Hace cincuenta años ocurrió un hecho que conmocionó y dividió a la cultura letrada a nivel latinoamericano e internacional. El escritor Guillermo Cabrera Infante describe tal suceso como parte de la “Historia Infame de la Literatura Latinoamericana”. El lugar de los hechos: Cuba. El personaje principal: el poeta Heberto Padilla. El motivo de la discordia: un libro de poemas titulado Fuera del juego. Este libro había obtenido en 1968 el Premio Julián de Casal, teniendo como jurado a José Lezama Lima, Manuel Díaz Martínez y José Zacarías Tallet, entre otros escritores de diferentes nacionalidades. El argumento del premio era evidente a juicio del jurado: el buen tratamiento de la forma y la calidad estética. El problema, sin embargo, era el mensaje que contenía el libro: los versos de Padilla parecían lanzar una crítica hacia el Régimen Revolucionario liderado por Fidel Castro. ¿En qué consistía esta crítica?
Un poco de contexto. A comienzos de los años 70’s el régimen cubano estaba sufriendo un proceso de institucionalización de corte soviético. La Revolución cubana, decían algunos intelectuales, se estaba burocratizando, perdía su flama subversiva para enquistarse tal y como había sucedido en la Unión Soviética. A su vez, el Estado cubano exigía mayor compromiso a escritores e intelectuales cubanos al grado de la polarización: había que estar del lado de los Principios de la Revolución o, si no, eras un traidor. El engaement socialista era la norma que debían seguir los artistas para ser considerados parte del campo literario cubano controlado por la política. La literatura cubana vivía cercada por la ideología. Como dice Cabrera Infante: “En Cuba, al poner en pie a Marx, han parado de cabeza a Martí”.
Toda esta situación era conocida pero, hasta antes del libro de Heberto Padilla, el tema había permanecido en la sombra. Los siguientes versos de Fuera del juego nos dicen mucho sobre los reclamos del poeta cubano:
Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra;
que te rompan la página querida;
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.
Estos y otros versos resonaron en los oídos del régimen cubano. Fidel Castro los escuchó en viva voz del poeta en un recital organizado en la Universidad de la Habana; y el 20 de marzo de 1971, bajo el argumento de “traición a la patria”, se ejecutó la orden de detención en contra de Heberto Padilla. Jamás un libro de poemas había sido tan peligroso en el imaginario de algún Estado represor latinoamericano (su compañero de viaje, en este caso, es Operación masacre, de Rodolfo Walsh, otro de los libros que caen en la categoría de “peligrosos”). El libro de Padilla, como dice Rafael Rojas en Tumbas sin sosiego, cuestionaba directamente la relación que exigía el régimen cubano entre el hombre con minúsculas y la Historia con mayúscula, entre la poesía y la política. Por su parte, la respuesta de Fidel Castro hacia el poeta encarcelado fue directa y se extendía por igual a toda la comunidad letrada: “En este país [los poetas] nunca han hecho nada por el pueblo”, olvidando el Comandante que ningún poeta tiene mayor compromiso más que con su propia lengua y autenticidad. En el libro X de la República Platón proponía expulsar a los poetas del gobierno por considerarlos un peligro para la juventud; y ahora, el régimen cubano actualizaba aquellos temores del filósofo poniendo en práctica la marginación del poeta de la plaza pública y enjuiciando a la poesía.
Heberto Padilla estaría encarcelado durante 38 días en Villa Marista, lugar donde el Departamento de Contrainteligencia del Ministerio del Interior (un tipo de KGB cubana) confinaba a aquellos “sujetos peligrosos” para el régimen. La comunidad letrada de la isla y de otras partes en el extranjero no guardaron silencio: exigieron la liberación del poeta. El gobierno cubano no tuno otra opción más que cumplir con las exigencias externas antes de que el caso se le saliera de las manos (algo que ya había sucedido) y llegara a ser contraproducente (algo ya difícil de evitar). La aberración, no obstante, estaba a un paso de alcanzar su nivel más alto. En efecto, Padilla fue liberado con una sola condición: leer un discurso autoinculpatorio en un acto público donde aceptara su “error” y se “alineara” con la Revolución. La estrategia era simple y había funcionado otras veces en los regímenes totalitarios: coartar la palabra del poeta y transformarlo en un converso arrepentido. Y así sucedió: Padilla se presentó ante la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) para expiar sus pecados políticos, acto que tuvo más de representación teatral que de sinceridad.
