Crispín Vayadares, A Antonia, eloriente.net

Reminiscencias en flotación, por Jorge Pech Casanova

Cuando Claude Monet pintó su Estanque de nenúfares, entre 1917 y 1920, su preocupación por preservar en lienzos la impresión de un momento privilegiado por la contemplación, había encaminado hacía tiempo la representación pictórica por rumbos de la abstracción.

Cézanne y Matisse habían, desde principios del siglo XX, llevado las técnicas impresionistas al extremo para dar origen al cubismo y a movimientos de vanguardia como el fauvismo, en el cual los pintores se volcaron al color como elemento esencial de la pintura.

La obra reciente de Crispín Vayadares (San Miguel del Puerto, Pochutla, 1962) participa de sutiles reminiscencias tanto del Monet de los nenúfares como de la explosividad de colores fauve. Su temática, en apariencia trivial, es la puerta de entrada a una arriesgada propuesta experimental. Y resulta curioso que estos cuadros surjan exactamente cien años después de que los atrevimientos fauvistas causaran escándalo y reprobación en el París de 1905.

Vayadares incorpora en estas obras, realizadas en 2005, los motivos ornamentales del huipil tradicional que las mujeres aún lucen en el Istmo de Tehuantepec. Guiado por el ejemplo de los nenúfares de Monet, el pintor oaxaqueño ha puesto las grandes flores bordadas a flotar dentro del espacio del cuadro, un estanque de espesa superficie en la que fluyen elementos característicos de la obra anterior de este artista.

 

 



Hasta aquí, la propuesta estética de Vayadares no entraña más riesgo que la obviedad, y cierto desafío al recomponer un modelo clásico de la pintura moderna. Sin embargo, el experimento del pintor lo lleva a transgredir las reglas de la pintura al construir, dentro del propio cuadro, nichos en los cuales inscribe más elementos pictóricos.

El planteamiento de estos cuadros —con su ruptura de la bidimensionalidad, con su insistencia en yuxtaponer dos estilos compositivos distintos y acaso excluyentes, con su desdén por el efecto agradable—, sorprende al espectador y lo mantiene inquieto frente al despliegue de inconformidad que el pintor sostiene a la vista.

Dentro de la plástica oaxaqueña, Crispín Vayadares ha elegido un camino poco transitado: alternar el figurativismo y la abstracción en estilos sutilmente vinculados por un proyecto pictórico personalísimo. El resultado es un tránsito con marcados cambios de dirección que, por la proveniencia unívoca de los elementos iconográficos empleados, no resulta violento, sino testimonia una progresión: las nostalgias del mundo infantil dieron paso a un ejercicio de patrones abstractos que, ahora, conviven con figuras florales y diseños textiles, los cuales a su vez son reconfigurados con los zigzagueantes patrones colorísticos que Vayadares había configurado durante la etapa anterior de su quehacer plástico.

Quizá el rasgo que más llama la atención, en esta nueva serie pictórica de Crispín Vayadares titulada Huipiles, es la transformación del cuadro de dos dimensiones en un soporte con profundidad literal, de modo que el plano se adentra en sí mismo y conduce a la formación de un nicho, de una cavidad cúbica en la cual se introduce la pintura para generar un nuevo espacio y un plano que presenta una divergencia dentro de la misma pieza.

No será fácil que estas obras complazcan al espectador habituado a la bidimensionalidad de cierta pintura local, sin embargo, es necesario observar con atención la nueva dirección en que el artista se mueve: pierde ser la entrada a un interesante ámbito imaginativo, en que todo afán por agradar será al fin desestimado y quedará la pura propuesta plástica. estamos ante un arriesgado proyecto estilístico que, de entrada, no se preocupa por el fácil enfoque de complacer al espectador, sino que lo reta a desentrañar una perspectiva pictórica singular.

Arroyo en el desierto, Crispín Vayadares