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2 de marzo de 2018

Por Vania Rizo

 

Hace varios años, conocí a mi amigo Sergio Berlioz en una conferencia que trataba el tema de ciudadanía de alta intensidad. Guillermo O’Donnel refiere el término ciudadanos de baja intensidad a uno de los problemas más graves y menos mirados por las democracias. Por otra parte, Fernando Escalante, hace investigación referente a las relaciones de la sociedad con la política, dejando un término llamado ciudadanos imaginarios.

Siguiendo esta línea, son varios ya, los que se replantean el significado de ciudadano y su relación con el mundo. Desde un concepto básico como: ”ciudadano hace alusión a quien ejerce su ciudadanía, condición que caracteriza a la antedicha categoría cívica y que puede definirse como una serie de reconocimientos expresados en derechos y obligaciones, tanto individuales como sociales.” Hasta definiciones más complejas como las que dictan los autores que ya mencioné.

En esta lógica, me preocupa el egoísmo en el que varias personas viven. No sólo ignoran lo que sucede a nivel global, sino también ignoran o se empeñan en vivir en aversión local. Lo cual, tiene dimensiones desde cotidianas, hasta acciones periódicas, como contribuir en la democracia o en el llamado tequio en algunas comunidades.

Ambos términos: ciudadanos de baja intensidad y ciudadanos imaginarios, tienen un común denominador. El perfil de las personas que describen, rondan entre aquellos que siempre exigen pero no dan nada, idiotas que sólo piensan en sus propios intereses e ignoran la cosa pública, tal y como es, el origen griego de la palabra idiota.

Personas que sobreviven sobre su propio mecanismo de salvajismo animal, viven en una aguda ignorancia. Condición que no sólo se atribuye a un nivel escolar o socioeconómico, sino a un desgaste lacerante de la empatía, del sentido humanitario, de una desvalorización.

Yo lo veo y lo vivo desde los lugares públicos; en los parques, en las calles, hay personas que tiran su basura de manera aleatoria, no pueden guardar sus desechos hasta que puedan encontrar un bote. En los baños de los restaurantes, oficinas, tiendas, no le bajan a la taza, no procuran dejar el baño tal y como les gustaría encontrarlo, es decir, les importa nada, el usuario siguiente.

También, lo veo con los conductores de coche, moto o bicicleta. Algunos ensimismados, van con prisa, no ceden el paso al peatón, se pasan el alto, aceleran, son imprudentes al manejar. Las motos se escabullen por donde sea, con una lógica de que pueden ser tratados de manera especial por tener un vehículo con dos llantas, para finalmente abusar, como lo hacen los bicicleteros, al subirse a las banquetas o ir en sentido contrario.

Otro ejemplo de egoísmo, falta de compromiso social y sensibilidad, es el rechazo ciego y necio de toda iniciativa que pretenda unificar, inclusive desde la diversidad. Iniciativas que tratan de estimular otras formas de vivir, de sugerir y aportar en comunión. Que para ejemplo inmediato y fresco, se me viene a la mente el movimiento del CIG (Concejo Indígena de Gobierno) con su vocera Marichuy en México.



Movimiento con raíces indígenas, que trata de darle voz a sus pueblos, por el despojo y abusos que sufren frecuentemente, con efectos crueles de algunas prácticas capitalistas y egoístas. Aunque el movimiento también ve a favor de las injusticias citadinas.

Menciono este movimiento indígena porque me parece que es digno de admirar la organización de años y desde abajo que llevan. Con el interés principal de mantener unión y de ver siempre la realidad del compañero de a lado, para ser fuertes juntos con memoria y amor. Y me parece que a veces nuestra programación se vuelve cerrada y en automático rechazamos cualquier acercamiento de pensar diferente.

Lo vi desde el momento en el que compañeros repartían volantes que contenían información acerca del movimiento y sus aspiraciones, y ciertas personas se exaltaban de manera prepotente, diciendo su supuesta verdad de manera irrespetuosa y denigrante. Rechazando la propuesta sin siquiera escucharla.

Deberíamos considerar una ciudadanía que proponga desde el interés de mejorar el ambiente en el que se vive. Y vivir implica espacio geográfico que pisa pero también todo aquel que no se alcanza a ver. Recordemos que todo acto u omisión tiene un impacto, a veces casi imperceptible pero lo tiene.

No se pueden seguir cultivando personas insensatas, egoístas. No podemos seguir siendo espectadores de comportamientos que lastiman la comunidad, a nuestra casa sin precio, a nuestro karma colectivo. No podemos pretender ponerle precio a todo, debemos ceder en contribuir desde el respeto y la amabilidad.

Ciudadanos del mundo, desde una óptica personal, deberían apuntar a una forma de vivir. De un posicionamiento en el mundo, uno donde exista espacio para el nosotros. Comprendiendo que nos tocó vivir una experiencia que no cesa de ser compartida y que esto mismo exige respeto y comprensión para un fin común.

VANIA RIZO 2 DE MARZO 2018