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20 de octubre de 2013

Por: Miguel Carbonell

La propuesta de que 50% de las candidaturas a cargos de representación popular correspondan a cada uno de los sexos, asegurando un incremento sustancial de la participación de las mujeres en la política, es un paso hacia delante muy valioso al que hay que apoyar. De hecho, sería deseable que ese esquema de cuotas electorales de género fuera aprobado lo antes posible, para que pudiera estar en funcionamiento para las elecciones federales de 2015, de modo que la siguiente legislatura en la Cámara de Diputados atestiguara una mayor presencia de mujeres legisladoras.

Los argumentos en contra de las cuotas de género adolecen de una gran mediocridad y muchas veces se repiten sin pensar, como un lugar común de quienes ni siquiera se han molestado en leer algunos textos básicos sobre el tema. Por ejemplo, se dice que las personas deben llegar a cargos públicos de acuerdo a los méritos que tengan, no según su género. Pero el asunto está en que nadie define qué se debe entender por “méritos” para de ocupar un cargo representativo. ¿Esos méritos se referirán a la capacidad de cabildear su candidatura, al arrastre popular para conseguir votos, a la facilidad de palabra, a la forma de vestirse o peinarse?

Todavía más: ¿hay alguien que en serio cree que en un esquema electoral libre de cuotas de género llegarán a las candidaturas las mejores personas? ¿hay alguien que piensa que nuestros representantes populares han llegado a serlo por su profunda capacidad de pensamiento, por su alta preparación académica, por su compromiso ético y cívico? Lo cierto es que los que llegan a las candidaturas partidistas son los más hábiles para “grillar”, conseguir alianzas, movilizar grupos, hacerse publicidad o allegarse de apoyos a cambio de promesas impresentables. El argumento del mérito cae por su propio peso, frente a la abundante evidencia de que nuestra clase política a caminado durante décadas bastante alejada de cualquier tipo de consideración meritocrática.

Por otro lado, la mayor participación política de las mujeres está ordenada por tratados internacionales firmados por el Estado mexicano, tanto en el ámbito de la ONU como de la OEA. De modo que reforzar las cuotas electorales de género que existen en nuestra legislación electoral es darle cumplimiento a dichos compromisos.

La presencia de mujeres en los parlamentos es un claro signo de la evolución de los países. Basta ver que los más desarrollados tienen altísimas tasas de participación femenina en la política (los países del norte de Europa, por ejemplo), mientras que los más retrasados siguen obligando a las mujeres a permanecer en papeles subordinados, dedicadas al hogar o al cuidado de enfermos y niños.

La pregunta que debemos formular en México es sencilla: ¿qué estamos dispuestos a hacer para que la voz de las mujeres se escuche con mayor amplitud en nuestros órganos legislativos?, ¿qué tipo de temas y debates necesitamos escuchar en nuestras cámaras en los que la opinión de las mujeres puede dar con las mejores soluciones?

Las mujeres constituyen 51.2% de la población de México. Tampoco soslayemos las dificultades objetivas que tienen ellas en el mundo del trabajo: dos de cada tres mujeres desempeñan en México un trabajo no remunerado frente a uno de cada cuatro hombres; 36 de cada 100 mujeres contribuyen a la producción de bienes y servicios de manera remunerada en nuestro país; en cambio, 67 de cada 100 hombres perciben una remuneración por su trabajo, lo que significa que por cada mujer remunerada en el mercado laboral hay dos hombres.

Estamos lejos de contar con una presencia masiva de mujeres en la política. En el Congreso federal hay 42 senadoras y 184 diputadas, lo que representa 33% y 37% de sus integrantes, respectivamente. En muchos congresos locales la situación es todavía peor. Por eso se necesitan fuertes cuotas electorales, que permitan a las mujeres romper el famoso “techo de cristal” que en un país tan machista y profundamente conservador como México les impide desarrollarse completamente en el ámbito de lo público.

Además, viendo el terrible desempeño que han tenido los hombres al frente de las instituciones públicas, lo cierto es que la presencia de mujeres solamente nos debe suponer una mejoría. No hay lugar para el empeoramiento, luego de todo lo que hemos visto en los años recientes. Ellas podrán hacerlo, estoy seguro, mucho mejor.

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