Por: José Francisco Vásquez Pinacho

Durante el régimen priista, caracterizado por la excesiva concentración de poder en el presidente, quien a su vez era el líder del PRI, los gobiernos locales se encontraban subordinados a las decisiones del centro.  A través del “partido oficial” el presidente controlaba a los poderes estatales y municipales, resquebrajando así la esencia del orden republicano y del sistema federal.

En los estados donde el PRI gobernaba, los gobernadores rendían cuentas al Ejecutivo Federal, y era éste quien decidía las políticas a implementar , designaba candidatos, intervenía en los municipios más importantes e incluso, elegía a los siguientes gobernadores, o sea que, los sistemas políticos locales eran controlados desde la Presidencia.

Con el triunfo de aquel gran cómico involuntario de nombre Vicente Fox, cobijado por la “derecha” mexicana en el dos mil, cambió la relación entre el centro y la periferia, los gobernadores locales se fortalecieron, favoreciendo la concentración excesiva del poder público en ellos, robusteciendo así nuevas y viejas hegemonías locales, convirtiendo a los gobernadores en auténticos señores feudales de su territorio; como lo fue en Oaxaca.

Con el gobierno de José Murat inicia esta nueva reconfiguración del sistema político local a partir de los cambios presentados a nivel nacional, y es bajo la administración de Ulises Ruíz que el ejercicio del poder público llega a pervertirse hasta la náusea.

Al no contar un líder máximo a nivel nacional, o sea la Presidencia de la República, el PRI local entró en una etapa de crisis organizativa y gerencial, disminuyendo su cohesión partidaria sin hacerla tan evidente a la opinión pública; teniendo como punto crítico las elecciones del 2010, cuando pierden la gubernatura y en los meses posteriores la crisis interna se agudiza.

Ahora que de nueva cuenta el PRI está en la Presidencia, podríamos afirmar que otra vez tienen un jefe máximo y que de alguna manera las decisiones dentro de la representación estatal, así como las designaciones de candidatos y presupuestos vendrán desde el centro, ya que, si por algo se caracteriza la militancia tricolor, es por su infinita disciplina y nula resistencia a las políticas que implementan las élites de su partido,  a pesar de que contravengan a sus propios intereses.

El panorama actual es distinto al de hace poco más de diez años, el PRI no controla ninguno de los tres poderes estatales –al menos institucionalmente, porque muchos de los actores provienen de anteriores administraciones priistas-, y ya no goza de tanta aceptación dentro de la ciudadanía. La cuestión aquí es hasta qué punto tendrá influencia EPN –o más bien, los grupos que lo pusieron en el poder- en las decisiones del PRI de Oaxaca y a quiénes impulsarán para las elecciones que están por venir.

El siniestro personaje de Héctor Pablo Ramírez Puga Leyva, quien fue coordinador de la campaña de Peña Nieto en la 5ª. Circunscripción, es el priista oaxaqueño que parece haber quedado “mejor parado” dentro del nuevo régimen, al ser nombrado Director General de Liconsa tendrá acceso a recursos y toda una red organizativa, utilizando la política social como un mecanismo de control y cooptación política-electoral, muy típico del pragmatismo del PRI.

Todo indica a que los priistas oaxaqueños se encuentran cargados de ímpetu y confianza, lucen más soberbios y cínicos que nunca, son las actitudes y valores que les provoca el saber que tienen de nuevo a un pastor en la Presidencia. Es el momento de que por ningún motivo recuperen posiciones en Oaxaca, si es que queremos consolidar la democracia, claro.

Foto: Presidencia de la República