Nos puede gustar más o menos, pero lo cierto es que la enseñanza del derecho consiste en cierta medida en enseñar a los alumnos a escribir bien. Los buenos abogados deben tener la capacidad para redactar de forma fluida y clara escritos jurídicos de todo tipo: escrituras, demandas, contratos, convenios, sentencias, etcétera.

Recientemente ha habido importantes esfuerzos por introducir en algunas ramas del derecho los llamados “juicios orales” [1]. Esa forma de organizar y desarrollar un juicio va a requerir una transformación profunda de la manera en que se aprende el derecho en México. La educación jurídica deberá privilegiar la formación de abogados con buenas habilidades comunicativas, que puedan hablar bien en público, pero que sobre todo sean capaces de poder analizar fácilmente la médula de un caso, sus circunstancias particulares, el significado de las pruebas, la debilidad de los argumentos del contrario, etcétera. No se trata de preparar abogados que sepan hacer teatro, sino de generar en los estudiantes las habilidades necesarias para operar en un esquema de juicios orales que requiere de un desempeño profesional distinto al que se necesita para trabajar en un proceso inquisitorio escrito.

Por ejemplo, si una etapa clave de la audiencia oral es el interrogatorio de testigos, los abogados deberán ser instruidos en las técnicas que hagan eficaz su participación, ya sea en defensa del acusado o ya sea por parte del Ministerio Público o de la acusación particular, si la hubiera. Un buen interrogatorio debe ser capaz de centrar la atención del juez en lo esencial, evitando las preguntas fuera de lugar o muy generales (que denotan que el abogado no ha estudiado bien el caso), las preguntas retóricas, sugestivas, capciosas, etcétera[2].

Los estudiantes y profesores de derecho deben tener claro que litigar juicios orales requiere de una formación específica y de una disciplina que, al menos en México, nos son en buena medida ajenas. La disciplina que se requiere “está lejos de consistir en técnicas de oratoria o desarrollos de la capacidad histriónica, como los prejuicios de nuestra comunidad jurídica suelen creer. En cambio, subyace la idea de que el juicio es un ejercicio profundamente estratégico y que, en consecuencia, comportarse profesionalmente respecto de él consiste –en particular para los abogados, aunque esta visión también altera radicalmente la actuación de los jueces- en construir una teoría del caso adecuada y dominar la técnica para ejecutarla con efectividad”[3].

Todo eso y muchas otras cosas serán necesarias para que los futuros abogados puedan manejarse adecuadamente en los juicios orales. Pero la mayor parte de las actividades jurídicas seguirán llevándose a cabo en forma escrita, de modo que subsistirá la necesidad de que un abogado sepa escribir bien y eso es algo que deberá aprender, en alguna medida, en las escuelas y facultades de derecho. ¿Cómo hacerlo? O en otras palabras: ¿qué es lo que permite que un abogado aprenda a redactar buenos escritos jurídicos? La mejor fórmula que conozco es muy sencilla: para escribir bien es necesario ser un buen lector; es decir, si quieres escribir bien debes haber leído mucha literatura, y sobre todo literatura de buena calidad. Por tanto, un primer requisito para escribir buenos textos jurídicos es tener muchas lecturas en la propia formación.

Pero no cualquier tipo de lectura. La cantidad de libros, revistas y todo tipo de escritos que se publican actualmente es inabarcable (por eso es que Gabriel Zaid le puso como título a uno de sus textos más conocidos Los demasiados libros). No se puede leer todo, ni siquiera todo lo que se publica sobre la propia área de especialización. Debemos por tanto ser selectivos. ¿Por dónde empezar?

En este punto conviene distinguir entre los textos jurídicos y los no jurídicos. Aunque hay ejercicios de literatura jurídica muy bien logrados, lo cierto es que la mejor forma de escribir debe buscarse fuera del ámbito de los abogados. Por lo tanto, hay que dirigirse, en primer término, hacia libros no jurídicos. ¿Cuáles? Dado que nuestro tiempo y nuestra energía están limitados, lo mejor es comenzar con libros que, sin ser jurídicos o sin serlo exclusivamente, nos van a permitir reforzar o expandir nuestros conocimientos del derecho.

Hay muchas obras de ciencia política, de sociología, de economía y de historia que un buen abogado debe haber al menos revisado. Hacer una lista exhaustiva de tales lecturas desbordaría el propósito de esta breve nota.

Lo importante es que los estudiantes de derecho tengan claro que se deben leer no solamente textos jurídicos, sino igualmente obras de carácter ensayístico o pertenecientes a otras ciencias sociales, diferentes al derecho. Pero también es recomendable para los abogados o futuros abogados leer obras de ficción, novelas, cuentos, poesía, a fin de adquirir capacidad de escribir bien. En este sentido también las opciones son inabarcables en una vida humana (y solamente disponemos de una). Por lo tanto, hay que ser sumamente selectivos y dirigirnos a literatura de calidad y útil para nuestra formación jurídica.

 

[1] Para un primer acercamiento al tema puede verse Carbonell, Miguel, Los juicios orales en México, 4ª edición, México, UNAM, Porrúa, RENACE, 2012.

[2] Un buen compendio de cuestiones sobre el interrogatorio dentro del juicio oral puede verse en Baytelman, Andrés y Duce, Mauricio, Litigación penal. Juicio oral y prueba, México, FCE, 2005.

[3] Baytelman, Andrés y Duce, Mauricio, Litigación penal. Juicio oral y prueba, cit., 31.