Álvaro Carrillo el centenario de un andariego

Su hijo Mario Carrillo —un incansable promotor del legado que dejó el compositor oaxaqueño— asegura que lo mejor de Álvaro Carrillo “está callado”, a punto de salir a la luz…

0
3553

Por Notimex / Iván Santiago Marcelo 

Este 2 de diciembre el compositor mexicano Álvaro Carrillo Alarcón (Cacahuatepec, Oaxaca, 1919 / Ciudad de México,1969) cumpliría 100 años de vida. A manera de homenaje, recordamos su historia musical, que es ya un legado a la cultura mexicana.

A unos días de esta conmemoración, Mario Carrillo se toma unos minutos para platicar con Notimex sobre su padre:

– Álvaro Carrillo hay para largo. Lo mejor de Álvaro Carrillo está callado, escondido. Seguramente el próximo año, a través de estos proyectos que tengo como “Un siglo de Álvaro Carrillo” y “La herencia de Álvaro Carrillo”, lo vamos a dar a conocer.



La tarde del 3 de abril de 1969, hace 50 años, Álvaro Carrillo viajaba en un automóvil por la autopista México-Cuernavaca sentado a un lado del chofer. En la parte trasera del vehículo iban su esposa Ana María Incháustegui y sus hijos Álvaro y Mario. Y, de pronto, ocurrió el accidente donde el cantautor y su esposa dejaron este mundo para “seguir su viaje” hacia el más allá desconocido.

Perdió la vida a los 49 años de edad. Sin embargo, quedó inmortalizado en las grandes composiciones que hasta hoy son interpretadas por diversos artistas en el orbe hispano. Sus canciones se multiplican: “Sabor a mí”, “Luz de Luna”, “Seguiré mi viaje”, “La mentira”, “La hierbabuena”, “Pinotepa Nacional”, “El andariego”, “Cancionero” y “Cacahuatepec”, entre muchas más.



La trascendencia

Mario, sobreviviente de aquella catástrofe automovilística, recuerda muy poco de su padre, pues cuando Álvaro Carrillo perdió la vida él tenía apenas unos cinco años de edad. Sin embargo, las pocas imágenes que vienen a su mente son de “un padre amoroso, apasionado por la música y gran ser humano”:

— Él era muy cariñoso conmigo. También recuerdo que nos llevaba al circo, al cine, al beisbol, porque le iba a los Diablos Rojos del México.

Tiene muy presente el día del accidente: su madre le salvó la vida a él y a su hermano Álvaro. A su padre lo vio morir:

— Estaba muy mal. Ya deliraba cuando yo me acerqué a él. Estaba prácticamente muriendo cuando ya íbamos arriba de la ambulancia. Mi padre ya no decía nada… y le cubrieron el rostro con la sábana, lo que quería decir que mi padre había fallecido…

Mario ha conocido más a su padre a lo largo del proyecto que prepara sobre la eternidad de Álvaro Carrillo:

— Aunque él siempre ha estado presente, pues nunca nos ha abandonado del todo. Siempre estuvo en su talento, porque además nos lo heredó. Yo, sin saber música, compongo, toco la guitarra y canto, seguramente es por ese don que nos heredó a mi hermano y a mí.

Dice Mario que lo ha ido conociendo a través de todas las personas que le cuentan historias de Álvaro Carrillo, las anécdotas de sus canciones:

— Y por medio de una gran cantidad de ingenieros que trabajaron con mi padre [era Álvaro Carrillo ingeniero agrónomo por la Universidad de Chapingo], que me fueron contagiando de ese amor hacia Álvaro Carrillo. Yo me he vuelto, más que un hijo, un admirador más de Álvaro Carrillo. Porque he visto su trascendencia, notoria, por lo demás, en las canciones, en la gente que las escucha, en el público que ha formado. Sigue siendo Álvaro Carrillo tan fresco como si todavía estuviera entre nosotros.

No hay, dice Mario Carrillo, una disputa por la herencia de su padre porque todo su legado ha sido para el pueblo:

— El legado es eterno porque en los conciertos que he realizado en memoria de mi padre no ha faltado gente acercándose para platicarme algún recuerdo, propio o ajeno: “Tu papá y mi papá fueron muy amigos y me contaba tal o cual cosa’, me dicen. Mi papá quedó trascendido, porque al final de cuentas sigue viviendo en sus canciones. Hay gente que no necesita morir para saberse eterna. Así era Álvaro Carrillo.



El cancionero de Ayotzinapa

La primera canción de Álvaro Carrillo se intitula “Celia”, creada durante su estancia en el internado agrícola indígena de San Pedro Amuzgos:

—La compuso por allá de 1935. Su compañero Juan Carmona tenía una enamorada llamada Celia Juárez, quien no le hacía caso. Por eso le pidió a Álvaro que le compusiera una canción. Así nació “Celia”, para mí su primera canción, y su primer éxito, porque Celia se enamora de Juan Carmona, se casan y a la fecha hay hijos y nietos.

