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24 de marzo de 2014

Por: Oswaldo García Criollo

Apenas el pasado día 22 de febrero de este año se cumplieron 101 del cobarde asesinato del Presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez, hecho ocurrido en la Ciudad de México, como resultado del golpe de estado encabezado por el Gral. Victoriano Huerta y otros destacados porfiristas como Félix Díaz y el Gral. Mondragón, a raíz la Decena Trágica.

Hacia finales de 1911, Madero había ganado las elecciones presidenciales, quizá las únicas limpias y transparentes del siglo XX en nuestro país; y era natural, Madero era la figura indiscutible de la política nacional; había iniciado la revolución mexicana y esta la había motivado con su libro La Sucesión Presidencial de 1910. La caída de don Porfirio tuvo causas fundamentalmente políticas.

En cierto sentido la economía nacional estaba bien y sus condiciones macroeconómicas saludables. Quizá mejor que ahora. La causa era la dictadura de más de 30 anos y el secuestro del poder por una elite dentro de la elite, me refiero a los mal llamados «científicos» poseedores del control nacional vía su fe en el positivismo como ideología oficial.

Era claro que el ambiente contra el régimen maderista venía creciendo en intensidad. Los porfiristas, el enemigo interno y la prensa irresponsable no se detenían para calificar a Madero de inepto, ingenuo y hasta de loco. Por supuesto hubo voces internas que le aconsejaron al apóstol no confiar en los cuadros porfiristas sobrevivientes y uno de estos era precisamente Victoriano Huerta. Sin embargo, era así Madero o tenemos una visión equivocada de su personalidad y el porqué de sus decisiones en la silla presidencial ¿o quién era en verdad Madero?

Un actor de los hechos y cercano a Madero, José Vasconcelos, dijo de él: «El éxito acrecentaba su natural confianza hasta extremos peligrosos, pero no había en su temperamento una sombra de jactancia. Le dolía la humillación de sus enemigos y hubiera deseado abrirles el presidio… Por desgracia para la Nación, pronto diría una vez más la historia, que el sentido de los sucesos no está gobernado por la razón y la justicia. Fue fácil censurar a Madero después de su caída. Sin embargo, hoy, que vemos a mayor distancia su actuación, nos afirmamos en la creencia de que era él quien tenía razón… Si las circunstancias no obedecieron el impulso redentor que a la patria  imprimía Madero, peor para todos nosotros y tanto mayor aparece su gloria. Y todavía cuando México se decida a rectificar sus pavorosos yerros, tendrá que tomar el hilo de la patria regeneración, en la punta en que la dejo Madero.»

Bastan estas palabras para opinar que Madero era un hombre visionario y fuera de serie. Un demócrata verdadero y un liberal consumado. Un revolucionario auténtico y un republicano sincero. Pudo haber tomado el poder a la salida de Don Porfirio pero prefirió una transición, la presidencia interina de León de la Barra, para poder presentarse como candidato a la presidencia y legitimarse como mandatario legalmente electo por el voto popular y no solo como caudillo revolucionario bajo el poder de las armas. Más espíritu democrático no se puede pedir.

Madero hubiera sorteado toda la crisis, pero se atravesó un esbirro del imperio, el embajador de EU, Henry Lane Wilson, sin el cual Victoriano Huerta y sus cómplices no hubieran tenido la cobertura para sus actos golpistas fraguadas en el Pacto de la Embajada. Hubieran fracasado.

Tan grande fue el escándalo en EU que el presidente norteamericano recién entrado, Woodrow Wilson, ordenó el retiro del embajador Lane Wilson. Un abogado mexicano, llamado Luis Manuel Rojas, lo demandó en EU ante el Departamento de Estado, pero el gobierno americano jamás dio la cara por este hecho vergonzoso de su diplomacia imperial, altamente criminal.

 


Madero (Logía Lealtad 15), Pino Suarez, Victoriano Huerta, Henry Lane Wilson, Woodrow Wilson, Luis Manuel Rojas y otros actores de este drama, eran masones de alta graduación.

 

Imagen: Wikimedia

 

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