eloriente.net

25 de julio de 2017

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

“El vértigo de la revolución tecnológica ha sido tan desconcertante, que para la humanidad, incluso en sociedades como la nuestra, se impone una sola tarea: la adaptación”.

 

Subir la escalinata al Cerro del Fortín es una metáfora con variadas significaciones. Es como ir al encuentro de Oaxaca, a las expresiones estelares del lugar donde nacimos y donde se reúne la música, las tonalidades y las danzas que nos marcan desde muy temprano. Los fragmentos de las melodías de Guelaguetza quizá funcionen en algunos lugares hasta como canciones de cuna. En este sentido, lo que uno va pensando mientras acomete los escalones, es que uno pertenece a un pueblo centenario, guerrero, osado, pero cuya valentía no ha hecho sucumbir su espíritu artístico y poético.

Sin embargo, las escalinatas también son un túnel personal. Es irremediable recordar las veces que subimos cuando niños, tomados de la mano de los mayores, nada más a disfrutar de la mañana de los Lunes del Cerro, comiendo algunas tunas de vez en vez y esquivando las humanidades de las miles de personas que acudían a lo mismo: desayunar memelitas, asolearse en la explanada o tender sus días de campo en los claros de la montaña.

Esas escalinatas viven ya en nuestro pasado.

Por lo tanto, se han hecho parte de la historia de cada uno, como lo es también el sabor de las enchiladas en los desayunaderos tradicionales, los antiguos abanicos de cartón que antes se repartían por miles entre los asistentes, o la costumbre muy local de irse a asomar a la sección D del Auditorio, para ver si de casualidad había un resquicio para mirar los bailables de las delegaciones.

En realidad no han pasado demasiados años desde que esas mañanas ocurrieran.

Pero sí muchas cosas han cambiado. Algunas más entrañables que otras.

Hoy, ya son numerosas las familias que prefieren quedarse en casa durante esos lunes, aprovechando el descanso, en vez de ir a encontrarse a la comunidad en las laderas. En otros casos, la jornada laboral no se suspende y transcurren las horas como en un día cualquiera.

No quisiera hacer con estas líneas, sin embargo, una apología del pasado.

No me cuento entre quienes piensan que todo tiempo pasado fue mejor. La prueba está en la razón por la cual te escribo esta vez sobre este rincón entrañable de la ciudad. Y es sencilla: este año, batí un récord, el número de veces que había subido nunca al Cerro del Fortín durante una sola semana.

Lo hice al menos seis ocasiones, y todas, bajé con la sensación de haber estado en el lugar y en el tiempo correcto.

 

Se debió a los estupendos artistas y espectáculos que la Secretaría de Cultura del estado presentó en el Auditorio y que, en cifras de aficionado, podríamos ubicar en cerca de 40 mil personas en 5 conciertos.

Presentaciones que iniciaron con Lila Downs, que demostró la consagración de una artista a cabalidad. Vimos a la Lila más madura de los últimos tiempos, demostrando una presencia escénica más contenida pero cargada de una intensidad magistral. Así fue reconocida por el público, que tanto en número como en fervor, se le entregó durante todo el concierto.

Sin temores, con el anunciado discurso de la diversidad, el espectáculo fue una mezcla de intenciones, expresiones y símbolos. Desde la imagen señera de Benito Juárez y las fotografías de mujeres zapatistas en pantallas, hasta la Virgen de Soledad y las mujeres de San Juan Bautista Tuxtepec, acompañando con una coreografía silenciosa algunas letras rebeldes.

No cabe duda que a la Lila de hoy ya se le pueden permitir ciertas licencias discursivas y su rebeldía ya puede superar el juicio simplista. Para el observador acucioso, el uso de ciertos elementos podría ser excesivo, pero al mismo tiempo, lo único que ha hecho Lila de manera libre y frugal es delinear a México, entero y diverso, al de la frontera, al que baila con la Banda y, también, el que sigue forjándose en las manos de las artesanas más auténticas.

Fue un concierto histórico.

De ninguna manera desmerece, en un espectáculo para otro público, el recital de Luis Pescetti, el músico argentino que ha acompañado a un buen número de generaciones a crecer y a divertirse. Su carisma innegable y la forma de abordar a las familias presentes, haciéndolas participar de las dinámicas, nos devolvió a todos la conciencia de que la niñez nunca abandona nuestros cuerpos.

Por otro lado, Charlie A. Secas se ha consolidado como una presencia literaria indiscutible en nuestro medio. Escritor, lector y promotor incansable, es un personaje ejemplar a quien tenemos mucho por agradecer: actualizar la magia de la creación en nuestras vidas.

La Compañía de Danza y la Orquesta Primavera contaron Pedro y El Lobo. Y Mexicanto, durante otra jornada, cumplió con sus seguidores.

Nortec Collective (Clorofila) y los Mezcaleros de la Sierra fueron otro acontecimiento de primerísimo orden. La sofisticada sencillez de Clorofila y la música electrónica, mezclada con la maestría de los instrumentistas de Mezcaleros, hicieron de nuevo transformar las gradas del Auditorio en una inmensa pista de baile. Sin lugar a dudas, con esta presentación, la marea de estos sonidos podrían abrir ya nuevos espacios tanto en festivales como en espacios alternativos, que vendrían a refrescar la a veces anquilosada producción regional.

Y finalmente, Ana Díaz, Susana Harp, Ely Guerra, Horacio Franco, Reyna González y Concepción Hernández, se sumaron a directores como el querido César Delgado, para celebrar los 40 años del Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe (CECAM).

Una de las instituciones ejemplares en la formación de jóvenes —no sólo de músicos— y que es reconocida con la presencia de artistas consagrados.

 

Por eso, ya la última ocasión que bajaba por la escalinata, no solo me venían imágenes pasadas, familiares, nostálgicas, a la mente. Ahora, también pensaré en nuevas expresiones y experiencias, en estos días de Guelaguetza que, sin lugar a dudas, abren un nuevo capítulo en la forma de conceptualizar y ejecutar la fiesta.

Ana Vásquez Colmenares y su equipo, aportaron un peldaño afortunado a la tradición de la semana intermedia entre los Lunes del Cerro.

Guelaguetza-Por Gabino Cué Monteagudo

 

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