Por: Omar Alejando Ángel

Caminas sobre el cruce de dos mundos.

Clama, baila y sucumbe, Salomé.

¿Acaso lloras, pequeña Magdalena?

Tus manos cubren mi cara. Me protegen del sol. Yo, acostado sobre tus piernas, pienso en nada, en la tranquilidad; en cómo y por qué hemos terminado aquí, así. La brisa tan fresca.

Pronto comienzo a sentirme excesivamente relajado, somnoliento. Tú, bailarina pagana, sobre la tierra cubierta de hojas secas, con el agua del pequeño riachuelo corriendo a mi lado, el viento, la humedad del lugar, tus manos sobre mi rostro. Mi corazón late (lo reviviste, Carmen). Yo acostado sobre tus piernas. Mi cabeza sobre tu pecho, escuchando tus latidos que poco a poco se hacen míos. La sincronía tan bella.

Cada vez más ligero. El sueño tan profundo.

Las luces se apagan.

 

Ahora. Me pierdo en un valle cubierto de nieve. Mis fuerzas fallan. Las piernas no responden.

Súbitamente un gran haz de luz me penetra y estalla; me fragmenta y esparce en un espacio muerto, oscuro. Habrá que soñar más, más que soñar, para despertar. Una bocanada de fuego, exhalada de un dragón famélico, me arrastra al centro de una esfera blanca, sin luz. Allí, en el centro de la nada, monos alados danzan paganamente a mi alrededor, apoteizándome.

¿Serán tus hijos, Salomé?

Mi sexo, acre, se yergue por momentos efímeros, eficaces, eternos. Un remolino de ideas se genera desde mi centro. Fuerzas abismales bajan por mi vientre, generando la oscuridad en sonidos inaudiblemente eternos. Levito.

Soy un heliotropo ácido.

 

Mi corazón se detiene, sucumbe al viento, habla la Tierra. Mi respiración se paraliza y, finalmente, ¡oh grito de auxilio, Magdalena!, luces salen de mi sexo. Eyaculo mi cansancio.

 

Silencio.

 

Calma.

 

 

Camino sobre el cruce de dos mundos.

 

La brisa tan fresca.

 

Vuelvo.

 

El agua que escucho a mi lado me regresa del sueño, poco a poco, momento a momento. Los fuertes rayos que emanan del Sol dan directo en mi cara, ¡lastiman María!, me hacen recordar que estoy totalmente despierto y que ya no hay quien me proteja.

 

Foto: Roberto Cacho, Algunos derechos reservados.