Por: Vladimir Campos

Para mi papá y Carlo

Durante algunos años asistimos al Estadio Benito Juárez de Oaxaca, bien llamado también el «Coloso de Ixcotel», a disfrutar los partidos de fútbol de la liga de ascenso —estadio por cierto construido a iniciativa del maestro Rubén Vasconcelos Beltrán, QEPD.

Asistíamos mi padre, mi hijo Carlo y su servidor, tres generaciones unidas por el fútbol. Vivimos muchas emociones y no pocas decepciones, pero siempre disfrutamos de un equipo de fútbol que tenía un excelente trato de balón, contundencia y sobre todo garra. Jamás daban por perdido un partido.

Quizá los mejores momentos de Alebrijes en una primera etapa, fue cuando eran dirigidos por Ricardo Rayas. Recuerdo varios momentos de extrema emoción. Por ejemplo cuando en un torneo de Copa derrotamos tres goles a dos a los Pumas. Carlo, al minuto 90, me dijo: «Papá ya empatamos, vámonos para salir rápido y no se amontone la gente en el estacionamiento». Pero recordando a don Fernando Marcos le dije: «espera, el último minuto también tiene sesenta segundos». Un gran partido que ganamos gracias a un gol de Ricardo Madrigal en el minuto 92 del tiempo de compensación. Nos abrazamos eufóricos gritando el gol y el aprendizaje estaba dado.



Un momento de decepción lo sufrimos en semifinales, también en un torneo de Copa, cuando en penales nos eliminó el Atlas. El gol que nos liquidó fue anotado por Omar Bravo. Al siguiente torneo, sin embargo, llegamos a la final derrotando en semifinales al Pachuca dirigido por Enrique Meza. En aquel partido, debido a la gran cantidad de público que abarrotó el estadio, llegamos tarde. Entramos a los diez minutos ya iniciado el partido y ya perdíamos dos a cero. Recuerdo que mi hijo me dijo: «papá mejor ya vámonos, nos van a dar una goliza épica». Pero recordando una vez más a Don Fernando Marcos le dije: «el dos cero es el marcador más engañoso que existe». Un gol de Dany Santoya al minuto 85 nos puso en la final, Nos abrazamos eufóricos los tres. Aunque luego, la final la perdimos de manera contundente con el equipo más rico de México, los Tigres. La final fue en el Volcán y esta vez David no tuvo nada que hacer frente a Goliat.

Adiós al Benito Juárez

Después de muchos años se dijo adiós al Estadio Benito Juárez. Esa primera etapa de Alebrijes concluyó con la inauguración del estadio del Instituto Tecnológico de Oaxaca, con capacidad para 17.000 espectadores, con la posibilidad de ampliarse a 25 000.

Fue considerado en su momento uno de los estadios más bellos del mundo. Un estadio de mucha calidad para jugar al futbol, mejor que el de mucho equipos de primera división de Sudamérica. En capacidad comparado con España al nivel de los estadios Municipal de Zorrilla, donde juega el Real Valladolid; Ciutat de Valencia donde juega el Levante y el Estadio de la Cerámica donde juega el Villarreal.

Comenzó ahí la época de lo que llamaríamos la «época de oro» de Alebrijes de Oaxaca.

El partido inaugural ya presagiaba lo que sería nuestro equipo. Jugaba con un excelente trato del balón, jugadores que disfrutaban el fútbol y lo más importante: jamás abandonaban un partido, peleaban hasta el final. Aquel primer partido fue prueba de lo dicho. Contra los Pumas de la UNAM y una vez más en tiempo de compensación, con gol de Alberto Ramírez, empatamos al minuto 92. La apoteosis de un estadio lleno gritando el gol no puedo describirla.

Llegaron entonces buenos y malos momentos. Sin embargo, con la llegada del técnico Irving Rubirosa, el primer gran sueño se cumplió.

Primera final

Después de extraordinarios partidos previos, el equipo llegó a su primera final en la Liga de Ascenso, disputándose el partido definitivo en casa de Bravos de Ciudad de Juárez. Habría que recordar el segundo tiempo extra, a falta de segundos para concluir el encuentro, un saque de banda largo a cargo de Rodrigo Noya y remate de Alan Cervantes, le da el empate a Alebrijes, llevándonos a una tanda de penales emotiva y que ganamos 4 goles a 2.

