Por: Rodolfo Naró

Ama a tu refrigerador por sobre todas las cosas. Mantenlo limpio y con alimento, que él también te alimentará. En mi libro Amor convenido, donde escribo “poemas domésticos” ya había hablado sobre los objetos que a diario nos acompañan: las sábanas, los cuadros, las lámparas y la heladera, como le dicen en Argentina. En el poema Mi casa escribo: “Necesito un refrigerador más grande, / con nevera sin escarcha, para congelar tu recuerdo / y poco a poco alimentar mi esperanza”. Y en Cállate niña, menciono que “hay quien cuida más los objetos que a las personas”, sin llegar a esos extremos, siempre he creído que los muebles tienen vida, no solo la que les damos al usarlos, sino alma, esencia que enamora.

Hace unos días soñé con mi refrigerador. Fue una pesadilla. Soñé que se descomponía. Me levantaba en la mañana, con Runa caminando a mi lado y al entrar a la cocina veíamos un gran charco al pie del refrigerador. Al abrir sus puertas verticales, como pidiendo un abrazo,  su luz me cegaba e instantes después veíamos caer agua como una cascada. Días antes había comprado una bolsa de cubos de hielo para mi cumpleaños y era de ahí de donde emanaba ese torrencial. Además de que el pollo y el pescado, la carne molida estaba al rojo vivo, casi sangrante.
Pero mi angustia en el sueño no era la comida ni los hielos ni las manzanas podridas ni las verduras, sino el aparato, su luz intensa seguía invadiendo la cocina y hacía un ruido extraño, él que era tan calladito, parecía que respiraba con dificultad. Yo me preguntaba qué le había pasado y Runa había salido disparada de mi lado. Hasta que poco a poco se fue quedando en silencio y su luz se extinguió como un atardecer. Desperté y fui a comprobar que el refrigerador estuviera bien, a verificar que hubiera sido un sueño. Todo en casa seguía con la quietud de los muebles que no tienen edad.
Cuando Berenice, mi psicóloga, me preguntó en terapia qué había soñado recientemente, le conté y ella anotó para llegar a conclusiones. ¿Si tu casa es tu cuerpo, qué representa en tu cuerpo el  refrigerador? Sin meditarlo mucho le dije: el corazón. ¿Por qué? preguntó de nuevo (cuando se pone álgida la sesión vienen muchos “por qué” o “para qué”, de parte de ella), es el aparato más importante de la casa. ¿Por qué?, volvió a decir, porque guarda los alimentos, los conserva en optimas condiciones. No se puede vivir sin refrigerador, le aseguré. Sin microondas, sin tostador, sin televisión o aspiradora, sí, pero no sin refrigerador. Es el único aparato de la casa que siempre está conectado y funcionando, como el corazón, le ratifiqué. Y en tu sueño qué pasaba, me volvió a preguntar. Había una cascada, una gran liberación de agua, le repetí. ¿Y el congelador para qué sirve? Insistió de nuevo. Preserva, puntualicé. Te das cuenta, me dijo, tu corazón liberó sentimientos y emociones que seguías conservando. Quizá resentimientos o ilusiones congeladas que ya encontraron su escape en esos chorros de agua que salieron al abrirlo, al perdonar, al olvidar. Tu corazón ha sanado, me dijo y me pidió volver dos semanas después. Ese mismo día, antes de irme a dormir y después de tomar mi vaso de leche, fui a la cocina a darle un beso de buenas noches a mi refrigerador.
Imagen: Corazón Des-orbitado | María Rosa Braile | Premio Lorenzo el Magnífico | Bienal de Florencia 2011
Fuente: Arte Online
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Cállate niña es su nueva novela y Ediciones B su nueva casa Editorial |  www.rodolfonaro.com