lo prefería. Dado que la puesta en marcha de los que aprendemos en la vida, lo que lleva al crecimiento, sólo es posible en compañía de otro, de un aroma que te recuerde vivo.

Der Kuss, Gustav Klimt