(Sergio Ramírez)
“Un muchacho desconocido y novato, que me dicen es de Masatepe, ha firmado este año por el San Fernando.
Su primera experiencia de abridor en la liga profesional, su primera oportunidad, y aquí está: lanzando un juego perfecto”:
Sergio Ramírez en Juego Perfecto
Es la Cultura
Los días con Sergio Ramírez
(www.eloriente.net, México, a 20 de noviembre de 2017, por: Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- Dice Sergio Ramírez que Juego Perfecto ha sido uno de los cuentos que le ha demandado mayor complejidad en su escritura. Se trata de un muchacho que en su primera oportunidad en el campo está lanzando un juego sin hit ni carrera. El reto —dice Ramírez en entrevista— fue dar seguimiento minucioso a las reglas del beisbol, a ese lenguaje particular que rodea el diamante y lograr que la información vertida en la historia guardara congruencia con el conocimiento que el lector pueda tener de situaciones como ésta.
No es el primer escritor en insistir en esta problemática de la congruencia en la literatura. En el caso de Juego Perfecto, por ejemplo, cuento hasta 10 terminajos de la jerga beisbolística —desde bull-pen hasta umpire— tan solo en el primer párrafo, lo que para un lector conocedor de esa disciplina le hace confiar en que la historia que lee puede tener algo o mucho de verdad.
Pero si bien no es el primero, sí es uno de los indiscutibles maestros en el tema.
(Marzo, 1998)
Tranquilo, nos fue repartiendo a los asistentes de aquel curso sobre creación literaria —en el Centro Nacional de las Artes— un block de copias de apuntes y notas que, nos dijo, serían publicadas en breve por una editorial mexicana.
Insisto en ese adjetivo (tranquilo) porque nos llamaba la atención la pulcritud anímica de Sergio, quien nunca se esforzó por agrandarse ni en vanidad ni en desplantes. Además, porque la generosidad de compartirnos un manuscrito no siempre es una determinación generalizada entre autores, y ni siquiera, entre suspirantes a autores.
Pero Sergio lo hizo. Nos reveló que titularía esa compilación ‘Mentiras Verdaderas’, y el corazón de esas páginas sería precisamente la imaginación y la verosimilitud.
Han pasado casi veinte años desde entonces.
Así que escucho esa entrevista donde el escritor nicaragüense habla sobre Juego Perfecto e insiste en aquella preocupación creativa, y pienso que se merece, por lo tanto, todo el crédito y la escucha más generosa. Además, como también enseña: “El escritor está obligado a tener oído de tísico”.
¿Hasta dónde nos llevarán nuestras obsesiones?
También es irremediable preguntárselo ante tal caso. ¿Qué nos lleva a bordar sobre un tema por años, quizá toda la vida? ¿Qué habita en el fondo de los pequeños hallazgos de cada día, animándonos a seguir preguntando, indagando, resolviendo siempre parcialmente, siempre a pedazos?
De alguna manera, uno aborda sus obsesiones como las relaciones humanas. Se integra una imagen de alguien a lo largo de determinado tiempo, hasta que un gesto, una actitud sorpresiva o una decisión en el momento más inesperado, derrumban de pronto esa imagen que creíamos tan cierta y definitiva.
Entonces de la pedacería resultante, volver a reconstruir con el mismo entusiasmo de un niño la idea de alguien. Hasta cuando otra vez termine por difuminarse con la primera ventisca —en el supuesto de las ideas frágiles— o por desaparecer entre la avalancha más estruendosa —en el caso de las ideas bien arraigadas.
Pero lo cierto es que huyen. Las obsesiones huyen.
Nada que se precie de ser una obsesión hecha y derecha, un objetivo de vida —como la llamarían algunos en otras disciplinas—, un ideal, un horizonte, el verso, el cuento maestro, el crimen sin castigo, Beethoven, Los Alpes, el cuerpo del ser amado, su hablarnos al oído o su entrecejo comprendiéndonos, el acomodo matemático de todos los elementos en un instante cuya profundidad justifica años de vida y creación, la juventud, la muerte sin dolor, la vida para siempre, el récord, la cura, la belleza en una píldora, todo el oro pero también toda la humildad, los hijos en casa, el respeto, nada puede alcanzarse, asirse y permanecer un segundo de más en nuestras manos.
Siempre es ir hacia delante.
El Premio Cervantes
Por eso el Premio Cervantes a Sergio Ramírez se recibe con alegría. El de Masatepe, sigue impartiendo talleres literarios gratuitos en su país natal —ahora en la fundación que lleva el nombre de su madre Luisa Mercado— y no ha perdido, al menos a lo lejos, aquella tranquilidad de los años noventa.
De hecho, su parsimonia también es congruencia.
Si algo debe agradecerse a Sergio, quien llegó a ser Vicepresidente de Nicaragua y hombre comprometido con la revolución sandinista, ha sido su insistencia en los principios personales ante la vida que se pregona. Nadie como él, ha instado y señalado a los líderes de izquierda quienes, por ejemplo, han extraviado la honestidad y preferido los lujos, en agravio a la medianía y el decoro exigibles por la igualdad perseguida.
No se puede ser de izquierda y renunciar a esos principios, insiste cuando le preguntan.
Pero su congruencia también tiene asiento en otra realidad. En aquellos días de 98, mucho más cercanos al término de su gestión como vicepresidente y a pesar de que sus ideas fueron defendidas con fuerza —como no podía ser de otra manera habiendo desembocado en una Revolución—, Sergio Ramírez daba la impresión de nunca sacrificar los argumentos y los principios, la templanza, ante los embates de la violencia política, incluso ante los embates de la decepción revolucionaria y la amargura.
A una pregunta de Ferrán Bono en 2015 sobre aquellos años, Ramírez respondió: “He ganado coherencias, pero no he cambiado mis principios. Creo en lo mismo que creía cuando tenía 17 años o cuando entré en la revolución a los 30. Mis ideales siguen siendo los mismos; que la sociedad debe cambiar, la justicia debe existir, que la ética no se debe apartar de la política, todo eso yo lo proclamo con la voz que tengo como escritor.”.
Todo eso que por cierto huye, como una obsesión, pero que vale la pena perseguir hasta el último día.
Como el beisbolista cuando sale al terreno con la idea viva de lanzar el juego perfecto.