Por: Rodolfo Naró

Cada mañana, a las ocho en punto, salgo de mi casa para ir a trabajar y me encuentro con un enano. Nunca sonríe –jamás he visto a un enano sonreír–, camina a prisa con menudos pasos. Subo al metro que, por ir en contra flujo de la hora pico, no va tan lleno y antes de leer el libro en turno, observo que siempre somos los mismos. Bajo en la estación Miguel Ángel de Quevedo y camino hasta el metrobus La Bombilla. Sucede igual, a esa hora viajamos siempre los mismos.

En noviembre del año pasado entré a trabajar en el departamento editorial del CIESAS, donde hacemos libros de antropología. Desde hace muchos años no tenía un trabajo que me hiciera firmar mi entrada, por eso mi puntualidad al salir de casa y hacer el recorrido hasta Tlalpan con la precisión de un ritual. En el trayecto, además del enano, me encuentro a una mujer que cojea, a un chico emo de mirada tímida y orejas perforadas con argollas, a hombres y mujeres que hacen todo lo posible por parecer ejecutivos neoyorquinos, pero que no pueden ocultar en el rostro ese gesto de preocupación por llegar tarde a la oficina.

En ese viaje que dura cincuenta minutos y que termino yendo por callejones empinados desde la estación Fuentes Brotantes hasta el centro de Tlalpan,  compruebo que al parecer, abrieron las puertas del circo y salimos todos a perdernos entre la gente normal de la ciudad. Porque no es necesario que notemos un defecto físico para ser un freak, nos delata la mirada tímida y evasiva, la mujer que se maquilla con prisa frente a un espejo de bolsillo, el universitario que se esconde tras sus lentes oscuros y el cable blanco de sus audífonos. Tantos miedos, frustraciones y complejos nos hacen ser únicos, sentirnos diferentes a los demás. Esconder en el fondo de nosotros la ansiedad y la discapacidad emocional.

En esas calles de Tlalpan donde cada mañana me encuentro con el carretón de la basura, con una señora alemana que saca a pasear a su labrador blanco y a una anciana que todavía puede cargar la bolsa del mandado, poco antes de llegar a mi destino me cruzo con la mirada de un hombre tuerto que lleva al hombro sus instrumentos de trabajo y un letrero que dice “Se hacen trabajos de albañilería”. Un hombre que seguramente va a apostarse a las puertas de Catedral y que me mira con la dureza de su único ojo, evidenciando el menor de mis defectos: la rigidez de mi columna chueca.

Foto: Antonio Tajuelo, Algunos derechos reservados.

____________________

Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Cállate niña es su nueva novela y Ediciones B su nueva casa Editorial |  www.rodolfonaro.com