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3 de julio de 2016

*Mensaje leído por Juan Pablo Vasconcelos Méndez el 1 de julio de 2016, durante el homenaje ofrecido por la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca a Rubén Vasconcelos Beltrán (1940-2016), quien falleció en la Ciudad de Oaxaca el pasado 29 de junio de 2016:

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Hay personas que en vida son necesarias, excepcionales. Pero hay unas contadas a quienes la muerte las convierte en imprescindibles.

A tan solo un par de días de tu muerte, padre querido, ha quedado claro que tú estarás siempre entre nosotros, que en Oaxaca nadie podrá nunca prescindir de tu espíritu y tus palabras, del buen consejo y el abrazo que dejaste sembrado en el corazón de tu gente.

Han sido tantas y tan profundas las muestras de afecto que hemos recibido en y por tu nombre, que es claro que nadie podrá nunca prescindir, al conversar sobre nuestra tierra, de Rubén Vasconcelos Beltrán.

Porque vives en el alma de la comunidad, eres ya un imprescindible en la historia de Oaxaca.

Tus hijos, tu familia entera, tus amigos, estamos por eso muy agradecidos.

Estos días llegaron a la funeraria y a los homenajes que generosamente te han rendido, ciudadanos que nos dijeron ser ‘solo oaxaqueños’, oaxaqueños que nunca te conocieron personalmente, pero que deseaban despedirte porque les has mostrado cómo se quiere a la ciudad de origen, al sitio donde, por una milagrosa combinación de tiempo y espacio, nos ha tocado vivir nuestros días en el mundo.

Nos enseñaste que a esta ciudad hay que respetarla, porque de alguna manera es la extensión natural de lo que somos los individuos, las familias, los seres humanos que la habitamos.

Nos recordaste que respetar la ciudad, es respetarnos a nosotros mismos.

Y por eso, los que somos ‘solo oaxaqueños’, no necesitamos ni ser tus hijos, ni tus amigos, para agradecerte que hayas sido el generoso inspirador de la belleza de nuestra casa grande.

Acudimos hoy a tu querida Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca porque sabemos que aquí se cimentó tu trayectoria de gran hombre.

Siempre fuiste leal a la Universidad.

Quizá, porque ejemplificaste el ideal: cómo un hombre de origen modesto, sencillo, del digno Barrio de la Defensa, gracias a la educación pública, pudo salir adelante y se hizo Rector y el ciudadano ejemplar que hoy reconocemos.

Por eso, es justo que la educación pública siga siendo la bandera por la cual vale la pena seguir abriéndonos paso aún en los momentos más aciagos.

La educación pública es la única esperanza de los desamparados para dejar de serlo.

Rubén Vasconcelos es ejemplo para miles de jóvenes que vienen a diario a estas aulas, queriendo abrevar de esa posibilidad de mejor futuro.

El estudiante más humilde puede convertirse con honestidad y trabajo en símbolo de una ciudad o de una época.

Todo en la vida te costó tanto trabajo. Todo te fue complejo, te fue difícil.

Pero nos diste luces de cómo avanzar en la oscuridad —porque todos tenemos nuestros propios claroscuros, nuestras propias tinieblas. Es, con entusiasmo, con alegría, con los ojos abiertos a la fe, como se puede iluminar la vida.

Y eso no cuesta. Y eso te hizo un hombre bueno.

Siempre construiste desinteresadamente, siempre te empeñaste en ver lo profundo de las personas y nunca su apariencia.

Y lo profundo también de las cosas que nos rodean: la neblina en la montaña como una caricia; aquella foto que algún día tomaste en la mixteca, donde la silueta de un niño se perdía en el horizonte, como hoy tu alma; o tu propio jardín, el que tanto quisiste, como el refugio donde depositabas las tardes solitarias y tus recuerdos; o mi madre, Silvia Georgina, que tanto te ama.

Todo tiene sentido, nos decías, si lo hacemos con calor, apasionadamente, sin reservas. Emocionados.

Hay que hacer las cosas, decías, no solo por hacerlas, sino jugándoselo todo, sintiendo, sobre todo sintiendo.

Quizá por eso, esta comunidad te debe tantas cosas. Porque hiciste en 76 años lo que tu corazón te dictó y, como tu corazón es grande, entonces alcanzó para mucho.

Instituciones culturales promovidas por ti: la Orquesta Sinfónica de Oaxaca, el Centro de Iniciación Musical, las organizaciones artísticas de esta Universidad, las compañías de danza, el rescate de las bibliotecas públicas, la escuela de artesanías.

Aquí mismo, la Ciudad Universitaria o diversos institutos de investigaciones.

