(www.eloriente.net, México, a 25 de septiembre de 2017, por Adrián Ortiz Romero/Al Margen).- En un lapso de apenas 12 días, dos sismos de gran intensidad sacudieron el sureste y centro de nuestro país. Los mexicanos iremos superando paulatinamente el dolor y la incertidumbre propios de estos acontecimientos. Pero lo cierto es que este proceso debe también traer aparejadas algunas lecciones importantes. Estas son algunas de las que creemos fundamentales.

En efecto, no todo está dicho en materia de protección civil y prevención de desastres. Es cierto que “los no se pueden predecir”; sin embargo, más allá de la perversa interpretación literal de esa frase, queda claro que lo que sí es prevenible son las consecuencias fatales de dichos acontecimientos. Todavía cuando ocurrió el sismo del siete de septiembre, hubo quienes nos sentimos relativamente aliviados por la apariencia de que la cultura de la prevención estaba bien implantada en los núcleos poblacionales más importantes del país, y atribuimos la desgracia de algunas zonas a los rezagos en las técnicas de diseño y construcción de inmuebles.

¿Qué se reveló con el sismo que ocurrió 12 días después en el centro del país? Que no sólo que eso no era suficiente la cultura de la prevención en cuanto al diseño y construcción de edificación de inmuebles que consideraran la zona sísmica en donde se realizaron, sino que en ese caso había también lugar a omisiones y corrupción que, aunque en una mayor medida, fueron las mismas que en terremoto de 1985 ocasionaron miles de muertos en la capital del país.

En este caso, ciertamente, no fueron miles de muertos, pero sí los suficientes —un solo muerto lo sería— para preguntarse por qué hay edificios que se siguieron cayendo; por qué las edificaciones mejor construidas soportaron sin ninguna consecuencia el sismo; y por qué incluso edificios de departamentos de reciente construcción colapsaron con un movimiento que se encuentra dentro de lo previsible.

En esa lógica, es claro que así como se dice que en el Istmo los daños fueron devastadores por el tipo de construcciones que predomina en la región, también lo es que en la capital del país todos sabían del llamado boom inmobiliario por el que ahora tendrán que responder autoridades y constructores por este riesgoso negocio de defraudación. Sí, en la capital del país colapsaron inmuebles que eminentemente se ocupaban para arrendamiento de casas habitación y que nadie revisaba, e incluso otros que recientemente fueron vendidos como desarrollos inmobiliarios justo en las zonas donde hubo mayor colapso de inmuebles, como la colonia Del Valle, la Narvarte, Roma, Condesa y otras.

¿Nadie verificó que dichas construcciones se hicieran de acuerdo a los estándares de seguridad de una zona sísmica como la Ciudad de México? ¿Las autoridades de aquella entidad revisaron los proyectos o los autorizaron mediante omisiones o actos de corrupción? ¿Los contratistas, constructores y diseñadores de las obras no tienen ninguna responsabilidad en esto?

Queda claro que la cultura de la prevención parte del “no corro, no grito, no empujo…” pero que va mucho más allá de eso. En los aspectos centrales de esa cultura de la prevención debería encontrarse eso que nosotros pensamos que ya no estaba sujeto a la corrupción, pero que ha resultado al revés: las normas de construcción en zonas antisísmicas siguen siendo bordeadas y violadas con tal de economizar costos de construcción y agilizar las construcciones para satisfacer rápidamente los afanes comerciales. Ese es un punto sobre el cual las autoridades tendrán que responder en el mediano y largo plazo, cuando llegue el momento de saber no sólo quién diseñó y supervisó los edificios caídos, sino quién los autorizó.

LA CRISIS SIGUE

Esa crisis también rebasó —como era natural— al gobierno, que nuevamente quedó en segundo plano, y quién sabe si pueda recuperarlo. De nuevo, la organización ciudadana espontánea rebasó por mucho los esfuerzos institucionales, y hoy es evidente que de otra vez la gente le tomó ventaja a las acciones gubernamentales frente a la crisis.

¿Qué resulta importante de esto? Que la ciudadanía está asumiendo con dignidad y valentía eso que la clase política siempre ha negado: la existencia de una sociedad civil organizada, pujante y exigente. Con el temblor del 19 de septiembre pareció constatarse que ahora sí la ciudadanía se está asumiendo como tal. Pero lo siguiente que debe hacer es considerar que no se trata sólo de un despertar como chispazo o anécdota, sino que después de que pase la crisis por el terremoto debe asumir los siguientes pasos para construir la opción que quizá en el mediano plazo pueda convertirse en la piedra angular de una vía distinta a la de los partidos políticos.

Esa crisis, en el fondo, es concomitante a la crisis de los partidos. ¿Hacia dónde van y cuáles son sus derroteros próximos y de mediano plazo? El cuestionamiento sobre el destino del financiamiento que debe ir a la reconstrucción, en el fondo debió haberse centrado en la necesidad de recortar ese gasto no para destinarlo a algo más, sino para frenar la vorágine del altísimo costo de las elecciones. ¿De qué sirve quitarle mil 300 millones de pesos a los partidos en 2018, si la solución de fondo no incluye que no los recuperen al año siguiente?

Hoy es claro que a los partidos no los quieren porque la gente no se siente representada. Hacer esa maniobra, a medias, sería tantos como combatirlos sin dar soluciones de fondo, y tener un rebote amargo por la persistencia del altísimo costo de las elecciones en los siguientes procesos electorales.

CONTRA LA CORRUPCIÓN

Es claro que en ese y todos los casos, en el fondo lo que debemos combatir es la corrupción, que se ha metido como humedad en todo nuestro sistema. Y es lo que sin tregua debemos combatir porque todas las expresiones antes señaladas —y muchas más que hemos visto a lo largo de estas semanas— tienen el mismo origen de fondo. La corrupción, disfrazada de las más variadas prácticas, silencios, omisiones y formas.

derrumbe

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