Por: Omar Alejandro Ángel

A ti, coneja

 

Es tarde. La mesita de noche, contigo dentro mordisqueando aquél viejo trébol, emite un ligero olor a notas otoñales[1]. Más allá de la medida temporal, seducido por[2], me siento desde la ventana de mis cansadas pupilas[3], a contemplar cómo mi noche y tu día se contraponen y a la vez se complementan; tal vez por vez última. Actos tan inusitados como éste reclaman nuestra atención. Date cuenta. Junto a la certeza del anhelo, el intento de comprender la existencia de dos mundos en uno. Es tarde. Y la mesita de noche, contigo dentro mordisqueando aquél viejo trébol, emite un ligero olor a notas otoñales[4].


[1]Las notas otoñales son parecidas a ese intangible gesto que realizas con la nariz cuando estás nerviosa, feliz, enojada e incluso triste. Me parece que en realidad no realizas gesto alguno, que simple y sencillamente tu nariz es otoñalmente musical, y viceversa. Cómo me gustaría rozar tu nariz.

[2]Desconozco por qué me encuentro seducido o si, en primer lugar, me encuentro de tal manera. En cualquier caso, me encuentro en una sensación que se debe a ti. ¿Tu nariz será fría, dura, suavecita?

[3]Recuerda: mi labor, junto a la búsqueda de ti desde hace mucho tiempo atrás, han desgastado mi vista. Recuerda aún más: eres diminuta, encontrarte fue difícil. ¡Seguro que tu nariz es de sabor a abrazos de invierno!

[4]Las notas otoñales son parecidas a ese intangible gesto que realizas con la nariz cuando estás nerviosa, feliz, enojada e incluso triste. Me parece que en realidad no realizas gesto alguno, que simple y sencillamente tu nariz es otoñalmente musical, y viceversa. Cómo me gustaría rozar tu nariz. Además hace frío, ¿sabes? Muchísimo. Seré sincero y confesaré que, contrario al inicio de estas líneas, desconozco el sentido y rumbo de este escrito. Confieso también que en un principio, la intención de redactar(te)(nos) una carta era el desesperado intento de volver verosímil esta situación. ¿Tu nariz será fría, dura, suavecita? ¡Seguro que tu nariz es de sabor a abrazos de invierno!

Seguro. No dudo que tu nariz posea más de lo que imagino y merezco. Recuerdo cuando, de mi, surgió el primero de tus ¿cómo llamarles?, ¿hermanos? y, a pesar de ser vomitado, la experiencia fue bella y suavecita, como el suave pelaje blanco que recubría a ese pequeñito ser y como imagino es la textura de tu nariz. Pero estoy cansado, ya no puedo alumbrar más. Cómo me gustaría rozar tu nariz. Es tarde. Mis párpados pesan. Y la mesita de noche, contigo dentro mordisqueando aquél viejo trébol, emite un ligero olor a notas otoñales. En ocasiones pienso -tengo la certeza- que he expulsado de mis adentros a más de una generación de tus ancestros y que debería ser castigado por ello. ¿O son ustedes los intrusos y por tal razón ustedes quienes deberían sufrir la pena? [Espera, coneja. Intentas escapar del cajón de la mesita de noche y no puedo permitirlo. ¡Imagina la cantidad de eventos desafortunados que provocarías! Cerraré el cajón y pondré de obstáculo una montañita de libros] Listo. ¿Leerás? ¿sabrás cómo hacer tal acción? Espero que sí. Indirectamente llegaste gracias a la lectura. En esa ocasión leía algo que ahora no recuerdo y de pronto sentí cómo una masa suavecita, acolchada, cálida… viva, ascendía desde mis adentros, por mi garganta y buscaba, desesperadamente, ver la luz a través de mi puerta bucal (¿o vocal?). Fue por eso, no porque quisiera, que la inmensa necesidad de expulsar eso ajeno a mi, de vomitarte, me obligó a ser partícipe de la creación. Acéptalo. Acéptenlo. Gracias a mi estás aquí. Y, de alguna manera, gracias a ti me encuentro. Sí, esa era la intención primera, contarte cómo habías llegado al fondo de ese cajón, engañada por el deleitoso sabor del trébol viejo. Lástima. Lástima que no estaré para leerte estas líneas si no sabes hacerlo. Olvidé preguntarte ese pequeño detalle. Pero quién iba a saber cómo terminarían las cosas. Quién iba a saber que llegarías. Lástima. Lástima que no habrá quien retire la montañita de libros que ahora te aprisiona. Lástima. Lástima que sea tarde y que la mesita de noche, contigo dentro mordisqueando aquél viejo trébol, emita un ligero olor a notas otoñales.