Por: Adrián Ortiz Romero

Hoy que inician oficialmente las festividades del Lunes del Cerro en Oaxaca, quienes aquí habitamos debiéramos hacernos una serie de preguntas sobre lo que verdaderamente somos de cara a quienes nos visitan, y sobre todo, sobre qué tanto contribuimos a fomentar, o lastimar, a la única industria que aquí genera una derrama económica de la que, directa o indirectamente, vivimos miles de oaxaqueños.

Contextualmente, queda claro que la buena fama pública de nuestra entidad, radica en su riqueza cultural, en su capacidad de generar un mosaico de temas, colores, sabores y expresiones artísticas, y por la forma en que se planeó, edificó y conservó esta capital oaxaqueña, que a decir de propios y extraños, es una de las ciudades más bellas del país, del continente, y del mundo. No obstante, nosotros, los oaxaqueños, no siempre parecemos estar a la altura de las circunstancias. Y esto debiéramos verlo con más seriedad, porque ni nuestra ciudad ni nuestra cultura ni nuestra capacidad turística son árboles de inagotable vida. Y no hacemos nada para preservarlos.

En ese sentido, es evidente que, en primer término, los oaxaqueños no terminamos de entender que nuestro alto grado de conflictividad política genera perjuicios permanentes a nuestra forma de vida. Financiera y fiscalmente, la nación entera se queja de que Oaxaca es una de esas entidades que está a millones de años luz de ser presupuestalmente autosuficiente, y que por esa razón cada año se engulle miles de millones de pesos que recaudan y producen otras entidades federativas.

Esa inconformidad, en buena medida nace del hecho de que nos ven como unos conflictivos que lo conseguimos todo a base de presiones y de arrebatos. Y aunque es cierto que el atraso oaxaqueño es producto del singular federalismo de nuestro país, lo cierto es que también hay una parte de razón en el hecho de que nosotros mismos, los oaxaqueños, no sólo no hacemos mucho para progresar, sino que también parecemos tener una extraña proclividad por terminar con todos los factores favorable con los que contamos.

Uno de esos factores, fundamental, se llama turismo. Y a ese turismo nacional e internacional —que muchas entidades federativas quisieran tenerlo para tratarlo tan bien, y dejarlo tan satisfecho que siempre quisiera regresar—, los oaxaqueños parecemos siempre dispuestos a ahuyentarlo con nuestro radicalismo y proclividad al conflicto, y con el poco tacto que tenemos para poder distinguir entre lo que necesitamos y lo que nos conviene. ¿Por qué lo decimos?

Porque, en general, los oaxaqueños no entendemos esa distinción. Y por esa razón, por cualquier inconformidad, somos capaces de generar un conflicto potencialmente dañino para el bienestar general, y para la buena imagen de nuestra entidad. Por eso, en Oaxaca a nadie le causa el menor pudor cerrar carreteras, tomar oficinas, generar disturbios e incluso ensañarnos contra los paseantes que nos visitan.


Y es que si a todos nos queda claro que a nadie le gusta ir a donde hay conflicto o problemas para tener una estancia confortable, también debería quedarnos bien entendidos que los oaxaqueños a veces hacemos todo porque el turismo se vaya, o porque la pase de la peor manera posible, y no porque los visitantes se queden más tiempo, o regresen a Oaxaca en sus próximas vacaciones.

 MALOS SERVICIOS

Otra cuestión que debiera preocuparnos en serio a los oaxaqueños, es la casi nula capacidad que tenemos de tratar a los turistas no sólo como se merecen, sino sobre todo lo como lo marcan ciertos estándares de calidad en el servicio. Si queremos asumirnos como una ciudad de primer nivel, o de gran turismo, y pretendemos seguirnos autoengañando con el hecho de que así como vamos, vamos bien, lo cierto es que sólo estamos destinados al fracaso.

¿Por qué? Porque, como destino turístico, en los últimos años se ha tratado de ubicar a Oaxaca como una opción de los visitantes de mayor poder adquisitivo y de mejor nivel social y cultural. Muchos de los esfuerzos de las autoridades de los tres órdenes de gobierno están encaminados a eso. Sin embargo, basta con haber visitado otros destinos de gran calado, y corroborar el tipo de servicios turísticos que se prestan, y luego compararlos con los que se ofrecen en Oaxaca, para saber que ahí existe un déficit que ya nos cuesta dinero y preferencia cada año. ¿Por qué?

Porque el tipo de turismo que tiene gran capacidad económica (como para pagar algunos de los mejores hoteles, restaurantes, servicios y destinos que existen en Oaxaca), generalmente tiene también una gran cultura y un hábito bien construido de viajar y esperar y exigir siempre el mejor servicio.

El problema nuestro es que, salvo excepciones, aquí los prestadores de servicio siempre están bien atentos al momento en que se puedan aprovechar de los turistas, de cobrarles de más, de prestar un servicio de mejor calidad que el ofrecido a cambio de su costo, o simplemente de no entender que el gran turismo merece y exige en todo momento un trato de ese mismo tipo, o simplemente decide no volver y buscar otros puntos donde sí se cumplen con los estándares que esperar, y por los que paga grandes cantidades de dinero.

Los oaxaqueños no hemos entendido eso, pero además hemos estado siempre embriagados por la soberbia de creer que Oaxaca es tan grande, y de que nuestros destinos son tan atrayentes como un imán, que por eso suponemos que tratemos como tratemos al turismo, de todos modos éste volverá, que pagará lo que se le cobre, y que además aguantará todas las condiciones adversas que nosotros mismos podamos generarles.

A partir de eso se explica mucha de la resistencia que existe al buen trato, del poco interés que hay en todo el sector para dar una capacitación uniforme y eficaz a todos sus empleados sobre cómo deben tratar al turismo, y sobre todo que por eso mismo hay grandes resistencias a comprender que el buen trato y el buen servicio no son sinónimo de servilismo ni de rendición, sino de una competitividad y un deseo de construir (que sí tienen otros destinos turísticos, que con menos atractivos y con menos cultura que Oaxaca, logran captar más turismo), que los oaxaqueños no tenemos y que nos negamos a ver.

 OAXACA, GRANDE

Sin embargo, Oaxaca cada año nos demuestra que su grandeza es intrínseca. Cada mes de julio reinventa su belleza, del tal modo que siempre asalta a la capacidad de asombro de propios y extraños, que no dejamos de maravillarnos de sus expresiones culturales.