Por: Adriana Vasconcelos

Democracia ¿Qué es? ¿Existe la soberanía popular? ¿Sirve para algo en un país dónde la legitimidad de los procesos llamados “democráticos” está en duda? ¿Cuál es la constante en la historia contemporánea de Latinoamérica?

No son pocas las preguntas que nacen de esa palabra, de hecho las interrogantes han surgido desde su concepción griega o la puntualización jurídica de los romanos. En Atenas, la democracia era entendida como “el gobierno del pueblo”, mientras que en Roma, ya enmarcado en la importancia de la norma, corría la expresión latina “Vox populi, Vox Dei” (La voz del pueblo, la voz de Dios); ambas, con sus características culturales e históricas, hacían un llamado a la importancia de la toma de decisiones y su posterior ejecución nacida del consenso popular.

De esta forma, en el siglo XIX comenzó la consolidación del sistema repúblicano en América; la mayoría de países, de acuerdo con su evolución en el tiempo, logró instaurarla bajo la concepción de la “democracia constitucional”, es decir, con normas establecidas y consideradas como máximo referente para la convivencia.

Pues bien, este tema, con todos los matices contemporáneos, fue abordado por el Instituto Federal Electoral (IFE), en coordinación con El Colegio de México (Colmex), la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA-Internacional), mediante el III Foro de la Democracia Latinoamericana, que se llevó a cabo en la Ciudad de México del 10 al 12 de octubre de este año.

En él se discutió, mediante mesas de trabajo integradas por académicos y actores relevantes en los planos político y social, nacionales e internacionales, temas de actualidad para entender qué sucede en nuestras sociedades y plantear acciones concretas para la solución de conflictos o el aprovechamiento de oportunidades.

Sorprendente fue para mi corroborar como la perspectiva sobre un mismo tema puede ser tan distinta, la forma en que aspectos como la experiencia, la investigación, el contexto temporal, la ubicación territorial, la ideología política, la coyuntura, entre otros, son factores que inciden en la determinación de una línea de acción de un gobernante.

¿Cómo saber qué lo que se está haciendo es correcto? ¿Cómo sabe un Presidente que está tomando la mejor decisión? Preguntaba Flavia Freinberg, politóloga argentina-española de la Universidad de Salamanca, al ex presidente de República Dominicana, Hipólito Mejía, al hacer énfasis en la compleja situación a la que se enfrenta un mandatario en su principal encomienda, “velar por el bien común”.

Hipólito Mejía contestaba que, aunque no hay una certeza total, si hay factores que permiten visualizar una línea de acción: 1) Tener contacto con “el pueblo”, “estar face to face con los gobernados”; 2) Procurar una herramienta estadística confiable para conocer la tendencia; 3) Transparencia en la ejecución de la acción y la aplicación del presupuesto.

Curiosamente el ex presidente afirmó que él siempre ha sido sincero, ha tal grado que públicamente declara que, “en el poder no siempre se puede controlar todo ni a todos, siempre hay alguien que abusa de su cargo, pero ante ello, lo único que se puede hacer es no permitir la impunidad”.

Impunidad, esa palabra estuvo presente durante los tres días del Foro; entonces me pregunte ¿Cómo afecta la vida democrática en Latinoamérica? Y comence a recordar la experiencia mexicana y local, ejercicio poco agradable.

En estas reflexiones, una conclusión general fue que la impunidad es uno de los grandes males en repúblicas como la nuestra, donde, generada por la corrupción, permite que la injusticia desmotive la confianza ciudadana y se reproduzca en diversos planos de la vida en comunidad; entonces ¿Cuál es la solución para ello? Preguntaban los asistentes.

Manuel Zelaya, ex presidente de Honduras, respondía al finalizar su ponencia, “la solución, es la educación política”; por lo que nuevamente surgía la duda ¿Es posible educar a la ciudadanía y, principalmente, es posible educar a la clase política?

Difícilmente pensamos que esto pueda ser posible en el mediano plazo; mas, por orden de prioridades la educación política debería comenzar en las aulas, donde se forman los ciudadanos, donde se inculca el amor a la patria, donde se fomenta el servicio público, pero, reflexionaba Emilio Chauffet, esto no es posible si la legislación, como en el caso de México, elimina de la curricula materias como el civismo, mutilando desde la infancia las nociones relacionadas con la llamada educación política.

Sin espacio para las conjeturas estrictas, latinoamérica ha sido un campo de cultivo para la multiplicidad de experimentos democráticos, por las singulares características económicas y culturales de cada nación, lo que ha provocado que en el siglo XXI existan nuevos retos a vencer, como la incursión del crimen organizado en la vida política.

Decía Leonardo Valdez, consejero presidente del IFE, que en los primeros dos foros era impensable incluir ese tema, no porque no existiera en la realidad del país, sino porque no se consideraba un participante en la democracia.

Finalmente, hay muchas reflexiones en el aire, fue una experiencia enriquecedora, pero creo que el principal juicio radica en pensar sí la Democracia nos funciona ¿Regresar a un sistema con el poder centralizado a cambio de estabilidad económica, política y social no es tentador?

Habría que preguntar …