Por: Juan Pablo Vasconcelos*

Las siguientes razones, sobre la importancia de un Plan Nacional de Desarrollo, serían suficientes para considerar su comentario: porque los programas y proyectos de la administración pública deben, por ley, alinearse a los objetivos y estrategias planteadas en el mismo; y además porque este es el documento que comunica la visión y estrategia de gobierno de una administración pública.

Pero hay una tercera que me parece central en nuestro tiempo: en México, no podemos darnos el lujo de andar a la deriva, gobernando en ocurrencias o implementando programas para la promoción personal. De alguna manera, el Plan es un instrumento de rendición de cuentas, y el Plan funciona como la medida a la cual, voluntaria y definitivamente, debe ceñirse la acción del gobierno.

Ni qué decir en materia cultural. En un momento especialmente delicado para el país, marcado por el clima de violencia e inseguridad, el rubro del arte y la cultura se yergue como un camino transitable y propicio para la construcción social, motivador de cohesión, y convivencia.

En adición, la estrategia de comunicación y persuasión del actual gobierno federal, harían pensar que estamos en presencia de renovadas prioridades, como lo es en primer término el abono en una positiva percepción de México, tanto al interior como en el exterior. Para la federación la imagen es un factor de consenso, y este es un punto definitorio de cada una de sus políticas.

En ese contexto, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 recientemente publicado por la administración del presidente Peña, está imbuido de una “perspectiva de la circunstancia” en materia cultural, es decir, entiende el momento que vive la sociedad mexicana de nuestro tiempo. Y en ese sentido, comprende que la preservación y promoción de la cultura desde el gobierno debe verse con una perspectiva amplia, como un instrumento de unidad, cohesionador e impulsor de las potencialidades individuales y colectivas, y no únicamente como un financiador de actividades y proyectos o un mero lastre burocrático.

En la medida en que la política cultural se considera una política nacional, la perspectiva del país es más justa y esperanzadora.

Un segundo aspecto importante es la ampliación del concepto de seguridad nacional, ahora no exclusivamente relacionado con actos violentos sino sobre todo con la protección de los derechos de la población, incluyendo los culturales. Eso ayuda a incluir a la cultura en las prioridades de la prevención y abre una importante ventana de oportunidad para la población vulnerable imbuida en la violencia.

Identifico también un tercer factor relevante: “Una Educación de Calidad no se puede entender sin la cultura y el deporte”. Lo cito textualmente, porque muy a pesar de ser palabras combinadas incesantemente, lo cierto es que en los hechos no hemos podido reflejar esas intenciones. Cultura y deporte son inseparables, como lo querían las antiguas civilizaciones o aún como lo entendemos todos naturalmente cuando niños, pero que olvidamos cuando adultos.

Este trinomio: perspectiva de la circunstancia actual de la sociedad mexicana, la construcción y prevención social de la violencia, y una educación con cultura y deporte, me parecen fundamentales para entender el renovado enfoque nacional en la materia.

Si bien es cierto que el Plan no deja de tocar otros aspectos como el desarrollo tecnológico o el impulso al turismo cultural, creo que el énfasis está puesto en otro sitio que es la cohesión, y también creo que está bien donde está.

A ello sumo algunos aspectos descriptivos. El Plan tiene en general 5 “metas nacionales” y en cada una se van sumando datos de diagnóstico, estrategias, objetivos y líneas de acción. En cultura, se van desglosando más o menos de la siguiente forma.

En cuanto a “México en Paz”, se instrumentará una “política de estado en materia de derechos humanos”, incluyendo los culturales. En este rubro se enfatiza lo relativo al concepto de seguridad que ya comento arriba.

La segunda meta, “México Incluyente”, considera la articulación de políticas que “atiendan de manera específica cada etapa del ciclo de vida de la población”, así como lo relativo a la población indígena, donde destaca la “armonización del marco jurídico nacional en materia de derechos indígenas”.

En “México con Educación de Calidad”, se abordan estrategias relativas al grueso de la política cultural, enmarcados en una intención que me parece central: “Situar a la cultura entre los servicios básico brindados a la población como forma de favorecer la cohesión social”. En la línea de lo que hasta aquí he comentado. Adicionalmente, contempla los rubros de Industrias Culturales, Infraestructura, Patrimonio Cultural y Tecnologías de la Información.

Para “México próspero”, se trata la relación entre cultura y turismo, otra vez bajo la premisa de que se impulse la sustentabilidad y que los recursos producidos por el turismo sean fuente de bienestar social.

“México con responsabilidad global”, toca dos rubros centrales: la diplomacia cultural y el impulso de la cultura e imagen mexicana en el extranjero, y una política especial para la población migrante.

En suma, el énfasis de la política cultural es claro y consistente en todo el plan, cosa que debe reconocerse.

Finalmente, algo que debe señalarse: el Plan menciona, endeble y tímidamente, el impulso de la creación y el trabajo de los artistas, intérpretes, ejecutantes, en fin, de los trabajadores del arte y la cultura. Poco se habla de programas de fomento a la creación o de garantías para el sector. En este sentido en particular habrá que estar atentos cuando llegue el momento de la elaboración del Programa Nacional de Cultura y Arte, para que los artistas y promotores tengan el margen de actividad que requieren.

Sin embargo, en las líneas generales trazadas, pueden encontrarse los espacios necesarios para ello

*El autor es Magister en Gestión Cultural por el Instituto José Ortega y Gasset, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid.