«Filemón Santiago, el pintor de San José Sosola, no había expuesto en Oaxaca desde 1994. Ahora vuelve al Museo de los Pintores de Oaxaca con 39 obras, aportadas por las principales galerías de la ciudad y por coleccionistas privados, en una muestra representativa de sus distintas épocas creativas.

Todo, animado por la Asociación de Amigos del MUPO.

(www.eloriente.net, México, a 1 de enero de 2017, por Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- Romper lo invisible. Cada vez que llega el momento de terminar con una etapa de nuestras vidas y comenzar con otra, es preciso romper lo invisible. Se trata de algo similar a un ropaje que traes encima sin percatarte. O mejor, como un muro infranqueable que te pesa el cuerpo: ideas, relaciones, matices, elucubraciones, oprimiéndote cada vez con mayor obstinación, hasta que llega el día en que resulta insoportable esa asfixia, ese encierro. Entonces, hay que romper.

Romper para ser libre.

De alguna manera, la trayectoria creativa de Filemón Santiago parece marcada por esta búsqueda incesante de la libertad. “Yo soy un migrante”, me dice.

Y yo se lo creo, porque haber salido apenas rebasados los doce años de su pueblo para probar suerte en el mundo, más que una circunstancia debe ser un destino, cuyo carácter cíclico e infalible se comprueba al paso de los años. Ir de un sitio tras de otro, como si fuera necesario ir, indagar, huir, pero no permanecer.

Oaxaca

A la ciudad de Oaxaca por ejemplo llegó a esa edad para vivir con su hermano y trabajar luego en un restaurante y una tienda de artesanías ubicados en la Calle de Alcalá, en pleno centro histórico de la capital. Los juguetes regionales, las máscaras, el arte popular, confabularon aquellos días para agrandar en su interior una cierta inclinación hacia lo abstracto, cuyo tibio asomo había sucedido apenas unos años antes, en un momento perfectamente identificable, según él mismo me ha contado con los ojos bien abiertos y una voz educada:

Absorto, escuchaba con atención a su maestro de escuela, quien compartía aquella mañana la historia de Tzauindanda, el mítico héroe mixteco, a quien los rayos del sol le quemaban el cuerpo como cuchillos, durante su tarea de conquista por los campos. El mismo personaje que momentos después se decide a derrotar al gran astro, levantando su arco y lanzando repetidas flechas hacia el infinito. Y lo hace. Al final de la leyenda, el sol herido “empezó a caer y el cielo se puso más y más rojo, hasta que por fin cayó tras los montañas”.

Mientras oía los detalles de la narración, Filemón dibujaba los pasajes del flechador del sol.

Este fue su primer boceto, su primer acercamiento a lo que después se convertiría en una trayectoria de décadas.

Ya después de un breve tiempo en Oaxaca, la Universidad Autónoma Benito Juárez le otorga una beca para que pudiera dedicarse a la pintura de tiempo completo, orientado por el maestro Gerardo Donís. De esa época ciertos trazos juveniles, que no por ello resultaron descartables. De hecho, en la residencia de Donís, por los rumbos de El Tule, durante una tertulia con amigos e invitados, Santiago vende su primer dibujo a un francés desconocido.

“Que vendas a tu edad (15 años aproximadamente) una obra, lejos de envanecerte, debe comprometerte. Es una enorme responsabilidad para ti lo que acaba de suceder y es mayor el rigor que debes tener con tu trabajo”, le habría dicho Donís.



Chicago

Pocos años más tarde, arrinconado en Oaxaca y deseoso de hallar otros aires, Filemón rompe y viaja a Chicago, en 1978. Allí, alargaría su estancia hasta 1992 y descubre a los grandes maestros de la pintura y, por supuesto, reconoce las tendencias artísticas más pujantes. Su práctica se transforma e incluye a partir de entonces motivos iconográficos diversos: aparecen máquinas, herramientas, personajes renovados. Su pintura se hace mucho más consciente y afina la técnica.

“Un día vi allí un cuadro de Jackson Pollock y encontré en esas líneas un orden insondable, un sentimiento específico. Entonces supe que debía cambiar otra vez, cambiarlo todo: lugar, gente, motivaciones. Vi otro muro y fui a derrumbarlo”.

Era tiempo entonces de dejar Chicago y volver a su origen.

Ignoro a qué obra de Pollock se refería, pero cual fuera, lo central es enfatizar el efecto desencadenante que una verdadera obra de arte puede provocar. De qué manera el arte puede tener consecuencias en la realidad, a través de la perturbación, la comprensión, las revelaciones que induce en la mente de sus contempladores.

Revelaciones que luego se transforman en acción. Por eso el arte sí cambia la vida.

También por eso nunca pasa ni pasará de moda.

Ahora, contrario a lo que aseguran ciertas corrientes en relación a su desgaste y descarte, está más vigente que nunca. Sorprende de hecho cómo ha ido ganando la batalla a la útil tecnología, pero de forma seductora, por medio de diseños sugerentes, y a veces, hasta sensuales.

Filemón Santiago: el regreso

En 1992, Filemón Santiago vuelve a Oaxaca —estancia interrumpida en 1994 por un viaje relativamente duradero a Europa—, para desarrollar otra forma de su arte, mucho más colorido y robusto, cerrando casi en su totalidad la iconografía que lo caracteriza y que desde entonces lo hace inconfundible.

“Parece que he encontrado aquí, mi lugar”, me dice con cierto entusiasmo, porque considera aquel regreso como una celebración. Aunque en el fondo, él sabe que personas con su destino —el de migrante—, tendrán otras misiones que recorrer.

Desde entonces, sus propias motivaciones se han transformado. Ahora, por ejemplo, ha incluido en su obra ciertos elementos religiosos, como su historia de la vida del Señor del Rayo en gran formato, registrando en su ánimo y filosofía el paso del tiempo.

La idea de trascendencia o un mayor respeto por las tradiciones y creencias de los pueblos, el jaguar, los elementos de antiguas civilizaciones, se incrustan en su obra madura.

Un cuadro en especial, describen ciertos críticos, reúne la iconología de Filemón: “Huyendo con el Milagro”, donde una mujer huye mientras carga a un cristo casi vivo y cenizo por la calleja de un pueblo. La expresión del cristo mirando a las alturas resulta magistral por su expresividad animada.

El solo título, sin embargo, delata al artista: romper lo invisible, huir con el milagro, son otra forma de nombrar el bien preciado, perseguido, ansiado, el fulgurante bien por el cual se gasta la vida y, a veces, hasta se pierde: la libertad.

La libertad.