Por: Bruno Torres Carbajal

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Últimamente me he preguntado, ¿quiénes son los guardianes del patrimonio material, incluido o no en la lista de la Unesco? Sabemos que esta institución le da al patrimonio categoría de ser “de la humanidad en su conjunto”, pero en realidad, aun sin tenerla, existen lugares únicos que deben ser considerados patrimonio material en el sentido más amplio. Lo comento porque me da gusto, por un lado, que Oaxaca sea la próxima sede del Congreso Mundial de Ciudades Patrimonio de la Humanidad, pero, por el otro, me cabe una duda muy razonable acerca del significado de realizarlo en nuestra ciudad, dado que el aspecto general que presentan muchos edificios y calles de la Verde Antequera no refleja una cultura de cuidado de este patrimonio.

Recientemente recorrí la Sala de las Culturas de Oaxaca del Museo Nacional de Antropología en excelente compañía, la subdirectora de Arqueología de esa institución, Martha Carmona, me llevó de la mano por el legado de las grandes civilizaciones que habitaron Oaxaca en la época prehispánica, principalmente los zapotecos y los mixtecos.  Comprobé las maravillas de la cerámica y de la orfebrería de los antiguos y corroboré la opinión de la doctora: “ellos fueron grandes observadores”. Sin duda, mi sección favorita por razones personales —mis abuelos son oriundos de Nochixtlán y Yodocono y yo amo los libros— fue la de los códices mixtecos. A la conquista sobrevivieron sólo ocho, y en México sólo se conserva el original del denominado Colombino en una bóveda especial de este Museo. Sí, 7/8 de nuestro patrimonio lejos de aquí.

Los otros códices han recorrido el mundo. El Nuttall, por ejemplo, se conserva en el Museo Británico; el Vindobonensis —que las crónicas narran que se llevó Cortés para regalar a Carlos V— en la Biblioteca Nacional de Austria. Y todo este corolario para qué, se preguntara usted, apreciable lector. Para entender que el resguardo del patrimonio no es cosa menor. A nivel profesional, es muy complejo que se conserve lo que sobrevivió de nuestro pasado, cuánto más difícil entonces es que se conserve en la cotidianidad y  como habitus de los oaxaqueños y mexicanos en general. Por ello, retomo las palabras de Carmona, hay que sensibilizar de la importancia de cuidar lo que es de todos. Principalmente lo que podemos considerar patrimonio, pero no sólo eso, porque también es lamentable haber visto no pocas fichas técnicas de la sala robadas; un ultraje que ocurre a menudo para facilitar las tareas de escuela. Es fácil destruir.

Creo que para proteger nuestro patrimonio, después de todo no son necesarias lo que la curadora de esta sala descifra como propagandas de poder en las estelas conocidas como “de los Danzantes”, halladas en Monte Albán. Esa amenaza sacrificial podría advertir de la grave sanción por parte de los guardianes de cualquier museo o biblioteca o pared, de esas que suelen pintarrajear indiscriminadamente con cualquier frase vacía. Ya no va con nuestros tiempos, en los que bastaría un mínimo de respeto (¿sentido común?) para preservar lo que, magnífica paradoja, siendo de todos, no es propiedad de nadie.

Foto: Museo Nacional de Antropología