Atesorar lo que queda de la Tierra y cuidar de su renovación

es nuestra única esperanza legítima de sobrevvencia

Wendel Berry

(www.eloriente.net, México, 13 de abril de 2015. Por: Juan José Consejo*).- Dos noticias nacionales recientes ponen de nuevo en reflectores el tema de los transgénicos. La primera es que la Semarnat y la Sagarpa han objetado una decisión judicial que suspende los permisos para sembrar transgénicos en México. La segunda es que en noviembre pasado tuvo lugar la audiencia sobre Ataques al maíz y soberanía alimentaria del Tribunal Permanente de los Pueblos. Más que comentar el contenido específico de estas noticias, quisiera dar a los lectores antecedentes de un tema del que mucho se oye y mucho se discute, en términos muy contrastantes: unos dicen que los alimentos y los productos transgénicos son el resultado de importantísimos avances científicos que van a ayudar de manera decisiva a la humanidad. Otros en cambio alegan que son un gran peligro para la gente y la naturaleza. Pero ¿qué son los transgénicos y por qué provocan posiciones tan extremas?

El Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, que es un acuerdo entre muchos países sobre el uso y el comercio de seres vivos y sus productos, dice que un organismo modificado (o transgénico) es «cualquiera que posea un combinación nueva de material genético obtenida mediante el uso de la biotecnología moderna». Para la mayoría de la gente común, sin embargo, esta definición nos dejará más dudas: ¿combinaciones nuevas de material genético?, ¿biotecnología? Hay que decir entonces que todos los organismos vivos, desde los gérmenes hasta las plantas, los animales y el hombre, se reproducen y desarrollan a partir de «instrucciones» que están en sus genes en la forma de pequeñísimos «archivos» dentro de sus células (a esto le llaman información o material genético). Los genes se heredan a los descendientes y han ido cambiando poco a poco, a través de muchísimos años, permitiendo que los seres vivos se adapten a las diferentes condiciones de su ambiente. Ciertos investigadores modernos, los biotecnólogos, han logrado meterle mano a los genes y, por ejemplo, ponerle partes de genes de ciertos organismos a otros muy distintos, con la finalidad de obtener plantas o animales diferentes.

Varias compañías trasnacionales grandes que se dedican a la comercialización de alimentos, semillas o insecticidas han promovido mucho la investigación biotecnológica, tanto que el presidente de una de las más importantes, Monsanto, llegó a decir que se trataba del mayor avance en la agricultura en siglos, aún mas importante que el arado. Los promotores de los transgénicos dicen que «crear», por ejemplo, nuevas plantas resistentes a las plagas, o animales con más proteínas, va a resolver, ahora sí, los graves problemas de hambre en el mundo. Investigadores científicos, a su vez, dicen que el avance de la ciencia es inevitable y nadie debe tratar de impedirlo, pues sería ir contra la libertad humana, aunque se trate de algo tan delicado como modificar los genes.

Por desgracia, las cosas parecen no ser tan bonitas como nos las pintan las grandes compañías y algunos investigadores y gobiernos –Estados Unidos en primerísmo lugar– que apoyan el uso y el comercio de organismos y comida transgénicos. Para empezar, los peligros son muchos y muy serios y se ha empezado a acumular una gran cantidad de pruebas de ello. La razón es que es muy riesgoso intervenir en algo tan complejo, frágil y en gran parte desconocido como los genes, para no hablar de la arrogancia que hay en pretender «corregir» las creaciones naturales. Se pueden producir, por ejemplo, accidentes que provoquen que ciertas bacterias o virus propaguen sin control enfermedades nuevas que ni siquiera sabemos cómo combatir. Se les ha llamado virus o genes saltarines, porque pueden ir de un organismo a otro muy distinto, «saltándose» las barreras que la naturaleza ha establecido después de un tiempo incontable.

