Por: Omar Alejandro Ángel

A Isaías

Desconozco qué sería más apropiado. Ignoro qué podría dibujar en tu rostro la espontánea y sincera sonrisa que tanto me enamoró desde el primer inicio. Me hundo en la frustración de tal imposibilidad y a la vez, afortunada e inesperadamente, comprendo que cualquier cosa te haría feliz, incluso la golosina más barata, desde el disfrute de tu inocencia, provocaría la plenitud. Auténtica. Y efímera, sin duda. Desconozco, también, si podrás entenderme. Incluso a mi me cuesta hacerlo. Para eso nos pusieron juntos en esto. Me doy cuenta que sentimos y pensamos igual, o similar, esa es la palabra. ¡Qué aburrido que fuéramos una copia el uno del otro! El punto, amiguito, es que -por más difícil e inconcebible- tenemos en común más de lo que imaginamos: amamos a la misma mujer, de distintas maneras (si es que hay maneras. Qué estúpida la «civilidad» con sus banales intentos de jerarquizar todo. Gracias por enseñarme, sin querer, a amar. Tal cual. Sin puntos suspensivos, cursivas, negritas o cualquier aditamento), padecemos la incapacidad de comprender el funcionamiento del mundo (perdóname, hay cuestiones que ni siquiera a mí me quedan claras, ¿cómo me pedís que te las explique? Qué más quisiera. Pero no puedo. En ocasiones, es sabio conocer nuestras limitaciones), nuestra mirada tiene el defecto de la sinceridad y tenemos un alma capaz de tirarse al pavimento y gritar a todos los transeúntes, rogando sus pisadas. Pero no todo es malo. En esta vida, aunque en algunos años lo dudes, la felicidad es encontrable. Es por eso que, ante la envidia de todos los hombres grises, disfrutamos, también, la simpleza de las cosas, poder reír por la gata que persigue una pelusa e impresionarnos, quedar verdaderamente boquiabiertos al contemplar cómo la neblina come a la ciudad. Así es la vida siendo tú, aprendiéndote.

Por el momento, caeré en la cuenta de lo niños que aún somos, aprenderemos juntos la sensación de saber un mundo desconocido dentro de aquél paquete. Tendremos al día en un instante, a través del crujir del papel de regalo.

Foto: Omar Alejandro Ángel