Por: Jaime Palau

La Liga Mexicana de Béisbol cuenta con 16 equipos, cada uno tiene prioridades y posibilidades diferentes, algunos como los Diablos Rojos, los Tigres, los Sultanes o los Saraperos, desde que planean una temporada esperan conseguir el título, tienen en sus filas a los mejores jugadores mexicanos y extranjeros, su red de scouts recorren el país buscando jóvenes con talento para firmarlos y brindarles una educación escolar y deportiva, puliendo sus habilidades para jugar al béisbol, tienen sucursales en diversas ligas donde foguean a sus muchachos para poder surtir al equipo grande con novatos y firman convenios con equipos de grandes ligas para establecer intercambios deportivos, no ser campeón significa un fracaso.

Hay otros equipos cuya meta principal es calificar a las finales y obtener alguna taquilla extra al llenar el estadio, después de llegar a play offs todo lo que se obtenga adicional es ganancia, no calificar es un fracaso.

Y hay equipos que buscan mantenerse vigentes en la Liga, obtener algunas utilidades de ser posible o minimizar las pérdidas para evitar perder la franquicia y tener que vender el equipo.

La temporada de 1996, primera de los Guerreros de Oaxaca en la Liga Mexicana de Béisbol, tal como se esperaba fue perdedora. Se sabía de antemano puesto que un equipo triunfador debe construirse desde las bases y con el paso del tiempo, al inicio de la aventura era simplemente el hermano menor de un equipo triunfador llamado Diablos Rojos del México y de otro con tradición pero no de la elite como eran los Broncos de Reynosa, necesitaba arraigarse ante una afición que nunca había disfrutado en vivo del béisbol profesional y que desconocía cuáles eran sus reales posibilidades y aspiraciones, el público quería verlos ganar y no entendía nada más, por eso en lugar de disfrutar del juego de pelota, los lances vistosos o los batazos poderosos, le gritaban al entrenador de casa cuando se perdía un juego o a algún jugador que fallara a la hora buena.

Para su segunda temporada en el circuito, los Guerreros siguieron haciendo bien las cosas, planearon detenidamente cada paso y contrataron como gerente a Roberto Castellón Yuen, todo un personaje que recién había culminado su carrera como manager y cuya actuación sería fundamental en el futuro del equipo. Fue cobijado por la enorme experiencia de Roberto Mansur Galán en las negociaciones administrativas, de inmediato firmó un convenio de trabajo con un equipo de grandes ligas: los Mets de Nueva York; capacitó certeramente a un joven pelotero retirado de nombre Víctor Ledezma para que viajara por toda la costa del Pacífico en búsqueda de jóvenes talentos para firmarlos como prospectos; inició la escuelita de Guerreros donde los niños aprendían técnica y disciplina con entrenadores preparados, podían practicar en el Estadio Eduardo Vasconcelos y convivir con sus ídolos los peloteros del primer equipo, por supuesto, les fomentaba el amor por su club.

Antes de iniciar la temporada de 1998, el C.P. Edgar Nehme deja la Presidencia del equipo y la asume Vicente Pérez Avellá Villa. Se le dio continuidad al plan trazado y Castellón lo ejecutó al pie de la letra, se deshace de algunos peloteros que eran una mala influencia o tenían vicios y trae a Oaxaca a Homar Rojas, Marino Cota, Darío Pérez y otros jugadores comprometidos y profesionales, hizo una mancuerna formidable con su compadre Adolfo “Tribilín” Cabrera para controlar los gastos de viaje y a la vez motivar a los jugadores durante el torneo. Se designa a Nelson Barrera Romellón como mánager-jugador, quien fue suficientemente inteligente para dejarse apoyar por los conocimientos, la visión y la experiencia de Roberto, quien en momentos complicados de un partido y con unas señas, le aconsejaba para realizar algún cambio de pitcher, modificar a la defensiva o la forma de lanzarle a un enemigo peligroso.

Ese trabajo ordenado, lleno de disciplina y con objetivos cumplidos, llevó a los Guerreros de Oaxaca a ganar un campeonato en tan solo tres años de existencia. Las casualidades no existen y aunque no entraba en los planes al inicio de esa temporada, fue más que justo, la alegría otorgada al pueblo oaxaqueño fue muy grande.

Sirva esta columna como homenaje a un hombre sencillo, discreto, inteligente, conocedor profundo del béisbol y base del campeonato de 1998, que nunca ha recibido públicamente el reconocimiento que merece, gracias Roberto Castellón Yuen.