Por: Adrián Ortiz Romero

+ Segunda alternancia: oportunidad de diálogo

Hoy inicia, políticamente, el proceso de abandono del poder por parte del presidente Felipe Calderón Hinojosa. Una vez que pasó la ceremonia del Grito de Independencia, lo que sigue es acelerar el proceso de entrega-recepción con el equipo de transición del gobierno electo de Enrique Peña Nieto, y prácticamente esperar a que llegue el día de la transmisión del Poder Ejecutivo. Este escenario, en fechas como las que estamos viviendo hoy, aún genera preocupación sobre posibles brotes de violencia por motivos políticos. Hay razones objetivas para suponer que nada de eso ocurrirá.

En efecto, con motivo de las fiestas patrias, en varios lugares del país —entre ellos Oaxaca— no dejaron de aparecer mantas y pintas en tono amenazante, reprochando aún la “imposición” de que será objeto el nuevo Presidente de México, y dejando ver posibles brotes de violencia relacionados con el cambio de gobierno o con la situación política que vive el país. Salvo que haya expresiones aisladas, lo cierto es que un momento político como éste implica otro tipo de desafíos, pero no necesariamente uno relacionado con el surgimiento de un movimiento armado o de expresiones de rompimiento relacionadas con la violencia.

Hace seis años, por ejemplo, un momento como éste era de tensión extrema. Entonces sí, el resultado electoral había dejado lastimadas a muchas conciencias e intereses en México, y con toda seguridad no faltaban algunos cientos de personas dispuestas a replicar un posible llamado a abandonar la vía institucional y tomar las armas. Ese fue el riesgo que se vivió en 2006 con el movimiento de Andrés Manuel López Obrador. Y aún con todo lo que puedan atacarlo y descalificarlo todos sus malquerientes juntos, lo cierto es que el tabasqueño mantuvo la prudencia, y su palabra democrática, que dirimir sus conflictos por la vía de las instituciones y la voluntad ciudadana, y no de la violencia como muchos le sugerían.

Hoy, en cuanto a los movimientos sociales y políticos que pudieran derivar en violencia, no existe un riesgo como ese. El mismo López Obrador, aún cuando de nuevo se dijo víctima de un fraude electoral, ya estableció con toda perfección la ruta política que seguirá para los próximos años. Ésta no incluye ningún tipo de rompimiento del orden establecido. Y a pesar de que en los meses recientes se han magnificado posicionamientos de grupos armados como el EPR, en el sentido de que ante la imposición habrá revolución, lo cierto es que éste y otros grupos no parecen tener definiciones claras respecto a posibles acciones de violencia o sabotaje en el corto o mediano plazo.

¿Qué queda entonces? Lo único que, al parecer, podría ocurrir, son expresiones aisladas de ciertos grupos que buscan ejercer la violencia más vandalismo o delincuencia que por tener una auténtica motivación o fundamentación política o ideológica. En los últimos meses hemos visto, por ejemplo, que en Oaxaca ciertos grupos violentos han intentado arrogarse las banderas de movimientos como el #YoSoy132, aunque claramente han dejado ver que sus posicionamientos políticos son prácticamente inexistentes, que además ejercen la violencia como meras expresiones de porrismo y vandalismo, y que, en general, carecen de cualquier forma de respaldo social o aceptación incluso en los sectores poblacionales o intelectuales a los que dicen representar.

No obstante, no debemos perder de vista el hecho de que aún cuando no haya expresiones armadas importantes o de violencia radical, esto no debe significar que el estado de cosas continúe siendo inmodificable o que todo esté caminando por la ruta correcta dentro de los asuntos que interesan al movimiento popular en nuestro país.

Esta segunda alternancia de partidos en el poder presidencial, pues, implica una enorme oportunidad que debe ser valorada y considerada por todos los involucrados en la magnitud que correctamente debe tener. Si hay alguna expresión posible de cambio, ésta debe ser aquella que traiga un momento tan específico como el que estamos a punto de vivir con el cambio de gobierno, de partido y de régimen en el poder, en nuestro país.

 

MOMENTO DE CAMBIO

Un gobierno como el que encabezará Enrique Peña Nieto como Presidente de México implica la posibilidad de abrir una nueva ruta de diálogo. Todo cambio constituye también una nueva oportunidad en política. Y, en el mejor de los casos, esa oportunidad debía ser encaminada a aprovecharla en la generación de una relación en la que los extremos comiencen a descartar sus posiciones irreflexivas o radicalizadas, y pudieran comenzar a generar puntos de coincidencia.

Esto que decimos en las líneas anteriores parece el mejor escenario. Pues es claramente previsible que los sectores más radicales del país difícilmente podrán tener, de entrada, puntos de coincidencia con un gobierno como el de Peña Nieto. Sin embargo, lo que sí puede haber son ciertos visos de distensión y de “beneficio de la duda” a lo que, aún con toda la carga de que el cambio haya sido a favor del PRI, es una expresión distinta que asumirá el poder y que necesariamente genera expectativas distintas a las actuales.

Lo deseable en este sentido, aunque quién sabe si ocurra, es que el nuevo gobierno federal pueda tener la capacidad de aprovechar ese momento del primer tramo de su gobierno, para consolidar esas condiciones de paz a través de medidas y decisiones de distensión, y no que para tratar de legitimarse entre en la ruta de golpear a los grupos tradicionalmente censurados por beligerantes o radicales, y que esto no sólo cierre cualquier posibilidad de entendimiento, sino que además genere condiciones de riesgo para la paz y la gobernabilidad en nuestro país.

Por todo eso, hoy no parece ser una preocupación mayor aquellas expresiones que apuntan a la violencia. Si lo hacen, lo harán como formas de mera manifestación pero no como esfuerzos sistemáticos por tratar de generar una ruptura en el orden constitucional o en la estabilidad del nuevo régimen. Eso queda bien claro. Porque hoy las condiciones del país no son tan complejas ni tan riesgosas como sí lo fueron en 2006, cuando la paz estuvo apenas a un tris de perderse.

 

GRUPOS SECUESTRADOS

En Oaxaca dicen que existen representaciones como la del Movimiento #YoSoy132. Sin embargo, esas expresiones son meramente porriles y nada dialogantes. ¿Existen de verdad? Qué lamentable que gente nefasta como El Alebrije, se diga 132 y sólo lo haga para sentirse algo más que un simple “chavo banda”.