eloriente.net

5 de diciembre de 2016

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

“La principal característica de un cuerpo decadente es la incapacidad de generar sus propias defensas: Ikram Antaki”.

¿Cómo llegamos hasta aquí? No. No fue hoy. Tampoco fueron los últimos seis años. Es verdad que el malestar generalizado se aceleró vertiginosamente y ha llegado a manifestar síntomas de descomposición impensables.

Pero no. No fue hoy. Necesitamos pensar con mayores alcances. Como si nuestra mirada pudiera por un momento separarse del presente y ver con perspectiva de época. Encontraremos que los instantes que vivimos pertenecen a lapsos más amplios, a veces de décadas o hasta siglos.

Qué complicado es dejar de interpretar solo con los ojos del presente. Y más aún en tiempos donde la serenidad ha dado paso a la dictadura de la inmediatez y del juicio fácil. Sin embargo, es bueno intentarlo, separarnos y mirar y con crudeza crítica aceptar y asimilar las inercias malvadas, las destrucciones, o las construcciones virtuosas, los renacimientos.

Es más, supongamos que hoy es el punto de partida para un posible análisis a efectuar en el año 2050. ¿Qué dirán de nosotros para entonces? No es ni mucho ni poco tiempo y es probable que una buena parte de quienes leen estas líneas sigan disfrutando para entonces de la luz de la mañana y de la viva amistad.

Es posible que digan que atravesamos un periodo de decadencia. Uno que no necesariamente inició en el 2016, porque no se deja de forjar ciudadanos responsables, ni líderes profesionales, ni circunstancias proclives al pensamiento y a la cultura, de un día para otro. Eso lleva su tiempo.

Quizá se agrava con ciertos elementos infecciosos de vez en vez, pero es un cuadro que se agudiza por generaciones. Niños y niñas de varias de estas generaciones han debido abandonar la escuela porque son obligados a trabajar, aún en condiciones de serio peligro para su salud mental y física, perpetuando así el círculo de la pobreza y también el de la ignorancia. Solo en Oaxaca, para ilustrar el punto, hoy viven 465,968 niñas de entre 5 y 17 años de edad, de las cuales 297,341 no tienen instrucción o tienen primaria incompleta. Es decir, cerca de 6 de cada 10 de nuestras niñas se encuentran en esta situación de túnel sin salida.

Y luego está la desigualdad. La desigualdad más lastimosa y, a la vez, irreconciliable. Porque es verdad que en nuestra civilización la desigualdad es un factor inherente y el arte está en mantener cierto justo equilibrio entre personas y comunidades.

Sin embargo, en nuestro caso se trata no solo de desiguales sino de polos, de extremos.

Inclusive en lo simbólico.

 

Los símbolos, las tradiciones, los paradigmas de un extremo mayoritario, y los propios del otro extremo, son absolutamente distantes. No se hablan, no se entienden.

Estamos separados.

Pero entonces, ¿qué dirán pues de nosotros en el 2050? Estas líneas rememoradas por Antaki sobre la Roma decadente son ilustradoras: “En la Roma del siglo IV, había 175 días feriados al año. Mommsen habla del ‘rebajamiento moral de un pueblo que, antaño, fue grande y que se volvió cínico, que dudaba de todo, que huía de las responsabilidades de la vida, que era a la vez cobarde e irritado, que denunciaba los abandonos ajenos y eludía todas las tareas. La decadencia política penetraba en la decadencia económica y biológica. Había unos aristócratas que sabían administrar, mas no gobernar; hombres de negocio demasiado ocupados por su provecho personal para preocuparse por salvar a su país, y una burocracia que agotaba todos los recursos y que era irremediablemente corrompida”.

Tampoco se trata de hacer notar el parangón. Tú ya lo notaste. De alguna manera, el siglo IV nos alcanzó.

Lo más importante, en esta línea, es lo que concluye la pensadora siria: “Reinaba una atmósfera de fin de época parecida a la que vivimos hoy. La principal característica de un cuerpo decadente es su incapacidad de generar sus propias defensas”.

Y justo en este punto nos encontramos.

Nuestras defensas, es decir, las mujeres y hombres capaces de hacer frente a las dificultades y de restaurar la conciencia social, la ética, el humanismo y la reflexión, esas defensas, no las estamos generando.

Personas que aboguen y actúen con razón e inteligencia, preparados emocional y físicamente, orientadoras, que propendan hacia la verdad y sean capaces de enfrentar las tentaciones de los bárbaros, quienes han estado y seguirán agazapados de múltiples formas: aprovechando su vacua popularidad, propiciando los discursos de encono, dividiendo, o  disfrazándose de líderes con banderas comunitarias cuando en realidad lo único que persiguen son proyectos personalísimos, intereses individuales hechos pasar como intereses colectivos.

Y no solo en la política, también en los medios, en la cultura, en el sistema económico.

Mientras no generemos esas mujeres y hombres, esas defensas, a través de la educación y la cultura, todos los remedios estarán condenados al fracaso y aún a propiciar mayor desesperanza.

Remedios para crear empleos, explotación de recursos, reactivación económica, y otros muchos, pueden resultar correctos paliativos para insertarse en el sistema, sin embargo, carecen de la sustancia que los vuelca en forjadores de épocas y colectivos virtuosos.

He aquí nuestra principal dificultad, pues son justo estos rubros, la educación y la cultura, los que han sido postergados, arrinconados, debilitados, negociados. Las consecuencias son las que hoy padecemos. No contamos con la verdadera capacidad de regeneración. Por eso los intentos se truncan. Por eso no logramos comprender a cabalidad cuál podría ser el rumbo, porque no contamos con las herramientas para comprender a cabalidad cuál podría ser el rumbo.

Ahora sí, volvamos a preguntarnos ¿Cómo nos verán en el futuro?

Nunca será bastante, ni vano, escribirlo: en el 2016 y los años que le sucedieron, comenzó una gran transformación propiciada por un movimiento cultural que muy pronto contagió los corazones y los espíritus de la población, que transformó el sistema de la educación y las relaciones humanas. Llevó su tiempo. Porque los procesos de construcción siempre lo llevan. Pero el pueblo por fin pudo defenderse y regenerarse y prosperar. Cambiar auténticamente de manera tal que a la vista están los resultados.

No hay otros caminos.

Educación - niños

 

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