Foto: Pixabay

Un aspecto importante de la vida cotidiana es el trabajo, pues pasamos considerables horas del día laborando o buscando cumplir algún objetivo de nuestra empresa, institución u organización. Sin embargo, algo muy importante y curioso a la vez, es el papel de las emociones en el trabajo, porque como bien sabemos, los seres humanos somos antes que nada, emocionales.

¿Por qué el tema de las emociones es curioso en el ambiente laboral? La respuesta nos indica que las emociones pesan mucho en la experiencia que la persona tiene mientras desarrolla su trabajo porque las mismas emociones pueden convertirse en aliadas, en catapultas que nos lleven a una experiencia de plenitud y gozo, o convertirse en obstáculos que nos desgasten de manera crónica, transformando nuestro trabajo en un escenario tedioso, aburrido y gris.

Además, hay otro punto interesante de las emociones y el trabajo: la forma en que dirección, gerencia y/o mandos medios gestionan y mantienen emociones, muchas veces sin darse cuenta si sus efectos son positivos o negativos en la salud mental de los empleados, es decir, es común escuchar en las historias de personas que trabajan, tanto en el sector público como en el privado, frases como “nos piden que nos pongamos la camiseta” “los jefes no saben lo que nosotros hacemos” “ a nadie le importa cómo estamos” , frases que evidencian dos cosas importantes, la primera una desconexión y falta de comunicación dentro de las organizaciones que desafortunadamente es común, y segunda, emociones que se pueden considerar como negativas y que gestionan una actitud no favorable hacia el trabajo.



Entonces la pregunta central es: si las emociones son tan importantes ¿Por qué no son tomadas en cuenta dentro de las organizaciones en los procesos de planificación, desarrollo y evaluación dentro de las empresas? ¿Por qué se da un bálsamo como una capacitación breve sobre estos temas cuyos efectos se pierden dentro de un corto tiempo? ¿Cómo algo tan importante pasa por inadvertido e invisible? Si bien la respuesta a estas preguntas es compleja podemos empezar analizando la situación desde un modelo de esquemas.

Debemos tomar en cuenta que los esquemas tradicionales de trabajo surgen de un modelo industrial, en el cual lo que se privilegia son los resultados sobre los procesos, justo como si las personas involucradas fueran intercambiadas por partes de una maquinaria que responde a un objetivo definido: aumentar la tasa de producción que se traduce en producir más.

Este modelo es heredado directamente de la revolución industrial y aun en la actualidad se sigue implementando, en este sentido la principal crítica es la forma en que se ve al trabajador, pues se le despoja de su humanidad para transformarse en un engrane más que debe ser utilizado y exprimido hasta extraer la cantidad de esfuerzo y energía que su trabajo “requiere”.

Lo que la inteligencia emocional y la defensa de habilidades rescata es precisamente el lado humano del trabajador, y la paradoja del axioma “mayor tiempo en el trabajo es mayor productividad”, debido a que reconoce, analiza y comprende como las emociones forman parte de cada actividad que el ser humano realiza.

Asumir que los seres humanos sentimos, y a partir de esas sensaciones y emociones construimos la realidad que nos rodea es fundamental para mejorar los ambientes laborales de todos los tipos, porque por mucho tiempo se ha favorecido al esquema de producción y a la par se han sobrevalorado las habilidades duras relacionadas con el coeficiente intelectual (CI).

Los enfoques actuales desde aproximadamente la década de los noventa están apostando más por entender el lado sensible y emocional de los trabajadores obteniendo resultados muy favorables, como Daniel Goleman explica en su obra, cuando una persona dentro del trabajo adquiere y desarrolla habilidades emocionales se transforma en una estrella que puede alivianar, gestionar y nutrir un ambiente laboral que acerque a los involucrados de manera muy observable al bienestar laboral, enfatizando que el trabajo va más allá de los objetivos a cumplir o las actividades que se requieren día a día, desde esta visión el trabajo adquiere sentido y por lo tanto trascendencia que recupera la subjetividad de la persona y le hace sentir una parte valiosa de la organización, donde su quehacer tiene impacto y no solamente es una pieza más de la máquina.