eloriente.net

4/agosto/2014

Por: Adrián Ortíz Romero

+ Defensa y ataque a ultranza. ¿Y los medios?

Es cierto: Rosa Verduzco, también conocida como Mamá Rosa, dejó sin elementos a todos aquellos que la habían defendido a ultranza frente al ruidoso operativo federal en el que “rescataron” a casi 600 personas, cuando dijo en una entrevista que ella había sido “muy buena para el soplamocos”. Sus defensores se quedaron sin palabras porque uno de los principios básicos del cuidado de niños que hoy es ajeno a toda discusión, es el de no golpearlos. Ello generó un tránsito de varios del ámbito de la defensa, al de la distancia e incluso al del repudio. Ello, al final, es uno más de los rasgos de polarización y ausencia de matices que ha dominado este asunto.
En efecto, en una entrevista que el periodista León Krauze le realizó a Mamá Rosa, días después de haber sido separada de su responsabilidad al frente de La Gran Familia, y luego de salir del hospital, ésta concretamente reconoció, sin mucha preocupación, que sí ocupaba castigos físicos en contra de los menores. Al ser cuestionada sobre los métodos de disciplina, Rosa Verduzco refiere que siempre fue dura y no niega haber usado correctivos físicos: “Uy, yo era muy buena para el soplamocos (se da una leve cachetada), para el sopapo”, aseguró, lo cual justificó luego diciendo que “no porque los corrija los iba a dañar”.
Cuando eso pasó, no faltó quien aseguró que el mismo “soplamocos” que había reconocido Mamá Rosa haber dado en reiteradas ocasiones a los menores, como represalia por conductas indebidas, era el mismo con el que había golpeado a todos sus defensores en los días previos. Todos, o casi todos, se plegaron a la posición políticamente correcta, aunque francamente improbable, que los niños no deben ser golpeados ni siquiera como forma última de castigo frente a una conducta indebida.
No es que el autor de estas líneas sea partidario de los golpes, los “soplamocos” o los “sopapos” pero, al margen de la posición pública y política de intelectuales, líderes de opinión, o cualquier persona, de verdad ¿es posible que haya padres de familia, actuales o de otros tiempos, que nunca, pero ni siquiera una vez, le hayan puesto un “soplamocos” a su hijo frente a una conducta, una palabra, un gesto o una actitud indebida o hasta grosera frente a ellos o ante otras personas?
Este primer asunto debiera partir no del debate de si es positivo o no golpear a los niños como forma de educar, sino más bien de si cada persona, en su intimidad y en su hogar, tiene las agallas para reconocer que quizá en alguna ocasión y bajo alguna circunstancia en particular, se vio orillado o tuvo el descontrol emocional suficiente como para reprender con un golpe a su hijo…
O quizá también reconocer en una dimensión justa y sobria qué efectos reales tuvo que sus padres (la generalidad de los padres de antes, utilizaban distintas formas de violencia, varias de ellas inadmisibles hoy en día, como formas de educación para sus hijos, las cuales incluían “autorizar” a sus maestros, mayores en edad y superiores jerárquicos, a pegarles para que “aprendieran”) hayan utilizado esas formas por las que tanto se escandalizaron de Mamá Rosa, que además es una persona octogenaria cuya educación y formación corresponde a esos tiempos, que no son los nuestros, en donde pegarle a los hijos era cosa de todos los días, y más en ella, que se asumía como mamá de esos niños.

LA FALTA DE MATICES
Es claro. En todo este asunto urge la existencia de matices. Y en ese sentido, una de las pocas reseñas serenas y más o menos objetivas sobre lo que se dice del albergue La Gran Familia, y lo que vio en realidad, es la que publicó el mismo periodista León Krauze en Letras Libres (http://bit.ly/1sdjq2V), luego de ir a conocer las condiciones reales en que viven esas personas. Los matices ausentes los considera claros. Y los refleja.
“Encontré versiones de las vidas de los niños que no concordaban con lo que ellos mismos me platicaron. Entrevisté a James, un pequeño ciego. Una de las señoras de la comitiva me había dicho que el niño había perdido la vista al ser atacado con lápices mientras estaba encerrado en un cuarto. Escuché atentamente y luego me senté en el piso para preguntarle a James qué había ocurrido. Su versión fue completamente diferente: en una travesura terriblemente desafortunada, un niño lo había empujado contra un objeto que se le había clavado en los ojos. No menos trágico, ciertamente, pero con implicaciones narrativas muy distintas. Apenas me puse en pie, la mujer en cuestión reaccionó como resorte para asegurarme que alguien le había dicho que Rosa Verduzco se había burlado del niño diciéndole: “aquí no regalamos ojos”. Días después, Rosa Verduzco me diría que James había llegado al albergue ya parcialmente ciego: perdió la vista del otro ojo tras una infección. El oftalmólogo particular podía corroborarlo, me dijo.”
En otra parte del texto señala: “Cuando llegamos a la bodega de la comida, la versión que recibí es que había ahí latas con treinta años de antigüedad. No refrescos de dos meses, no plátanos de dos semanas, no leche de días. No. ¡Faltaba más! La supuesta caducidad que tenía que compartírsele al periodista debía ser extrema. La insistencia por mostrarme el ya infame cuarto de Pinocho rayó en la obsesión, y por llevarme a la parte de atrás, donde, me dijeron, se rumoraba que había niños enterrados. El mismo señor de la PGR que quería mostrarme los sitios de las supuestas fosas comunes apareció en varios reportajes de enorme difusión a lo largo de la semana. Siempre mostró la misma convicción por compartir supuestos de evidencia ínfima pero alcances gravísimos. Al menos cuatro personas flanquearon a mi camarógrafo en todo momento, grabando (con teléfonos celulares) cada paso que dimos, cada interacción que tuvimos. En ningún momento de la visita se me permitió entrevistar a nadie sin la presencia de al menos una persona de la comitiva. Esta hostilidad a mi trabajo periodístico y esta proclividad a imponer una narrativa no la encontré ni siquiera en mi visita a los restos de la guardería ABC”.

ALARMISMO
Hubo quien intentó presentar la historia como “terrorífica” cuando en realidad no lo era. Hubo también quien intentó santificar a Mamá Rosa, cuando lo cierto es que sus descuidos y varias de sus conductas, aceptadas, constituyen faltas y hasta delitos. ¿Podemos distinguir, en ese mar de cosas, lo que significa presentar un asunto como este al margen de los matices, y dando por culpable a alguien que sin duda fue determinada por un contexto de mayor dimensión a ella?

Foto: efektonoticias.com

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