Por: Omar Alejandro Ángel

En un primer acercamiento a El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, el sentimiento escéptico sobre si debía considerar a ésta la obra cumbre de la literatura española y además el por qué, primaban en mi lectura. Sin embargo, afortunada o desafortunadamente, luego de una pertinente intromisión tanto teórica como literaria, puedo afirmar -como muchos críticos y lectores lo han hecho ya- que en efecto, a través de El Quijote, la literatura española se redefine al dar luz a la novela moderna. Además del impacto social, cultural y literario en la época, la obra trascendió de tal manera que incluso la literatura contemporánea se ve dictaminada o regida por ésta; aspecto que señalaré mediante un análisis intertextual al pasaje del escrutinio de la biblioteca del hidalgo en comparación con El último lector, de David Toscana.

La novela de Toscana plantea, mediante la aparición repentina de una hermosa niña muerta, la posiblidad de explicar la realidad a través de la literatura y con ello, borrar la tenue frontera entre lo tangible y lo ficcional; elemento característico de la obra de Cervantes en cuestión. Ya desde el título se sugiere una intertextualidad que, con base en Gérard Genette[1], debe considerarse como paratexto pues alude al último lector, Lucio; personaje esencial en la obra pues gracias a éste el vaivén entre ficción y realidad se posiblita; pero es de del escrutinio literario del que quiero hablar, del escrutinio y no de la obra en general.

Retomando a Genette, la relación entre El Quijote y El último lector radica en lo hipertextual pues la primer obra (a la que consideraré hipotexto) antecede, como es evidente, a la contemporánea (a la que consideraré hipertexto), en donde ésta “se injerta de una manera que no es la del comentario” (Genette, “La literatura a la segunda potencia”, 57). Respecto al escrutinio de la biblioteca, el hipotexto manifiesta lo siguiente:

-No -dijo la sobrina-, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojallos por las ventanas al patio y hacer un rimero de ellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, 6)

Resulta innecesaria una cita mayor pues sólo a través de dichas líneas, el eco quijotesco resuena en la obra de Toscana; no obstante, el autor contemporáneo manifiesta su ingenio mediante la manera en la que los libros serán sometidos; sin embargo, la esencia permanece inmutable.

Pero ese mismo desprecio lo motiva a criarlas y alimentarlas [a las cucarachas] en el cuarto de al lado, donde arroja los libros censurados, pues considera que ése debe ser su indigno final. El fuego no le parece una condena adecuada; eso le da a un libro fatuo la utilidad de producir calor, la notoriedad de convertirse en luz. El infierno debe ser algo que consuma lentamente, entre orines y fauces que pulvericen con tenacidad portadas, solapas, fotografías de autores y autoras, con la pose intelectual de los primeros, el deseo de belleza de las otras. (Toscana, El último lector, 45)[2].

En ambas obras, la intención del escrutinio es la de erradicar aquella literatura que a criterio de los inquisidores no aporta nada provechoso al lector, deleite o mérito artístico alguno. El ama, el cura y el barbero de Cervantes encuentran su reflejo en Lucio principalmente, aunque también en los habitantes del pueblo, quienes mantienen una postura de completo repudio a la literatura “las novelas cuentan cosas que no existen, son mentiras. Si acerco las manos al fuego, le dijo un hombre, me quemo; si me encajo un cuchillo, sangro; si bebo tequila, me emborracho; pero un libro no me hace nada, salvo que me lo arrojes en la cara” (Toscana, El último lector, 35); en El Quijote lo anterior no ocurre de tal manera; sin embargo, resulta tangible en demasía la relación en espejo entre estas obras: Lucio representa a Don Quijote, al personaje incomprendido, al “loco” que intenta -a como de lugar- justificar con conocimientos literarios su realidad, a escapar de la misma a través de las novelas; aunado a esto, este personaje posee su “escudero”, Remigio, su hijo, quien (como lo establece El Quijote) obligado en un principio, se acerca a las letras para después ser partícipe de la locura de su padre; la madre de la niña desaparecida podría considerarse también como un segundo Sancho, aunque dicha mujer posee gusto y conocimiento literarios antes del encuentro con Lucio; en ese caso, la relación de dicho personaje es más estrecha con el personaje el primo de la segunda parte de El Quijote, pues incentiva la irrealidad de Lucio a través de cuestiones inútiles, como lo es el justificar la muerte de su hija mediante un texto literario. Sin lugar a dudas, la locura es el eje conductor de ambas obras y además, la manera en la que ésta se manifiesta y se percibe por la sociedad. En ambos casos, los “locos” utilizan inconscientemente la demencia a manera de huida de un mundo no comprensor.

Como señalé, los escrutinios a las bibliotecas surgen debido a la urgente necesidad de erradicar la literatura acusada de pudrir el entendimiento. En el hipotexto, el fuego será el verdugo que acabará de una vez por todas y casi instantáneamente con el “estiércol narrativo”. Sin embargo en el hipertexto, Toscana plantea un martirio aún mayor: en su obra el exterminio se dará de una manera más mordaz, acre. A través de la paulatina destrucción de los libros en el lúgubre ambiente de el infierno se inferirá la crudeza del autor, misma que encontrará el grado más álgido a través del sarcasmo empleado para mofarse de críticas reales realizadas a sus obras:

Los bichos han de regurgitar premios, logros y, sobre todo, elogios farsantes, como contundente prosa, una de las más grandes obras, muestra de la enorme calidad literaria, un lugar privilegiado en las letras, puede ingresar en el templo de los grandes autores, su obra ocupa un lugar aparte y tantos otros intentos por empujar los libros sin motor propio” (Toscana, El último lector, 45).

Lo anterior se opone a la postura en El Quijote respecto al autor, en la cual se manifesta un sutil elogio; sin embargo, y como ya he resaltado anteriormente, no cabe duda que es la obra de Cervantes la que dictamina la trama de la novela de Toscana. La importancia del pasaje quijotesco en El último lector radica en que éste será el hilo conductor de toda la diégesis. El escrutinio llegará a grado tal de incluso victimizar a Lucio, quien al final de la obra se concibe como lo que hasta entonces había intantado erradicar, censurándose a él mismo, al último lector de Icamole (lugar en donde se llevan a cabo los hechos narrados).

En sí, el señalar una relación intertextual puede pecar en la obviedad; sin embargo, lo anterior no persigue tal finalidad sino la de, a través de dicho análisis, manifestar la magnimidad del El Quijote y erradicar el arrogante escepticismo pues, incluso después de más de cuatro centenarios, el galope de Rocinante aún sucumbe el terreno literario.

 

BIBLIOGRAFÍA

CERVANTES, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, Real Academia Española,

Asociación de Academias de la Lengua  Española, Alfagura, México, 2004.

 

GENETTE, Gérard, “La literatura a la segunda potencia”, en Intertextualité. Francia

en el origen de un término y el desarrollo de un concepto, Desiderio Navarro (comp.), UNEAC, Casa de las Américas, Embajada de Francia en Cuba, La Habana, 1997 (Criterios), pp. 53-62.

 

TOSCANA, David, El último lector, Alfaguara, México, 2010.

 

Foto: Mario Pleitez, Algunos derechos reservados.


[1] “La literatura a la segunda potencia”, en Intertextualité. Francia en el origen de un término y el desarrollo de un concepto.

[2] El subrayado es mío.