El hecho fue considerado como una afrenta dentro y fuera de la isla por intelectuales y artistas. Figuras como Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Italo Calvino, Margarite Duras, Susan Sontag, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Octavio Paz, entre otros, firmaron dos cartas dirigida hacia Fidel Castro. Las consecuencias fueron trascendentales después de estos hechos. Comenzó el exilio de muchos escritores cubanos en el extranjero (Cabrera Infante, Severo Sarduy, Julieta Campos, etc.) y en el interior de la isla (Lezama Lima, por ejemplo, quien vivió sus últimas días en el ostracismo), temerosos de un régimen que no cejó sus esfuerzos por “enderezar” a todos los artistas en el carril del compromiso revolucionario (y en el modelo de la virilidad, como el caso de los escritores Virgilio Piñera y Reinaldo Arenas).
Algunos sectores de la comunidad letrada en Latinoamérica fueron perdiendo su fe en Cuba como paradigma de Estado socialista y buscaron un sucedáneo en otros lares; otros, de plano se desencantaron de todo régimen revolucionario y aceptaron la ideología del fin de la historia. Se desconoce el momento exacto en que nació el fenómeno literario del Boom latinoamericano, pero su carta de vencimiento con seguridad llegó tras el “Caso Padilla”, cuando los escritores que lo integraron se dividieron entre aquéllos que estaban a favor de Fidel Castro (el bando de Gabriel García Márquez) y los que no lo estaban (el bando de Vargas Llosa). Enrico Mario Santí afirma que el asunto fue seminal en la evolución literaria posterior en América Latina. Hay un antes y un después del “Caso Padilla” en la historia política de nuestras letras, una historia que todavía está pendiente de escribirse.
Finalmente Heberto Padilla abandonó la isla de Cuba y murió en el exilio en el año 2000. En su libro En mi jardín pastan los héroes podemos conocer su experiencia en torno de todos estos acontecimientos. Jorge Edwards (Persona non grata) y Guillermo Cabrera Infante (Mea Cuba) han escrito páginas encendidas sobre el tema y conviene visitarlas. Ya a cada quien le tocará valorar el proceder del poeta y la política cultural del régimen cubano. A la distancia, eso sí, podemos apreciar que Heberto Padilla no hacía una crítica a la Revolución cubana ni a sus ideales de transformación, sino al enquistamiento revolucionario convertido en burocracia de corte estalinista y a las exigencias de compromiso revolucionario en detrimento de la libertad artística. Como dice Eliseo Alberto, Heberto Padilla fue “el más valiente de los poetas cubanos del siglo XX”. Fuera de juego es una apasionada defensa de la poesía (heredera de la tradición de Percy B. Shelley) y de la imaginación poética.
A 50 años del “Caso Padilla”, y sobre todo en el México actual polarizado por la política que afecta a muchos artistas (o estás o no estás comprometido), no debemos olvidar que ninguna “transformación” radical ni “compromiso político” justifican el silenciamiento o la persecución de la palabra del escritor: la poesía es un ejercicio en libertad.
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*Irán Vázquez Hernández es poeta, ensayista e investigador oaxaqueño. Cuenta con el Posgrado en Letras por la UNAM. Varios de sus escritos han sido publicados en diversas revistas nacionales y extranjeras, así como en las antologías Asamblea de Cantera. 25 años (Cantera Verde, 2014), Viaje a la oscuridad. Antología de cuento breve (Lengua de Diablo, 2015) y Cada silencio nace una palabra muerta. 27 autores iberoamericanos (Ediciones solidarias, 2018). Es autor del libro Octavio Paz: Un moderno antimoderno (Redactum, 2018). Ha recibido el Premio Nacional de Ensayo Joven 2002 y el Premio Nacional de Poesía Enrique Peña Gutiérrez 2020.
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