Por: Omar Alejandro Ángel

A Rufo, amado

I

Hoy desperté, como leí algún día en un buen poema, “con cara de lunes y el corazón latiéndome a cinco mil colores por minuto” (gracias, Alonso). Mi descanso fue nulo. La noche pasada, invadido de bacterias y expulsando la porquería, la insoportable levedad de mi ser, mi calidad de vida, de persona, se había reducido considerablemente. En fin, desperté de mal humor y, para colmo, iba tarde al trabajo. ¡Café, café! fue el primer pensamiento. Casi desnudo, corrí a la cocina y, como siempre, me esperaba una hermosa y suculenta cafetera. Caliente, “calientita”, me desea, lo sé. Como amante desesperado, la tomé bruscamente en un intento de beber su néctar. —¡Puta madre! ¡Carajo, he dicho puta! ¡Mierda, he dicho carajo!, ¡Bah! que me excomulguen—; prefiero hablar bien, ser libre.

Harto, bebí un poco de café (delicioso, sin duda). Como María Luisa, volé de la cocina al baño y de éste a mi recámara para, finalmente, abrir la puerta principal y seguir volando hacia el trabajo. ¡Vaya momento el de abrir la puerta! ¡Qué sorpresa! Frente a mí y mis apuros, un ser extraño dormitaba, frágil.

II

Un sentimiento extraño —no supe, ni sabré definirlo— me invadió profundamente. Tan intenso que decidí faltar al trabajo. “A fin de cuentas, nadie me nota… nunca”, pensé. Dediqué, pues, mi tarde a contemplar a aquél extraño ser. ¿Qué era? recuerdo haberlo visto en libros de mi infancia y lo relacioné con algunos términos que vagaban en mi memoria: “macho”, pues tiene un miembro y dos protuberancias ovoides que, supongo, serán los testículos; “mamífero”, pero esto es subjetivo: me niego a pensar que esta criatura salió de un huevo, es grande, fuerte, peludo y no parece tener más de un mes de “vida”; por eso no imagino un huevo tan grande.
Ah, ¡vida!, ¡la criatura está viva! Qué extraño darme cuenta de esto en segundo término; probablemente sea por este “mundo” en que “vivo”, “vivimos”. Pues si está vivo, debe comer, pienso, y lo invito, cordialmente, a pasar a casa.

III

Como, debido a mi irrelevancia, decidí faltar al trabajo, tuve el día entero para avocarme en el análisis de esta criatura. Si bien he descubierto que es “macho” y “mamífero”, sus conductas tan extrañas, además de su peculiar físico, han revelado que me encuentro ante un espécimen con sentimientos. Sí, estoy consciente que “sentir” no se estila ya. He pensado que este bicho puede venir de otro planeta, del pasado, del futuro, de otro presente, ¡qué sé yo! Como dije, soy absolutamente incapaz de describir fehacientemente los sentimientos evocados por mi huésped y, efectivamente, de mi a éste. Sus ojos… dicen que las madres miraban así a sus hijos, cuando a mi raza se le denominaba  hu… ¿húmpodos?, ¿úmplidos?, ¿humáquidos? ¡irrelevancias! sé que no es así ahora, ya no es ni será. Pero este bicho me ha hecho recordar.

IV

El indicador dentro de mi brazo señala que es hora: debo cenar y dormir para mañana, sin excusa ni pretexto, trabajar. Como imaginarán, mi huésped sigue aquí, es agradable conocerlo pues así siento que me encuentro. Qué raro, hablo como un perfecto huma… ¡no! ¿Será posible?

V

Veo al bicho de lejos, mordiendo mi ropa (ama el juego) y, de pronto, se da cuenta que le observo. Me mira, de cerca me mira, sus ojos (¡ah qué bellos!) se clavan en mí y me pierdo. De pronto, juguetea saltando de atrás a adelante, un miembro peludo en su parte trasera bailotea como un metrónomo y produce un sonido que, con base en mis clases infantiles, identifico como un ladrido.

Ahora sé lo que es. Sé que soy humano.