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18 de agosto de 2014

Por: Juan Pablo Vasconcelos*

La película de Ozon es Joven y Bella, y también así se llama. El director ha logrado que cada escena simbolice una primera vez, en la que se conjugan los ojos melancólicos de Isabelle —y su belleza manifiesta— con múltiples tomas subjetivas merodeando en su interior claroscuro, en su adolescencia: ese lugar temporal e imaginario por el que todos pasamos y cuyos duros muros se decoran de conflicto, placer, intriga, revelaciones; donde lo primario es el gusto por la experiencia, el derribe de los límites, y se tiene la sensación de que hay alguien ahí adentro de nuestros cuerpos que todo lo puede, para quien es inexplicable la represión, el prejuicio, la reserva, virtudes propias más bien de ese otro lugar al que todos arribamos, colmado de nostalgias y miedos, que es la madurez.

Isabelle (Marine Vacth) tiene 17 años. A la salida del colegio, un hombre le hace una propuesta económica para prostituirse. Ella lo rechaza, pero al cabo comienza a ofrecer sus servicios sexuales a través del internet, convirtiéndolo en su oficio secreto (ante su familia), hasta que un cliente (George) fallece en pleno encuentro y su doble vida es descubierta.

Si bien el conflicto es evidente, el director François Ozon (París, 1967) lanza a su personaje a la aventura con pasión como si se tratara de un destino inexorable.

Aún así, Isabelle nunca sabe bien a bien lo que cada encuentro le depara, y esta incertidumbre la estimula. Para enfatizarla, Ozon dispuso de múltiples escenas en tránsito, recorridos en estaciones subterráneas, vestidores improvisados donde se muda apresurada de vestuario, caminatas en pasillos de hotel, remontadas ensombrecidas en largas escaleras eléctricas. Todas, con un halo de misterio y complicidad.

De alguna manera, el personaje sabe que nada volverá a ser igual después de cada encuentro, y Ozon explicita esta idea con recursos luminosos. Un par de escenas pueden servir para esbozarla:

Al inicio, durante las vacaciones familiares en la playa, Isabelle sostiene por primera vez relaciones sexuales. Lo hace con Félix, un amigo esporádico. Recostada en la arena abre y cierra los ojos, siente, y al voltear hacia la penumbra nocturna logra mirarse a sí misma de pie. Se reconoce, se asimila, se despide. Una Isabelle se aleja, otra se queda.

En una segunda escena, al fallecer George, Isabelle se detiene unos instantes junto a un espejo del cuarto de hotel. De pronto, podemos verla a cuadro y también a su reflejo. Dobles que se dividen, otra vez, tras sucederles un momento definitivo, un instante que hace cambiar para siempre a cualquier persona, un punto de quiebre hecho evidente.

Esta idea está lograda cinematográficamente con maestría y persigue al personaje durante las cuatro estaciones de su año 17. De alguna manera, la bellísima Isabelle va cambiando de piel luego de cada suceso significativo, va dejando a una versión de sí misma en el pasado, gradualmente, una Isabelle nace y la otra muere.

(Mientras miraba esto en la pantalla, no pude dejar de recordar a un poeta y amigo chileno que hace algunas semanas me decía: uno es principalmente una sucesión de cadáveres. Vamos dejándonos atrás como a los muertos: al niño que fuimos, al adolescente, a los sucesivos. Ellos ya no existen).

Y luego, una segunda idea. El cine de Ozon es sugerente y es notable su confianza en el espectador atento. Pero, si bien una simple sugerencia es siempre ambigua, la ambigüedad de Ozon no es enteramente imprecisa, sino que se queda siempre mas cerca de la orilla de la certeza que del lado del titubeo. Por eso, esta cinta en particular transita sin dificultades, sin grandes escollos de entendimiento: uno confía en que va desentrañando las sugerencias acertadamente, echando mano del racional y sobre todo de nuestras pasiones y deseos, aún de los más inconfesables.

Las sugerencias de Ozon se interpretan con esa mezcla de intelectualidad, emotividad y perversidad que somos todos —cosa que también sucede en otras de sus películas como ‘Swimming Pool’ (2003) y ‘5×2’ (2004)—.

El entendernos así, el entender así ‘Joven y Bella’, nos permite entregarnos al reto más trascendente de la cinta: el interior de Isabelle, su mirada triste, su actitud retadora pero frágil, su determinación, su gusto por vestir elegante para los encuentros sexuales impredecibles, su fascinación por acudir a lo desconocido para, finalmente, comprender la aventura principal del personaje: enfrentarse al hecho de decidir.

Decidir es clave. ¿Cómo hacerlo sin errar? ¿Cómo sin prejuicios, con egoísmo bueno, con la infalible ingenuidad de la libertad?

direcciongeneral@eloriente.net

*Juan Pablo Vasconcelos es Magister en Gestión Cultural por el Instituto José Ortega y Gasset. Poeta y Conferencista. Consultor y creador en Comunicación y Cultura.

Este texto fue publicado originalmente en agosto de 2014 en ELORIENTE.NET

Para ver otros de sus textos: www.eloriente.net

** Joven y Bella, de Francois Ozon. 2013. Sitio Oficial: http://www.francois-ozon.com/fr/filmo-jeune-et-jolie

Foto: @JeuneetJolie.lefilm

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