O tus cerca de 20 libros publicados, tus incontables aportes a la educación y a la formación de quien así lo deseara, desde agentes de tránsito hasta restauranteros, desde niños hasta adultos mayores.

Dejaste una obra, Rubén, no solo una vida.

Hiciste un legado, Rubén, no solo cumpliste el trabajo.

Esa es la diferencia entre personas como tú y ciertos líderes.

Unos destinados a la trascendencia, y los otros, destinados al fracaso y al olvido.

Hoy necesitamos personajes de la estatura y el compromiso de Rubén Vasconcelos en las instituciones, en los gobiernos, en las organizaciones.

Gente honesta, pero no sólo porque la ley los obligue, sino porque así están conformados.

La honestidad no es una obligación, es una característica de los hombres de bien.

Y esos, son los que deben ocupar los cargos en las instituciones.

Cuesta separar lo que somos de lo que hacemos. En ciertas personas cuesta más realizar la diferencia, como en tu caso. Casi todos describimos la trayectoria vital de alguien por el trabajo que realizó o por los cargos y responsabilidades que desempeñó.

Sin embargo, estoy convencido que Oaxaca también te quiere por cómo fuiste.

El hombre generoso, abierto.

Contábamos contigo. Siempre estuvimos seguros que contábamos contigo, no importa en qué circunstancia, en qué eventualidad.

Nos brindabas esa cosa cada vez más rara en las ciudades: la confianza.

Confiabas en nosotros.

Estuviste convencido siempre de que en el fondo las personas estamos hechas de sabiduría y buena fe.

Con eso, nos ayudaste a ser mejores.

Porque nunca te empeñaste en mirar nuestros defectos, sino en confiar en nuestro lado bueno, en la potencia de nuestra creatividad, en la fuerza que nos mantiene vivos.

Ese es el agradecimiento más significativo que te tengo y que estuve recogiendo también durante estos días de luto: Tú no solo hiciste grandes cosas, sino que fuiste en sí un grande.

Nos trataste con sencillez, actuaste con amor, nos mirabas con amistad.

Aun siendo tu hijo, te considero también un amigo.

No sé si pase con los padres de los presentes, pero con el mío así fue, es y será: Nada hubo que no pudiera estar seguro que entenderías. Ese, es el principal apoyo para un ser humano, porque andamos llenos más de dudas que de certezas y, aunque las dudas nunca terminan, necesitamos que alguien comprenda nuestra fragilidad.

Quien lo hace y trabaja para fortalecernos y nos llena de fuerza y nos compromete a seguir, quien lo hace, es nuestro maestro.

Por eso Rubén Vasconcelos Beltrán es el maestro de la gente de Oaxaca, porque todos sabían que nada hizo él para debilitarnos, ni para dividirnos, ni para perjudicarnos.

Comprendía nuestras debilidades y en vez de exacerbarlas, ayudaba a remediarlas.

Todo lo que hizo, lo hizo siempre para unirnos como ciudadanos, y para hermanarnos como seres humanos.

En este tiempo de rencillas, nuestra comunidad necesita hombres y mujeres así, que sepan que la ganancia por dividir solo es pasajera, en cambio la ganancia por unir es duradera.

En este tiempo de rencillas, el maestro nos hará falta físicamente.

Pero no nos deja solos.

Nos deja su ejemplo.

Contemos sobre su vida y su forma de ser a familiares, a amigos, a nuestros hijos, a las generaciones que nos suceden.

Hagamos que a través del hombre de carne y hueso que se nos ha adelantado, otros como nosotros se convenzan de que sí es posible trascender humanamente y por el camino correcto, que sí es posible trascender siendo un hombre bueno.

Hemos venido a rendirte un homenaje, padre querido, al lugar en el cual pasaste algunos de los mejores años de tu vida.

Aquí están tus ex compañeros, tus amigos, tu familia, las respetables autoridades universitarias y, por supuesto, también Juárez, al que tanto admiraste y al cual siempre nos ponías como oriente a seguir.

Y aquí te quedas, padre.

Te quedas.

Intocable, pero presente.

Inaudible, pero inmortal.

Invisible, pero indudable.

Como el espíritu universitario, como todas las grandes cosas que forjan la historia de nuestras generaciones y que mantienen viva la llama de la esperanza humana.

Aquí termina el Rubén Vasconcelos en cuerpo e inicia el Rubén Vasconcelos en espíritu, que ahora es aún más grande y más nuestro.

Gracias Rubén Vasconcelos Beltrán.

Tus hijos: Silvia María, Mónica Eugenia, Ruben, Darío (QEPD) y Juan Pablo.

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