Mi padre, mi hijo y yo, observando el partido por televisión gritamos de emoción. Valga aquí reconocer la extraordinaria narración de Álvaro Morales, comentarista de ESPN. Recuerdo su “presiento algo”, “presiento algo” y llegó el gol de Alebrijes.

Nos consagrábamos campeones del Apertura 2017 y la ilusión de la primera división parecía cerca.

El campeón del torneo Clausura, fue Tapachula de Chiapas. Alebrijes de Oaxaca perdió la gran final. Carlo estaba desilusionado no sé si por la derrota o porque increíblemente desde semanas antes se conocía que ninguno de los dos equipos podría ascender. Un duro golpe para ambas aficiones, dice Juan Villoro en su libro «Balón dividido»: en cualquier estadio hay pruebas de barbarie capaces de erradicar el gusto por el futbol, esta es una de ellas señores directivos de la Federación Mexicana de Futbol. Sin embargo, pudo más el fútbol y en las siguientes temporadas seguimos asistiendo con gusto, orgullo y garra a ver nuestros Alebrijes porque, se los aseguro, eran nuestros.

Otra final

La tercera etapa fue tan grande como la desilusión misma. Nuevamente, ahora de la mano de Alejandro Pérez, los Alebrijes de Oaxaca se instalaban en otra final: la del apertura 2019, derrotando a Zacatepec, por marcador global de 5 goles a 3.

Lo que ocurrió después nadie lo esperaba. Lo primero y más importante una tragedia humanitaria de incalculable magnitud, lo que obligó a que el 15 de marzo se suspendieran todos los encuentros de la primera división masculina y femenina así como de la Liga de Ascenso, derivado de la presencia y para controlar la expansión del COVID-19 en nuestro país.



Lo que hicieron después los directivos —al menos los que apoyaron la decisión de eliminar el ascenso—, es cobarde, en tanto que la afición no tiene ninguna forma de defenderse y movilizarse; y es cruel, puesto que destruye la ilusión de la afición que todas las semanas pagábamos un boleto para ver a nuestro equipo ganar.

El fútbol, al menos para nosotros y no tengo duda para toda la afición Oaxaqueña, era el sueño de un día muy próximo ver a nuestros Alebrijes en Primera División.

El mismo Juan Villoro en otro libro clásico, Dios es redondo, dice: hay quienes no honran al fútbol con otra reacción que la indiferencia. Ustedes señores directivos son de esa clase. La afición oaxaqueña está en el otro extremo citando también a Villoro: Es el hombre en trance futbolístico que sucumbe a un frenesí difícil de asociar con la razón pura. En sus mejores momentos, recupera una porción de infancia, el reino primigenio donde las hazañas tienen reglas pero dependen de caprichos, y donde algunas veces, bajo una lluvia oblicua o un sol de justicia, alguien como si matara un leopardo enciende las antorchas de la tribu.

Nadie duda que la vida para toda la humanidad será diferente. Muy probablemente un estadio lleno será de las cosas que una vez concluida la pandemia veremos al final. Los gritos de agravios hacia el árbitro o hacia jugadores tardarán en llegar y a veces pienso cuánto extrañará el árbitro a esa afición que cada ocho días le recordaba a su señora madre. El grito de gol se silenciará por mucho tiempo. Sin embargo, para toda la afición del Ascenso, incluida la oaxaqueña no llegará más. Nos quitaron la ilusión y la esperanza ya de por sí maltrecha por el virus mortal.

Nuestro estadio se está muriendo sin saber de qué enfermedad. Los aficionados aquí estamos encerrados en nuestra casa, sin siquiera poder mirarnos. Se robaron todo señores directivos. Pudo más el dinero y no les importo la fe. Nos quedamos aquí con esperanza, con la ilusión intacta, protegidos en casa y deseando, como escribiese Eduardo Galeano: El fútbol profesional hace todo lo posible por castrar esa energía de la felicidad, pero ella sobrevive a pesar de todos lo pesares. Y quizás por eso ocurre que el fútbol no puede dejar de ser asombroso. Por más que los poderosos lo manipulen, el futbol continua queriendo ser el arte de lo imprevisto. Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que ofrece y tan igualador en las costumbres que impone: en este mundo de fin de siglo quien no muere de hambre muere de aburrimiento. Yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido.

Señores Directivos actúen con lo que tanto pregonan: jueguen limpio, sientan su liga.