(www.eloriente.net, México, 23 de marzo de 2015. Por Juan José Consejo*).- Hace un poco más de veinte años que empezó a desarrollarse el concepto de huella ecológica. En términos generales, se trata de evaluar el impacto que las actividades humanas ocasionan en el ambiente. Tal impacto puede expresarse de muy diversas maneras, entre ellas la extensión de tierras –o mares– necesarios para producir lo que consumimos o la cantidad de recursos naturales que se requieren en determinados procesos o actividades. La huella ecológica también suele expresarse en términos de la energía gastada o la contaminación producida. Por ejemplo, podemos calcular cuántos árboles se emplean para publicar un periódico o un libro, cuántas hectáreas hay que cultivar para proporcionar lo que una persona come en un año, o cuánto bióxido de carbono se emite a la atmósfera por cada kilogramo de cemento producido (¡que puede llegar a un kg de CO2!). En 2007 se estimó que la huella ecológica total de la humanidad equivalía a 1.5 planetas, lo que quiere decir que a la Tierra le tomaba entonces año y medio regenerar lo que consumimos y contaminamos en un año. Nada sustentable, como puede verse, y la proyección es que ahora estamos peor.
Naturalmente hay muchas críticas en cuanto a los métodos para medir la huella ecológica y a la solidez de los resultados que se obtienen. Sim embargo cuando se usa con pertinencia y cuidado, el concepto y sus métodos pueden ser muy útiles en la búsqueda de modos de vida ecológicamente más sutentables y socialmente más justos. Hoy día muchos científicos se aplican a encontrar modos más refinados de evaluación y un sinfín de activistas de diversos campos emplean este instrumento para señalar inequidades sociales, alertar a la opiníon pública sobre obras y proyectos de gran impacto o bien contribuir a explicar cuestiones ecológicas complejas a partir de datos comparativos. Sabemos, por ejemplo, que la huella ecológica de un estadounidense promedio es varias decenas de veces mayor que la de un oaxaqueño y que por ende hacer extensivo el modo de vida industrial moderno a todos los habitantes del orbe requeriría algo así como cinco planetas. También nos queda clara la importanca de la comida local si consideramos que lo que ahora está en el plato de un norteamericano viajó en promedio 2 mil kilómetros, con todos sus impactos en términos de transporte y salud. A la industria del cemento, por otro lado, se le atribuye al menos 5% del total de emisiones de efecto invernadero y se hace evidante una de las razones para buscar materiales de construcción alternativos.
Una línea de trabajo más reciente sobre la evaluación del impacto ambiental tiene que ver con el agua y se ha denominado huella de agua o huella hidrica, que sería otro componente, muy importante, de la huella ecológica. Se trata de un indicador de nuestros gastos del agua, tanto los directos como los indirectos. Usamos una buena cantidad de agua para beber, cocinar o asearnos, pero gastamos mucha más para producir cosas como comida, papel, ropa, autos, etc., –lo que a veces se llama agua virtual porque no la vemos o tomamos directamente. La huella hídrica de una persona, una comunidad o una empresa puede definirse como el volumen total de agua dulce que se usa, directa o indirectamente, para producir los bienes que se consumen. Al igual que con la huella ecológica, hay muy diversas aproximaciones, multitud de métodos e inevitablemente una intensa discusión sobre ellos.
Hay una aparente contradicción a la hora de medir el gasto o el consumo de agua, porque ésta es considerada convencionalmente un recurso renovable. Lo que significa que, al menos en el nivel global, el agua no se gasta o consume, solamente cambia de estado o condición: se evapora, corre río abajo, se infiltra al subsuelo o se incorpora a las plantas y los animales, a nuestros propios cuerpos, etc. El famoso ciclo hidrológico. Sin embargo, en términos prácticos y locales, sí nos gastamos el agua porque al usarla hacemos que ya no esté disponible espacial o temporalmente o porque la mezclamos con contaminantes, por ejemplo. Por eso, para evaluar la huella hidrológica se define consumo como el agua que se evapora, la que se va o otra cuenca o al mar, la que se contamina y la que se incorpora al producto en cuestión. El asunto es complicado, como se ve, y ha llevado a distinguir entre huellas azules, verdes y grises.
La huella hídrica azul es el volumen de agua superficial o subterránea que se consume durante el proceso productivo. La huella hídica verde es el volumen de lluvia conumida por el producto, y la huella hídrica gris es la cantidad de agua dulce requerida para disolver los contaminantes de manera que se mantenga la calidad de acuerdo a las normas vigentes.
Veamos algunos ejemplos de cosumo de agua: un kilo de carne de vaca en el supermercado, 10 mil litros; un litro de leche, dos mil; un microchip de computadora, tres veces su peso en agua; el acero, diez veces; un automóvil en todas sus fases de construcción y armado suele llevarse medio millón de litros; la huella ecológica de un turista puede triplicar la de un habitante local y un campo de golf… Un pantalón de mezclilla se lava unas veinte veces antes de salir a la venta. La lista podria seguir pero creo que basta para ilustrar un asunto central: el modo moderno de producir y consumir ha aumentado desmesuradamente nustra huella hídrica y hoy día la agricultura comercial y la industria son drásticamnete insustentables. Nuestro auténtico problema no es el de la escasez de agua, como suele publicarse, sino la inequidad en su distribución y la ineficiencia en su uso.
Mas allá de los tecnicismos, la idea de la huella hídrica puede ser muy útil para definir las políticas sobre el agua y en especial para ayudarnos decidir de manera concertada cómo nos relacionamos con el ciclo hidrológico en una cuenca determinada, por ejemplo en los Valles Centrales. Ya lo hemos dicho antes: tenemos bastante en términos generales pero no habrá agua que alcance si la seguimos usando como ahora: tirando casi la mitad del abasto de la ciudad por fugas, continuando el riego rodado para alfalfa o contaminando masivamente el Atoyac con heces fecales. Asimismo, sobre la base de la huella de agua deberíamos descartar las delirantes aspiraciones de algunos: instalar en la región maquiladoras de mezclilla, armadoras de automóviles o campos de golf.
Si queremos recuperar la estabilidad ambiental y social de la región tendremos que reducir drásticamente nuestra huella hídrica. Esto significa recuperar el sentido frágil y sagrado del agua y llevarnos bien con ella.
*Instituto de la Naturaleza y la Sociedad de Oaxaca, A.C. (INSO) jjconsejo@hotmail.com
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