Por: Rodolfo Naró

El amor es lo más cercano al dolor. Ambos son sentimientos y sensaciones individuales, intransferibles. No se pueden describir porque no hay nada tangible que se le parezca. Hace unos días Runa entró en su primer celo, está a punto de cumplir un año y la pubertad le llegó con un choque de hormonas. Yo me he negado a operarla desde pequeña. Lo he conversado con médicos veterinarios, amigos defensores de los derechos de los animales, con propios y extraños. He escuchado cualquier clase de disparates. Cuánto sufren cuando el macho las monta, por eso su maullido doloroso. Mis razones son simples, de nuevo el ser humano invadiendo la naturaleza, decidiendo,  porque así les evitamos molestias que, en el fondo, resultan ser inconvenientes para el dueño de la mascota.

Ahora no sé, los llantos de Runa a media noche en mitad de la sala me parten el alma. Más todavía cuando se repiten al mediodía y a la hora del té o a punto de dormir. Runa llora no por lo rincones, sino a gritos por toda la casa. Sufre su primer amor no correspondido. Yo la mimo, la abrazo fuerte contra mi pecho, le hablo, ella ronronea con más fuerza, tiembla entre mis brazos y al final se calma un poco. Luego la suelto y me mira con sus ojos tristes, me reclama con bramidos agudos y desesperados. Se sabe sola, en el último piso de una torre de siete niveles a donde no llegará su príncipe a rescatarla. Por primera vez se siente sin consuelo, sin otro de su especie con quien compartir, sufre y le duele. Vuelve a llorar.

El dolor se lleva a cuestas solo. Nadie puede sentir lo que yo padezco cuando me duele la espalda, cuando la columna me reclama una mala postura, cuando el corazón se me desborda al punto de la taquicardia. Así como no hay pastilla que contenga muchas horas el dolor, tampoco hay un antídoto para el enamorado, para someter los excesos del deseo. El amante busca que el otro lo entienda, se ponga en su lugar y le de lo que pide, lo que necesita sin darse cuenta que carece de lo mismo, de que siempre seremos seres incompletos, terriblemente inconformes y solos. Porque cada ser humano enamorado es una especie única y eso nos orilla a la soledad, a ir viviendo el día a día con las únicas herramientas que hemos ido adquiriendo al paso de nuestra vida.
Runa está sola conmigo, en un séptimo piso. Es la princesa de la torre y yo soy su carcelero. El único que puede decidir si la castración es lo que necesita para que deje de sufrir y de sentir el deseo de amar. Yo solo la acuno en mis brazos y le repito que así es el amor, que aunque nos amen, esa persona decidirá por nosotros sin importarle que nos lastime el corazón.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Cállate niña es su nueva novela y Ediciones B su nueva casa Editorial |  www.rodolfonaro.com