Prácticamente ahí descubre el cantor que la composición es lo suyo:

—Después llegan canciones más regionales como “La amuzgueña” o “Cartas blancas”. Hay composiciones que son más chilenas en esa época, hasta que se traslada de Amuzgos.

El 2 de marzo de 1936 los profesores de la Normal de Amuzgos se pelearon con la población por el reparto agrario, decidiendo cerrar el internado agrícola. A raíz de esta situación, Álvaro Carrillo, como líder estudiantil, consigue que se les otorgue su pase a la Normal de Ayotzinapa:

—Mi papá ingresa hacia agosto, de ese mismo año de 1936, a Ayotzinapa. Menciono mucho este lugar porque ahí construye la canción que empieza a definir a Álvaro Carrillo: se intitula “Cáncer”. Es una canción ya mucho más alegóricamente esbelta en su poesía.

Álvaro Carrillo concluyó sus estudios en la Normal de Ayotzinapa en 1939. El director era el ingeniero agrónomo Hipólito Cárdenas, quien invitó a varios estudiantes destacados en matemáticas a que no se quedaran sólo como profesores, sino buscaran concluir una ingeniería en la Universidad Autónoma Chapingo.

—Mi padre pasó el filtro que tenían en Chapingo, un poco apoyado por este profesor Hipólito Cárdenas, quien les proporcionó dinero para que fueran a presentar el examen. Mi padre lo pasó concluyendo ahí sus estudios en dos etapas: entra en 1940, pero luego sale porque se tiene que dedicar a la composición en 1946, y reingresa a Capingo en 1947 concluyendo en 1949 como ingeniero agrónomo, especializado en irrigación.

Ejerció poco las dos profesiones (la de profesor y la de ingeniero):

—Porque siempre le ganó la magia de ser cancionero; incluso, en Chapingo fue famoso no tanto por ser buen estudiante sino por ser el  compositor del plantel. Ahí compuso “El cancionero”, “Luz de Luna”, “El andariego”.

En Cacahuatepec, Álvaro Carrillo es un icono, dice su hijo Mario:

—De hecho, tienen un festival que llaman “El Andariego” realizado desde hace tres lustros cada 22 de diciembre. Este año le rendirán homenaje con motivo del centenario de su nacimiento.

La sencillez

Son más de 500 canciones las que Álvaro Carrillo dejó tras su muerte, muchas de ellas o en el olvido o inéditas o desconocidas, que Mario ha empezado a rescatar:

—En el archivo que tengo en mi casa en Oaxaca contabilizamos 526 canciones, entre las cuales hay alrededor de 250 con letra y música. Las demás están en papel pautado y otras con letras que no sabemos si corresponden a la música. Prácticamente 526 canciones o letras en total.

Es difícil para él decir cuáles son las canciones que más le gustan de su padre, sin embargo se atreve a hablar de ese “racimito cancionero” que le mueve el corazón: “Dos horas”, “Luz de Luna”, “Condénala”, “Luz verde”, “Seguiré mi viaje” y “Cancionero”.

Además, ha aprendido a respetar “la grandeza” de su padre:

—Para mí es una bendición ser hijo de Álvaro Carrillo. Se me abren los escenarios sólo por ser el hijo de Álvaro Carrillo. No me han escuchado cantar, pero ya me abren un escenario. Eso es una bendición que hay que respetar, hay que entender que la nube es de Álvaro Carillo, que nos heredó, además, voz y talento…

Álvaro Carrillo es como la piedra del Pípila, dice Mario:

—Te ayuda a abrir las puertas más grandes, pero también te puede aplastar si crees que eres más grande que la piedra que te protege. A mí me ha enseñado a valorar las cosas por su natural humildad.

Antes del percance automovilístico se detuvieron a comer tamales:

—Y en la calle lo empezaron a reconocer. Él se sentó en la banqueta, agarró la guitarra y se puso a cantarle a la gente. Era una persona muy sencilla. Nosotros, lo que tenemos que representar como hijos, es la sencillez que él tenía. Era un hombre al que no le importaba dejar de comer con tal de complacer a la gente con sus canciones.



El dominio de la palabra

Actualmente, mediante una exposición itinerante, las personas pueden conocer más del compositor oaxaqueño a través de diversos materiales que le pertenecieron, entre los que se encuentran una guitarra, las partituras, los escritos a mano de puño y letra, así como la partitura de “Noche en París”, una sinfonía suya inconclusa:

—No sabemos mucho de música, pero me imagino que es un Álvaro Carrillo incipiente, que apenas iba iniciándose hacia algo seguramente mayor…

Mario señala firmemente que, siendo su padre “un compositor del desamor”, en ninguna de sus canciones “ofendió a la mujer”:

—El 80 por ciento de sus canciones habla en torno del desamor, pero aun así no se refiere a nadie de manera ofensiva. Mi padre puede enseñarle a los jóvenes que no se necesita insultar o terminar mal con alguien con quien se tuvo un amor.

