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20 de febrero de 2017

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

“Los 500 años de la ciudad, que celebraremos en el 2032, es un punto de la historia razonable, donde nuestras generaciones pueden ubicar su punto de llegada.

Los niños de hoy serán adultos para entonces y los jóvenes serán los conductores del gobierno.

Es un plazo ideal para responsabilizarnos de lo que ha de suceder(nos)”.

Me dijo con el corazón en la mano que no sentía lo mismo que yo.

Me lo dijo además sin ninguna intención de lastimar a nadie ni tampoco con demasiada vehemencia. Fue más bien una cordial aclaración para que no hubiese malentendidos, como cuando un vendedor te dice que solo maneja la marca colocada en el mostrador y las otras no, simplemente no. Tajante pero amable. Claro pero limitado.

Mientras la escuchaba, sin embargo, se me aparecieron numerosas claridades: había que empezarlo todo otra vez desde el principio.

¿No te ha pasado que siempre estás volviendo al principio? ¿Que ese “todos los caminos llegan a Roma” se refiere a que en ese punto geográfico de la historia de la humanidad, si es que existe tal cosa, concurrieron los orígenes, los inicios, y por lo tanto, hay un poco de Roma en todo lo que hacemos y por lo tanto siempre llegamos allí aún sin desearlo?

Entonces, fue como si ella me hubiera dicho todo esto cuando, con el corazón en la mano, me aclaró que no sentía lo mismo que yo, que ella sencillamente no abrigaba la misma emoción por la poesía, ni imaginaba obras de teatro representándose en los salones solitarios, ni la música le levantaba el ánimo hasta el grado de hacerla llorar de alegría los sábados por la tarde.

Era simple: todo lo que yo intentaba compartirle antes sobre la poesía, el teatro, la música, o como se llamen esas expresiones, le parecían asuntos de otro mundo que no era el suyo –el suyo por cierto, habitado por lo que puede considerarse una religión con sacramentos absolutos: un estricto horario de trabajo, ni un minuto más ni uno menos, el ejercicio férreo de los pequeños poderes en detrimento de los demás y la seguridad de que nada puede transformarse, pues las cosas son como son, hoy y para siempre. Todo justo al revés de lo que yo creo.

Sin ofenderme, la miré a los ojos y le agradecí la revelación. “Roma”, pensé.

Porque antes de tratar de hablar y emprender algo con ella de nuevo, había que volver al principio y mirar si en nuestras respectivas historias, alguna vez existió un momento o un lugar en que convergieron nuestras pasiones y sentires, nuestros intereses y razones.

De no haberlo, será difícil que alguna vez construyamos algo juntos. Por más necesario que sea. Por más urgente.

Si dos no están sintonizados en la misma frecuencia formativa, emotiva, cultural, entonces ninguna racionalidad puede movilizarlos armónicamente.

Quizá se pueda de inicio provocar una reacción, un breve periodo acompasado, pero no una constante colaboración, una sincronía duradera.

Por eso, encontrarnos la frecuencia común es preciso.

Sintonizarnos.

Decirnos con sinceridad si queremos o no, si nos inspira o no, si coincidimos o divergimos, si no hay manera de estar juntos en un mismo lugar sin empujarnos, o si la hay, cómo llegaremos a transitar de esa coexistencia a una convivencia.

Y hay, al menos hasta el 2017 en que tú y yo nos encontramos en estas páginas, solo una manera de hacerlo: conversando.

Es necesario hablar otra vez. Comentar, platicar, charlar, compartir.

Necesitamos fundar círculos de conversación y escucha para sintonizarnos.

Seguramente muchos de ellos ya se realizan en la comunidad sin que nos enteremos. Pero podemos abrir más y procurarlos. Lugares donde con respeto, amistad y tolerancia nos volvamos a dirigir la palabra.

En el caso de la ciudad de Oaxaca, los próximos 500 años de la ciudad son un excelente motivo para emprender la tarea. Hay un pie en la historia, donde podemos reconocer múltiples puntos de partida en común, y hay otro pie en el porvenir, donde nuestras generaciones pueden hallar un punto de llegada en común.

Porque al final, ¿cuál será el legado de las generaciones que convivimos hoy en Oaxaca? ¿Se nos juzgará por lo que hizo un gobernador o por lo que intentó un pueblo? ¿Se leerá sobre nosotros que somos las mujeres y los hombres que lo hicieron todo por dividirnos? O bien, ¿las y los ciudadanos que intentaron, al menos, reencontrarse?

Las sobremesas en las familias más tradicionales; las disquisiciones de los abuelos y los reclamos de los rebeldes; los soliloquios de los niños los domingos y alrededor las tías y los primos aprendiendo de su inocencia y de su lúcido corazón; las caminatas reflexivas, mientras se desmenuzan los largos sermones dominicales; la espera del anochecer en los portales de ciertas ciudades, con personas sentadas en sillas minúsculas, recibiendo la brisa con los brazos cruzados. Las lavanderas. Los pares de amigos en las bancas de los parques.

Todas, muestras de conversaciones que tú y yo seguramente recordamos, pero que se han ido perdiendo con el paso del tiempo y con ellas la comunidad.

Donde las palabras se acallan, las relaciones mueren.

Por eso, requerimos fundar dichos círculos para conocer, intercambiar, construir y comprender.

De no hacerlo, los programas de gobierno, diversas iniciativas ciudadanas, inteligentes propuestas y hasta razonables esfuerzos, están o seguirán estando destinados al fracaso si son producto de uno y no de muchos.

Por cierto, los primeros que necesitan tomar un lugar y escuchar (mucho), principalmente a quienes no forman parte de su equipo, son los propios gobernantes.

conversando

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