También puede suceder, y ya ha sucedido, que a la hora de buscar nuevas cualidades para los alimentos se consigan también características no deseadas, como la de producir enfermedades a la gente que los consume, incluyendo el cáncer. Es muy conocido el caso de una variedad de maíz transgénico, conocido como starlink, que fue retirada del mercado por sus demostrados efectos dañinos y que hizo que el Departamento de Agricultura de Estados Unidos obligara a la compañía que lo produjo a pagar una cantidad millonaria. Desafortunadamente, las reglas para vender estos productos son poco claras y, aunque sabemos que ese y otros tipos de maíz alterado han entrado a México en diversos productos alimenticios, no conocemos con exactitud cuáles de los que consumimos pueden contener este maíz transgénico u otros ingredientes igualmente peligrosos.

Otra amenaza es que las variedades mejoradas pueden volverse plagas y afectar al equilibrio natural de los ecosistemas, y también, por ejemplo, contaminar los cultivos tradicionales de innumerables pueblos y comunidades. Se sabe que esto ha pasado en muchos lugares donde se siembran para hacer experimentos con estas semillas alteradas genéticamente. Esto explica que varias comunidades y organizaciones, desde la India hasta Brasil, hayan quemado o destruido estas plantaciones y hasta los lugares donde están instaladas las compañías que las promueven.

En Oaxaca, como en muchas otras partes del mundo, los campesinos han desarrollado una gran cantidad de variedades de plantas, con paciencia y conocimiento, durante cientos y hasta miles de años. Como han denunciado muchos investigadores y activistas, la propagación de maíz transgénico en el sur de México podría ser una tragedia social y ambiental de consecuencias difíciles de imaginar. Las variedades locales de maices, adaptadas a muy diversas condiciones de climas, suelos y modos de cultivo, están en riesgo: pueden contaminarse sin remedio o ser desplazadas por las modificadas. Este es el tema principal de la audiencia del Tribunal permanente de los Pueblos.

La historia no acaba aquí. Otra fuente de preocupación es que como la investigación biotecnológica es apoyada por grandes compañías mundiales, cuyo fin principal es obtener ganancias, les interesa que las variedades que se desarrollan hagan que los campesinos dependan aún más de ellas. Ya tiene años que se inventó, por ejemplo, una técnica conocida como terminator que hace que las semillas sean estériles al cabo de ciertas generaciones. De este modo, al no poder reproducirlas los agricultores tendrían que estar comprando constantemente nuevas semillas. Otras variedades que ya están en el mercado requieren de ciertos agroquímicos particulares que, por supuesto, son los que la misma compañía vende. Además, así se están creando necesidades de nuevos fertilizantes, herbicidas e insecticidas, que como ya sabemos pueden ser muy venenosos. Con estos antecedentes, es muy desafortunado que la Semarnat y la Sagarpa aboguen por las compañias transnacionales en lugar de defender la alimentación y la salud ambiental y humana de los mexicanos.

Cada vez hay más grupos, personas y comunidades preocupados por el asunto que están trabajando en dar información, crear redes y acordar acciones para defenderse de los transgénicos por medio de leyes, técnicas agrícolas, boicot a los productos (dejar de comprarlos), o impedir experimentos. Una medida sencilla, al alcance de todos, es aplicar a nivel familiar o local, el principio precautorio: no permitir el cultivo (o la crianza en caso de animales) o la introducción, así sea de manera experimental, de ningún organismo modificado genéticamente hasta estar totalmente seguros de que no representa riesgos para la salud de la comunidad, la naturaleza o los campesinos que trabajan con ellos. Que quede claro que no se trata de oponerse nomás porque sí a las ventajas que puede traer la biotecnología y otros avances científicos; se trata de poner los beneficios colectivos y la sensatez por encima de las ambiciones del mercado.

*Instituto de la Naturaleza y la Sociedad de Oaxaca, A.C. (INSO)

jjconsejo@hotmail.com

Campo - Brad Higham

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