La Historia que nos contamos

“Escuchamos que el ser humano y el mundo no tienen límites.

Pero nos pasamos la vida mirándonos el ombligo, limitándonos a nosotros.”

(www.eloriente.net, México, a 16 de octubre de 2017, por: Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- La situación es particularmente grave en el caso de los pueblos.

Yo conozco uno que no ha podido superar la pobreza de la generalidad de sus habitantes durante centurias. Sus construcciones se caen al segundo o tercer sismo; y no ha podido alcanzar los niveles educativos de la media de su país.

Sin embargo, se resiste a cambiar.

No quiere dedicarse a actividades distintas ni a elegir gobernantes de perfiles diferentes para transformar la vida pública; tampoco desea dejar de lado las técnicas de construcción de vivienda tradicionales, porque piensa que su riqueza radica en el proceso cultural que le ha tomado edificarlas y no en la seguridad ni en la protección que cualquier casa debe otorgar mínimamente a quien la habita. Más aún, en tierras sísmicas, donde está ubicado ese pueblo que conozco.

Tampoco se ha abocado con diligencia a formar a su gente. En tal caso, parece conformarse con simular una rutina: se envía a las niñas y niños a la escuela como es habitual, pero nadie espera que se vuelvan verdaderamente grandes ciudadanos ni que inventen las curas que la humanidad necesita. Solo se cumple ese mandato aprendido por generaciones, cuyo propósito es gastar el tiempo y hacer como que se atiende el compromiso de instruir a los infantes en las escuelas.

Así ha sido y así debe seguir siendo nuestra situación, parece que el grupo se repite en el espejo cada mañana.

De esta manera, se ha forjado en esa comunidad una inercia al interior que mantiene más o menos un equilibrio.

Se celebran las ‘tradiciones’, se continúan los ‘usos’, se cumple con un calendario de fiestas patronales y la comunidad efectúa los rituales que se ha dado con el paso de los años, incluyendo uno de los rituales más sofisticados y modernos: el escarnio hacia quienes participan de las actividades públicas, a quienes se les dedican horas enteras de conversaciones en cafés y numerosas críticas en las redes sociales. Si son anónimas, mejor.

Al interior, un todos contra todos.

Aquel pueblo, solo sabe mirarse a sí mismo. Y piensa que así está bien.

La tragedia radica en que, en el fondo, sabe que todo podría ser mejor, pero ignora cómo, porqué, para qué, cambiar. Han sido generaciones enteras mirándose el ombligo e incluso creyéndose el discurso localista del orgullo, como para venir ahora a querer remover los sedimentos.

Ese pueblo que encuentra en su grandeza la cura, también encuentra su veneno.

Lo mismo nos pasa como personas. De pronto, nuestros límites se van reduciendo a la historia de la vida que nos hemos escrito.

Si nos llamamos ‘Hugo’, llenamos a Hugo de ciertas características insalvables, un origen, una familia, una herencia y hasta un futuro casi determinado por las miradas de los otros que nos van definiendo desde muy pequeños.

Ese Hugo tiene talento para los trabajos manuales y termina dedicándose a la herrería. Y los herreros tienen una rutina fija para ejercer el oficio, se visten de una forma determinada, instalan y diseñan sus talleres de acuerdo a una pauta establecida.

El hombre termina por convertirse en el personaje de la historia que ha creado.

Sería impensable que nuestro Hugo imaginario se quisiera comportar de pronto como un jugador de futbol, se dejara el cabello largo como los ídolos argentinos de los setenta o se pusiera a viajar por el mundo dando conferencias de prensa y paseando en yates por el mediterráneo.

Sería impensable, sobre todo para él mismo. Porque sus límites están marcados. Son muros imaginarios, pero él no lo sabe. Son reales en su mente y también en la mente de quienes lo rodean, partícipes de la misma ilusión creada a lo largo de los años sobre quién es este herrero talentoso.

Lo sorprendente es que la historia de nosotros que nos contamos tiene lógica. La construcción de uno mismo tiene un principio, un desarrollo, unos conflictos, un tiempo, que nos parecen lo más natural del mundo. Estaríamos desequilibrados o aún locos si cuestionáramos algo de ese orden.

Sin embargo, en ese cuestionamiento está la evolución.

Solo atreviéndose a cuestionar esa lógica se pueden construir las otras historias extraordinarias.

La de una mujer que llega a la mediana edad de su vida y comprende que no es normal dejarse golpear por su marido y decide por fin dar el giro. Reinventarse.

La del hombre que estudió medicina porque su abuelo, su padre, varios tíos, eran unas eminencias en el ramo. Es más, las mujeres de la familia se forjaron como enfermeras y la más osada había resultado una terapeuta maravillosa. Era consecuencia natural seleccionar una ocupación relacionada, incluso odontólogo en el caso más extremo. Sin embargo, el hombre determinó que su relato vital era otro, quizá el personaje de un joven rebelde que enfrentó el sistema de decisiones de su familia.

Otra ficción finalmente: la del viejo que se da cuenta que pasó su vida siguiendo el guión y descubrió que le había tomado tantos años aprender que el guión no estaba escrito, que le estaba dada la pluma para inventarlo y reinventarlo cuantas veces fuera necesario, pero él no lo sabía. Así que terminó siendo el personaje del viejo que se arrepiente por haber dejado pasar la oportunidad de vivir sin limitaciones, sin argumento, sin acotaciones.

 

Por eso, una grave tragedia para un pueblo y para un ser humano, es seguir a pie juntillas la historia que nos contamos.

La vida no puede ser estar mirando solo hacia el interior de nuestro relato ni repetir el pasado.

La reinvención es válida y muchas veces necesaria.

La inteligencia y el albedrío son para escribir la mejor historia posible, no la repetición de la historia insalvable.

@JPVmx

BOCETO MODA portfoliomashanovikova.blogspot.mx 16oct17

Imagen: Boceto http://portfoliomashanovikova.blogspot.mx/

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