eloriente.net

16 de noviembre de 2016

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

“Del 11 al 20 de Noviembre se realiza en Oaxaca la 36ª. Feria Internacional del Libro.

El Fondo Ventura, la Proveedora Escolar y Editorial Almadía, prepararon como cada año un programa de celebración.

Al final, eso es la lectura: la gran celebración de la expresión humana”.

“Los libros son el don de los muertos”, le escuché decir alguna vez a Ikram Antaki. En aquella conferencia, también recordaba cómo Maquiavelo se ataviaba de gala cuando se disponía a leer cualquier libro en la sala de su casa.

“Voy a recibir como se debe a la voz de este muerto que me habla”, susurraba el clásico.

Si te quedas mirando los estantes de una biblioteca o aún los libros que están sobre tu cómoda o en la mesita de arriba, seguramente concluirás lo mismo que Antaki: están muertos, en su mayoría, quienes escribieron esas palabras y ya no están en este mundo más que en forma de nombre en la portada de sus libros y acaso en el espíritu de sus letras.

Así, de alguna manera, esos artefactos que han superado el polvo, las manipulaciones más salvajes —infligidas principalmente por niños indomables—, el olvido en covachas y bodegas y hasta rudos dobleces en las páginas cruciales, son presencias humanas de tiempos remotos.

En un libro hay una humanidad latente.

Humanidad de este tiempo y del anterior y del porvenir.

Quizá por eso las ferias de libros sean tan estimulantes. Tú y yo siempre acudimos a ellas con la seguridad de que encontraremos a alguien interesante, lúcido, inmerso en sus temas, apasionado.

Pero no tiene que ser alguien de este tiempo. Puede ser del Siglo XVI como Shakespeare o aún de 400 años antes de cristo como Platón. Al final, si conversamos con ellos, nos dicen al oído algo tan familiar, que parecen formar parte de nuestra generación o al menos, para no exagerar, de la generación de nuestros padres.

Dicen algo como: “Hay una cosa que yo deseo desde mi infancia; así como cada hombre tiene sus caprichos; uno quiere tener caballos; otro, perros; otro, oro; otro, honores. Para mí todo esto es indiferente y no conozco cosa más envidiable en el mundo que tener amigos”.

Este diálogo platónico puede acercarse a la razón por la que resultan inexplicablemente envidiables los fanáticos a los libros: nunca están solos.

Podrían parecerlo. Y a veces hasta son rechazados por ‘raros’ y distraídos. Pero lo cierto es que están concentrados conversando con alguien en las otras dimensiones de su mente, borrando y tachando capítulos, esbozando aventuras y rostros emocionantes.

Para quien no puede salir de casa, un libro es un espejo, una posibilidad de rencontrarse con su viaje hacia el interior. Viaje que a final de cuentas es el único que hacemos en nuestro paso por el mundo. Ni salimos, ni vamos a ninguna parte.

El exterior es siempre una zona interior.

Todo el tiempo estamos dentro y fuera de nosotros mismos, como escribió el poeta.

Para quien duda, un libro es un maestro que te obsequia la palabra que tienes en la punta de la lengua, pero que no has podido pronunciar.

A todos nos pasa. Por intuición y por el conocimiento que llevamos acumulando durante milenios de humanidad, estamos permanentemente a la orilla de las revelaciones y de la posibilidad de nombrar las cosas, inclusive a las que nunca hemos tenido enfrente, como cuando miras un rostro familiar pero no ubicas ni el tiempo ni el lugar en que lo has visto por primera vez.

Entonces, llega el libro y te lo revela.

Te lo saca de adentro, indaga en ti de una forma audaz e inevitable. Te descubre. Resuelve tu enigma. Hace que pronuncies la palabra perdida.

¿No hace esto mismo el más espléndido de los maestros?

Sí, con una adición: los libros, al revelar lo que se hallaba oscuro, provocan que los sucesos y las cosas vayan tomando sentido, es decir, vayan revistiéndose de razones y finalidades.

Por eso, para quien no encuentra motivaciones, ganas, respuestas, los libros son básicos.

Es más, los libros parecen haberse hecho para los dispersos, los deprimidos, los tristes, los que viven en crisis, los extraviados.

Los libros son para quien los necesita.

Lo son, también, por un hecho que no tiene relación con su contenido ni con las ideas que expresa, sino con el mecanismo que enciende en sus lectores. Un libro requiere calma, a veces hasta serenidad, atención, ausencia de ruido, respiración, postura, reflexión, meditación. Es decir, un engranaje de todo aquello a lo que el mundo y su ritmo nos ha ido empujando a abandonar.

¿Cuándo fue la última vez que con esta actitud acometiste una lectura? ¿Cuándo fue que te entregaste a los brazos ‘del muerto’ sin responder los mensajes del smartphone o sin abrir una ventana adicional en el navegador?

Dicho mecanismo de atención es invaluable. Es la batuta de un director de orquesta. Desde su llamado golpeando en el atril hasta su despliegue armónico por los aires, provoca ejecuciones magníficas, sinfonías emocionantes, expresiones que de otra manera nunca hubiesen surgido espontáneamente. Gracias a esa dirección, nuestro sonoro interior encuentra variaciones extraordinarias y explora temas y sensaciones que hasta entonces ignoramos.

Y mientras más ensayemos, la orquesta se oirá mejor.

Y mientras mejor se oiga, el peligro —siempre tiene que haber uno— es que esa música nos resulte adictiva y necesitemos volver a ella porque nos provoca una mezcla de taquicardia, evasión, placer y conexión con un tiempo sin medida.

Por todo esto celebramos.

Para quienes andan buscando razones y motivos para llamar a la fiesta y tener fe en la humanidad, hay que darles una vuelta por la feria o por las bibliotecas, las librerías, los estantes del hogar.

Los libros son evidencia suficiente para volver a creer.

Libros por @CCAC North Library

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