Por: Adrián Ortiz Romero

+ Exigencia está secuestrada… derechos, también

 A pesar de que Oaxaca es la tierra de las convulsiones por la marcada proclividad a la protesta, en realidad como sociedad tenemos un problema grave porque no sabemos exigir. Eso, que parece una paradoja, en realidad describe a la perfección el hecho de que aún cuando aquí se protesta mucho, también se abusa mucho, en contra de una ciudadanía que simplemente guarda silencio. ¿Qué pasa? La respuesta amerita una reflexión seria sobre lo somos, pero también sobre nuestras carencias como sociedad.

Hoy en día existen varios asuntos por los cuales una ciudadanía verdaderamente consciente y organizada sin ninguna duda saldría a protestar. Tenemos, en general, un gobierno que tiene serios problemas para hacer valer el Estado de Derecho; aquí existen también grupos organizados (las llamadas organizaciones sociales que aglutinan a ciertos sectores de la población) que abusan de la vía pública y de su garantía para la protesta social.

En Oaxaca, tenemos además otros grupos organizados, como ciertos partidos políticos o sindicatos —la Sección 22 del SNTE, por ejemplo— que sin mayor contratiempo ganan la calle cada que lo desean, y obstruyen los derechos y la actividad de la ciudadanía de la forma que mejor deciden. Aquí, pues, ocurren todo tipo de protestas, sin que casi ningún ciudadano exija. ¿Es esto posible?

A todas luces, la respuesta es positiva. Aquí, la protesta ruidosa se encuentra secuestrada por quienes sí están organizados, y junto con ella también secuestraron la capacidad de exigir que se supone que debiera tener la ciudadanía. Todo se volvió un círculo vicioso. Pues estando cautiva la protesta por parte de los grupos organizados, los ciudadanos temen exigir, primero, porque se resisten a equipararse a esos grupos con los que no están de acuerdo; y segundo, porque en la ciudadanía sí existe la conciencia clara de que, para ser escuchados por la autoridad, necesariamente deben exigir protestando, lo cual, en el fondo, los llevaría a tener más daños que cualquier beneficio que pudieran conseguir.

El asunto no es menor. Pues si ese círculo vicioso tuviera una especie de “Lado B”, éste tendría necesariamente como contenido la conveniencia del gobierno y de los grupos organizados sobre el monopolio de la protesta social, y el desaliento a la exigencia. A unos y otros les conviene, primero porque no hay nada mejor que grupos beligerantes y ruidosos que inhiban la posibilidad de cualquier otra protesta.

Y segundo, porque con los grupos organizados el gobierno sí puede pactar, y hasta acordar la intensidad de las protestas a cambio de la satisfacción de un interés determinado, mientras que con la sociedad la exigencia necesariamente debería tener como resultado el cese de cierta actividad o el cumplimiento, sin cortapisas, de cierta exigencia al margen de cualquier negociación, concertación indebida o “acuerdo” entre gobernantes y líderes, que pudiera dejar en suspenso el cumplimiento de fondo del tópico que afecta a la mayoría y que origina la protesta.

Lo grave en esto es que la capacidad de exigir esté secuestrada, a la vista de todos, y que ese secuestro no tenga posibilidades de revertirse para tener verdaderamente una sociedad correctamente exigente, pero a su vez capaz de poder obligar al gobierno a cumplir sus promesas y a garantizar los derechos que establecen las leyes.

 

DESENCANTO Y SORPRESA

En Oaxaca ocurre un fenómeno particular: la ciudadanía está completamente desencantada de todos los tipos de protesta social que hasta ahora se ha presentado, pero tiene una capacidad de sorpresa sin precedentes ante algún tipo de inconformidad que pueda considerarse como “novedosa”. La última de éstas que ocurrió en Oaxaca fue la un individuo que, espontáneamente, salió desnudo a protestar ante un bloqueo organizado por grupos organizados. Fue ruidosa. Y sin embargo, ¿alguien recuerda el por qué y, sobre todo, alguien sabe si esto tuvo en realidad trascendencia?

El por qué es el siguiente: en marzo de 2012 el comerciante José Azcona salió a la calle completamente desnudo, con un estandarte en la mano que tenía impresa la leyenda: “Está bien que exijas tus derechos… pero lo que no se vale es que vengas a pisotear mis más elementales derechos. Yo también soy pueblo.”

El hombre, fotografiado tal y como salió a protestar, fue la nota relevante de la gran mayoría de los medios informativos de aquellos días, y era el motivo de pláticas y discusiones sobre el papel de los ciudadanos a la hora de protestar y exigir. Paradójicamente, la gran mayoría estaba de acuerdo en el fondo de su exigencia, pero también una mayoría abrumadora se resistiría a secundar una protesta de esas características.

¿Qué pasó después? El problema es que, justamente, no pasó nada. Propios y extraños tomaron la protesta como un asunto meramente de guasa, y pocos tomaron en serio no la forma, sino el fondo de la exigencia de respeto a los derechos que, en realidad, son de usted, de quien escribe estas líneas, o de cualquier otra persona. Lamentablemente, nunca se consideró que lo realmente importante o llamativo no era la desnudez del individuo, sino la exigencia de respeto a “los más elementales derechos” de todos los ciudadanos.

Ante ese panorama, el desencanto por la protesta social, y la falsa sorpresa por las expresiones realmente ciudadanas, valen exactamente para lo mismo: para nada. Lo realmente lamentable, es que nosotros como ciudadanos parecemos haber perdido por completo la capacidad de exigir al gobierno, para lograr que se cumpla lo que dice la ley, y también para evitar atropellos como los que casi todos los días se cometen en nuestra contra lo mismo por grupos políticos, que por sindicatos, organizaciones sociales y hasta por taxistas, mototaxistas o camioneros abusivos.

 

SILENCIO CIUDADANO

La ocasión para corroborarlo es perfecta: a pesar del pésimo servicio que ofrecen, los concesionarios del transporte público ya se salieron con la suya, y consolidaron el incremento a la tarifa únicamente haciendo un arreglo cupular con el gobierno. Lo más lamentable es que lejos de hacer bloques sólidos para exigir los derechos y el respeto que todos los sectores nos merecen, en nuestra sociedad —e incluso en algunos medios— hay quienes hasta se atreven a defender la justicia de sus abusos y la “necesidad” de este atropello. Eso es inaceptable. El problema es que estamos tan acostumbrados al silencio,  a aceptar, que el grado colectivo de sumisión no parece tener límites.