(www.eloriente.net, México a 21 de octubre de 2018, por Jaime Palau).- Capturar una pelota profesional de béisbol en la tribuna de un estadio es el sueño de muchos aficionados, al conseguirla se abría la oportunidad de obtener el autógrafo de los jugadores de su equipo favorito, esa era una extraordinaria costumbre que motivaba el acercamiento y por lo tanto la integración de un euipo en el corazón de la fanaticada que al apropiarse del equipo lo apoyaría por siempre como si fuera suyo.

Con el tiempo se ha ido perdiendo esa actividad o costumbre de que al término de los encuentros, los peloteros locales y visitantes permitían a la gente llegar a ellos para tomarse una foto y firmarles autógrafos en pelotas y gorras, hoy día es casi imposible, de inmediato los jugadores salen hacia el autobús y se alejan al hotel para descansar, para el fanático que no se rinde, es en el hotel donde podrá cazarlos para pedir la firma, el problema es que sin su uniforme con el número que los identifica, se vuelve todo un problema saber quién es cada uno.

Muchos fanáticos compran una pelota nueva para entrenar o para cazar los autógrafos, si de casualidad comparan esa bola nueva comprada en tienda con otra capturada en la tribuna, le llamará la atención que se ven completamente diferentes, la primera es completamente blanca y la capturada que llegue de faul en el estadio pareciera que es usada o vieja ya que no tiene ese brillo mágico o ese olor a cuero inolvidable, a continuación te explico que es lo que sucede.

Las pelotas de béisbol están hechas de cuero pintado en color blanco, su brillo natural hace que se vuelva resbalosa al agarre de las manos de los pítchers, el 16 de agosto de 1920, en la parte alta del quinto inning, al lanzador de los Yankees de Nueva York Carl Mays se le zafó la bola al tirar una curva golpeando en la cabeza al bateador de los Indios de Cleveland, el parador en corto Ray Chapman.

Desgraciadamente Chapman falleció a los pocos días convirtiéndose en el único jugador en la historia del béisbol en morir a consecuencia de un pelotazo, a partir de ese momento los ampayers empezaron a buscar una mezcla o sustancia para frotar las pelotas y que tuvieran un perfecto agarre y total control para realizar los efectos deseados en el vuelo de la misma.

Los métodos utilizados durante muchos años para matar el brillo de las bolas, era embarrarlas con agua y tierra del infield, frotarlas con jugo de tabaco, con betún de zapatos o con la tierra de abajo de las gradas donde se ubicaba el público, todas eran efectivas aunque solo parcialmente, ya que las bolas se rasgaban demasiado rápido y se obscurecían de más.

Finalmente, al término de la temporada de 1938, el coach de tercera base de los Atléticos de Filadelfia, Lena Blackburne, de regreso a su casa ubicada en el Condado de Burlington, New Jersey, cerca del rio Delaware, se le ocurrió salir a los pantanos cercanos a buscar un lodo que pudiera servir para solucionar el problema de agarre y control.

Grande fue la sorpresa al descubrir que el barro encontrado era increíblemente eficaz, lo limpió y tamizó para que fuera uniforme, juntó algunos barriles y lo dejó reposar durante el invierno, en la primavera repartió el producto teniendo una aceptación total entre los equipos de la Liga Americana, para 1950 todos los equipos de las Grandes Ligas, Ligas Menores y ligas universitarias ya lo utilizaban.

Lena fundó una compañía llamada Lena Blackburne Baseball Mud que sigue siendo sumamente exitosa por más de 75 años, la empresa ha pasado de manos por tres generaciones, el dueño actual se llama Jim Brintliff, quien al término de cada temporada, sigue cosechando más de media tonelada de lodo de sus pantanos, lo mantiene en reposo de 3 a 4 meses y al comienzo de la primavera inicia el reparto de las latas con el maravilloso lodo especial, a todos los equipos de béisbol que se lo adquieren, para que sea frotada cada una de las pelotas que se utilizan en un juego profesional de béisbol.

En cada partido de béisbol de Grandes Ligas se preparan por lo menos seis docenas de pelotas con este barro que parece pudín de chocolate espeso, el encargado de realizar la labor se enfanga las manos, la consistencia es como si tuviera grasa o aceite de motor, toma cada pelota y la gira embarrándola por completo en un movimiento circular.

En las Ligas Profesionales de México, no se utiliza este sorprendente lodo, no es viable importarlo, para qué pagar por lodo de un pantano cuando aquí se desarrolla el ingenio mexicano y siempre hay una solución a cualquier problema, se utiliza la naranja, efectivamente, esa fruta cítrica llena de vitamina C, se corta a la mitad, se embarra en tierra batida de ladrillo o arcilla, de la misma con la que se prepara el terreno de juego y donde se ubican los jugadores del infield.

El encargado de frotar las pelotas en nuestro país, es el batboy de muchos de los equipos, aunque hoy día ya se va encargando alguien del personal de mantenimiento del estadio, al preparar las pelotas frotándolas con naranja, se les mata el brillo y permite tener el control suficiente para tirar con velocidad y efectos, aunque no tan eficientemente como con el lodo de New Jersey, es bastante eficiente, viva México.

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Seguiré comentando la próxima semana.