A pesar de haber sido huérfano de padre y madre desde los ocho años de edad, Álvaro Carrillo supo salir adelante siendo un buen estudiante: de Cacahuatepec a Amuzgos, luego a Ayotzinapa y a Chapingo:

—Que lo fueron acercando a la ciudad, pero sobre todo lo que lo hizo acercarse más a las grandes ciudades fue haber sabido manejar la palabra, las letras, la historia de su país..

Álvaro Carrillo compuso aproximadamente “unas 15 chilenas, todas muy populares en Oaxaca y Guerrero”:

—La más famosa es “Pinotepa Nacional”, escuchada y bailada en la máxima fiesta de los oaxaqueño: la Guelaguetza. Aunque también tiene otras canciones famosas como “El amuleto”, interpretada por Susana Harp. Gracias a ella se le dio un poco más de brillo, así como “El negro de la Costa”, “Alingo lingo”, “Cacahuatepec” y “Jamiltepec”.

Hay muchos planes para Álvaro Carrillo, dice su hijo Mario:

—Yo estoy dedicado al 100 por ciento a lo que es él. Estoy completamente dedicado a él. También tenemos planeado hacer un homenaje ranchero, porque tiene muchas canciones de ese género, algunas muy conocidas y muchas más que nadie conoce, como “A quien le va” o “Los capulines”, canciones que tienen guión, tienen editora, pero nunca las dieron a conocer…

 

Del México profundo

Entrevistado por Notimex, el director de la Fonoteca Nacional, Pável Granados, señala que la trayectoria de Álvaro Carrillo es “corta, pero a la distancia parece larguísima”:

—Porque fue un compositor que comenzó desde muy joven a realizar canciones que parecen muy antiguas. Él se hizo en la Costa Chica cantándole a Pinotepa, a la costa, al mar, a las muchachas de Oaxaca. Fue evolucionando musicalmente hasta llegar a la ciudad haciendo una carrera que combinó los conocimientos de la música heredados de su familia asentada en la Costa Chica con la música de la región, sobre todo la chilena, pero también conoció otros ritmos que estaban de moda y sonaban en ese tiempo, como el pasillo ecuatoriano o el vals peruano.

Eso que suena tan tradicional al mismo tiempo Álvaro Carrillo lo modernizó, dice Pável Granados:

—Después él se unió a una serie de compositores y trovadores. Yo creo que pertenece a la última generación de grandes compositores del bolero —añade el también reconocido investigador, ensayista y promotor musical—. Además, Álvaro Carrillo compuso boleros que son dignos de estar entre lo mejor del repertorio del filin, una forma del bolero muy personal…

Al centenario cantautor “le faltó vida” para poder promover sus propias canciones:

—Sé que existen muchísimas más canciones que no conocemos de Álvaro Carrillo porque compuso para cine y para el género ranchero, así como boleros poco difundidos. Yo creo que Álvaro Carrillo está a la espera de ser redescubierto. Su obra, la que conocemos, es perfecta. Son canciones inagotables. Y para confirmarlo están “Luz de Luna” en voz de Chavela Vargas, “La señal” en la voz de Lola Beltrán o “Amor mpio” con Javier Solís…

Y si bien las canciones que se interpretan de Álvaro Carrillo son las mismas grandes composiciones incluso en las nuevas generaciones, Pável Granados señala una excepción:

—Las hermanas García, de Ometepec, ya están cantando repertorio nuevo de Álvaro Carrillo. Las acabo de escuchar cantando “Matemáticamente”, un bolero del cual Álvaro Carrillo se valió del léxico aritmético producto de sus estudios agrónomos en Chapingo.

El director de la Fonoteca Nacional dice que personajes como Álvaro Carrillo pertenecen a “esa parte memorable de una generación de compositores magníficos de la Costa Chica”:

—Álvaro Carrillo también es el más introspectivo de nuestros compositores. Ningún otro autor ha logrado ver hacia adentro del ser humano como Álvaro Carrillo. No lo acostumbraba Agustín Lara, no lo acostumbraba José Alfredo Jiménez. De Álvaro Carrillo nos abismamos hacia adentro, lo cual es muy emotivo de su parte. Por ejemplo, si se desgranan los versos de “Seguiré mi viaje” uno va sintiendo poco a poco el transcurrir del dolor. Yo creo que eso es un logro. Tiene momentos literarios realmente profundos.

Y concluye:

—Creo que es bonito pensar que es un hombre que nace del México profundo y sale a lo extraordinariamente universal, porque es un hombre que se canta ahora sí en todos lados.



El andariego y su trayecto como estudiante

En el marco de la celebración, en Oaxaca se realizó este domingo 1 de diciembre un conversatorio sobre uno de los pasajes poco conocidos de Álvaro, su vida de estudiante, con la participación de su hijo Mario Carrillo y Juan Pablo Vasconcelos.