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“Parecía que el temblor no iba a parar nunca. Hubo un momento en que pensé que todo estaría moviéndose así, para siempre.

Me dijo una mujer mientras se alisaba la frente con la mano izquierda”.

7 de septiembre

 

(www.eloriente.net, a 11 de septiembre de 2017, por: Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- La estatura no le daba para alcanzar aún la cintura de su padre. Sin embargo, la niña sabía —pues los niños saben cosas que luego los adultos olvidamos— que el tamaño de las personas no se mide en centímetros sino en acciones. Por eso, abrazaba con cierta aprehensión una bolsa de víveres, para entregarla metros más adelante en una mesa de acopio.

Era ella y sus padres y más atrás unos adolescentes y luego mujeres mayores y padres de familia, que arribaban a El Llano para brindar su apoyo a los damnificados. Botellones de agua, ropa, atún. En esos objetos iba la solidaridad humana y la comprensión del dolor. Iba el deseo de aminorar un poco la soledad y la zozobra que miles de personas están pasando, principalmente en el sureste y la sierra mixe del estado, luego del terremoto del pasado 7 de septiembre.

Como en 1931, cuando las comunidades de Oaxaca ayudaron a la capital en momentos de desolación, así la ciudad de Oaxaca se ha volcado a apoyar en centros de acopio, cuentas bancarias, palabras, acciones para despertar el hombre o mujeres altruista que todos llevamos dentro, pero que había permanecido oculto, gracias quizá a la frivolidad y a la cotidiana agresividad de nuestros días.

Por cierto, traigo a colación 1931 —aquel 14 de enero, cuando ocurrió en Oaxaca un terremoto de 7.8 grados y que ocasionó gran destrucción: el 95% de las viviendas fueron afectadas—, por las palabras de Vala Hjorleifsdottir, investigadora islandesa del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que explica el origen del terremoto por la fractura interna de una placa tectónica, algo poco habitual, “y que suele ser más peligroso que el sismo provocado por el roce de dos placas”.

Pero lo más revelador: “Al parecer este temblor rompió dentro de la placa, lo que no ocurre muy seguido, pero precisamente en Oaxaca ocurrió otro temblor de las mismas características, también de unos 8 grados y a una profundidad similar en 1931. En términos geológicos 86 años que han pasado desde entonces no son nada… parece claro que en esa zona la placa está deformándose… el de 1931 y el de la pasada madrugada están muy relacionados”.*

Si en términos geológicos están relacionados, procuremos que también en términos humanitarios.

Y está sucediendo. De hecho, hay un rasgo de madurez que no podemos desdeñar: se está castigando moral y mediáticamente, a quienes de forma evidente y burda están tratando de aprovechar políticamente la tragedia. Coincido. No es momento de aumentar la popularidad, sino de disminuir los daños.

Ninguna política es más retribuida que la sinceridad.

Por eso, conmueve tanto la reacción solidaria de la gente. En el fondo, sabemos que nosotros mismos estuvimos cerca de padecer lo mismo aquella noche. Los muros sólidos convertidos en muros vulnerables. El ruido de las puertas y las escaleras tronando. El ruido también de los corazones, cuyo temor a los movimientos de la tierra le viene de la antigüedad, del origen de los tiempos.

Uno sabe (y agradece) que no fue esta vez, pero pudo ser.

En un día además, el 7 de septiembre, cuando al menos dos condiciones más lo hicieron especialmente memorable: al anochecer, decenas de vecinos y amigos compartían imágenes de inundaciones, ríos desbordándose, parientes levantando las piernas para avanzar entre el agua y tratar de salvar pertenencias, muebles, lo poco o mucho que uno va acumulando con los años. El patrimonio, le denominamos. Un patrimonio que el agua no respeta cuando cae persistente y abundante como el jueves.

Automovilistas tardaron varias horas en volver a casa aquella noche. Y al llegar, el terremoto.

Más temprano, en la ciudad de Oaxaca, con motivo de la inauguración del Centro Cultural y de Convenciones, diversos grupos opositores al oficialismo, emprendieron acciones de bloqueo y enfrentamiento. Si se avanza, aún hoy, por las calles de Camino Nacional y otras cercanas al Centro, se pueden encontrar vestigios del coraje y del fuego.

Transmisiones de periodistas y comunicadores nos hicieron testigos de la violencia. Un helicóptero incluso fue averiado por un proyectil y sus pilotos maniobraron para aterrizar de emergencia. Una tentativa de desplome que bien puede ser también interpretado como una tentativa de muchas más cosas: de homicidio, violencia vil y de una descomposición cuyos limites se han rebasado y es necesario restablecer, antes de que una tragedia humana de mayores consecuencias nos oscurezca la vida.

No es necesario esperar que el drama se profundice.

De hecho, el 7 de septiembre puede ser un día que nos haga mirar las profundidades de lo que estamos haciendo bien y mal, lo olvidado y lo que merece estar presente, comenzando por lo individual: al afecto por la familia y la amistad, bienes infinitos que pueden perderse en una noche.

Y luego también lo público. Reglamentos de construcción obsoletos, permisos de construcciones ilegales o irregulares, edificios de 5 pisos construidos en zona sísmica. Ríos cuyos cauces llevan basura y desechos, pero que ahora reivindican su uso original, de conductores de agua hacia los mares.

La renovación de nuestra conciencia social, pues la ayuda no debería circunscribirse a los días de la reconstrucción.

Proponía el sábado en twitter (@JPVmx), por ejemplo: “Hoy podemos ayudar doble. Dona en centros de acopio y compra esos productos en pequeños comercios y tiendas locales. Lo necesitan”.

 


Días como el 7 de septiembre van a suceder repetidamente en la historia humana, lo que cambia —y debe cambiar— es la manera en que estemos preparados para afrontarlos.

Es verdad que la historia del ser humano en el mundo, es la historia de la supervivencia.

Entendido así, emprendamos juntos la aventura de salvarnos la vida.



 

*http://www.sinembargo.mx/08-09-2017/3303364

BANDERA ISTMO

(Imagen: @)

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