Mercado de Noviembre. Licencia Creative Commons Imagen: Eduardo Robles Pacheco.

(Mercado 20 de noviembre)

“Si hubiese una parte rescatable de los sucesos violentos del viernes

en inmediaciones del mercado 20 de noviembre,

es que dejan claro a la comunidad lo que NO queremos”.

Lo que no queremos

Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

No queremos despertar con familiares o amigos pintados de negro, con el aerosol lastimándoles la dignidad.

Tampoco, yendo al trabajo con la mirada sobre el hombro, en espera del momento en que alguien —o algunos— nos interrumpa el camino por la causa del día. Puede ser cualquiera el grupo y cualquiera la causa. Los pases automáticos, la falta de medicamentos en las clínicas, la escasa ayuda para los damnificados de los terremotos.

Bien visto, causas absolutamente válidas. Asuntos hacia los cuales, es verdad, siempre es preferible la expresión al silencio.

Pero la expresión libre no puede ya traducirse en miedo e intimidación hacia el resto de los habitantes de la ciudad, torturándolos con la amenaza y mermándolos con la incertidumbre. No queremos salir por la mañana y sentirnos un poco menos libres, al tener que modificar la jornada a contentillo de grupos de poder.

No lo queremos, entre otras cosas, porque es un proceso lógico y experimentado en otros contextos y sociedades: de las discusiones, se pasa a los gritos. De los gritos a los forcejeos, a los golpes, y luego, a formas más sofisticadas y letales de violencia. El proceso de la descomposición es una escalada ascendente que mientras más se permite avanzar, es cada vez más difícil contener.

No queremos que el rencor se enquiste en las familias.

Porque si los agresores piensan que sus actos o humillaciones solo se pagan en los tribunales, están equivocados. El tiempo nos enseña que incluso el tiempo no puede borrar los actos contra la dignidad. Ninguna palabra pronunciada se desvanece en el aire. Una vez dicha, toma vida propia. Se impregna en la mente de alguien y produce efectos inesperados. A menudo, la historia de nuestros actos está movida por una palabra, ni qué decir por una ofensa.

Lo que estamos sembrando, lo cosecharemos.

De hecho, ya lo resentimos en esa generación que tenía entre 5 y los 10 años durante los acontecimientos del 2006, y que ahora raya los 15 o incluso votará para el 2018. Una generación que perdió cualquier noción de autoridad, consideración por los derechos de terceros y cuyo afán justiciero —incluso justificado dada la situación de pobreza y desigualdad que sufrimos—, es orientado más hacia la merma del sistema, a cualquier costo, y no hacia la construcción de una opción de vida verdadera para todos.

Es cierto que este sistema y esta democracia han resultado injustos para muchos. No podemos andar tranquilos por las calles y asegurando irresponsablemente que todo marcha bien, cuando ya llegamos en Oaxaca al 70 por ciento de población en pobreza. 7 de cada 10 están adoloridos cada día por el mal más infame: el hambre.



Por eso,

aquí los reclamos tienen mucho sufrimiento detrás.

Lo que no queremos es que los justos reclamos terminen por cerrar definitivamente cualquier salida.

Solo regenerando la compasión, la solidaridad, la conciencia, podrá cambiar algo entre nosotros.

También deben entenderlo quienes ocupan posiciones públicas: no queremos ganadores ni perdedores.

Esa noción nos ha traído hasta aquí. El abuso de poder y ninguna conciencia social nos ha traído hasta aquí.

Lo que no queremos es perpetuar la injusticia con venganza.

Debe combatirse nuestro peor enemigo: la ignorancia.

Es un lugar común decir que solo con la educación se construye la esperanza de un pueblo. Pero es menos común poner manos a la obra. ¿Alguien piensa, con seriedad, que con un sistema educativo en crisis podremos salir adelante algún día?

¿Algún profesor serio, un mentor auténtico —y creo con sinceridad que hay muchos grandes maestros en las aulas de las instituciones públicas— puede estar a favor de la venta de plazas o la degeneración de los métodos gremiales?

Somos una comunidad fuerte, pero debilitada por la ignorancia. Lo peor, es que esta circunstancia puede ser caldo de cultivo propicio para muchos sectores e individuos: ciertos medios de comunicación lo aprovechan sembrando aún más temor o engañando sin pudor a las audiencias, movilizándolas según el sentido de sus intereses; empresarios, han hallado la manera de acumular ganancias, a costa de la necesidad de sus empleados; grupos de poder que pelean por acceder o mantener sus posiciones de privilegio, con la consigna de mantener las cosas como están, aunque ello implique afectar la vida del resto y de sus descendientes.

Lo que no queremos es continuar cerrándonos las puertas entre nosotros mismos, como si fuéramos nuestros propios adversarios.

Pero no es tarde.

Necesitamos tomar distancia y mirar con claridad, para definir lo que sí queremos, con humildad, sinceridad e inteligencia. ¿Qué queremos?

 

Por lo pronto, queda enviar nuestra solidaridad con Melitón Lavariega y sus familiares, debido a los hechos del pasado viernes. Nada has perdido. Puedes permanecer tranquilo.


Mercado 20 de noviembre

Mercado de Noviembre. Licencia Creative Commons Imagen: Eduardo Robles Pacheco.
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