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29 de junio de 2018
Por Vania Rizo
“La belleza de las cosas existe en el espíritu del que las contempla”
-David Hume
Hace un par de semanas, fueron varios temas los que atravesaron mi mente, pero pocos en mi sentir. Y considero que para escribir, se debe de realizar desde las entrañas, sino, se vuelve un ejercicio de destreza intelectual y nada más.
Entonces decidí hablar del común de muchas cosas, su belleza. Ese impulso hacia las buenas sensaciones y a la transformación de la realidad.
En mi caso, la belleza que encuentro en las cosas, ha sido el resultado de saber observar, de abrirme con atención. De permitirme sin juicio premeditado, acercarme a lo que me rodea.
Por ejemplo, en un día común con rutina funcional, puedo saborear la belleza de pensar en las obligaciones que me esperan. Darle la vuelta y convertir el enunciado a gratitud en lugar de queja. Agradecer motivos porque en algún momento pueden faltar.
También la puedo ver en la expresión del cuerpo y del arreglo. Desde que te desnudas y te metes a la regadera, sintiendo el agua en gravedad sobre tu geometría, hasta la indumentaria que mucho dice de ti.
Luego, por supuesto, está en el andar, en las calles, en la espera para cruzar del punto A al B, en los rostros de desconocidos, en la forma extraña de acomodar el cabello, en los sonidos del ambiente.
La belleza sigue validándose en las sonrisas, en los lazos, en el pronunciamiento de un te quiero, en el buen trato, en las caricias, en el recuerdo, en la mirada brillante, en las ganas de tener ganas.
Florece cuando te entregas al asombro y no traduces en competencia la belleza de otro semejante. Cuando la cultivas, trabajas y la conservas, es más sencillo reconocerla y admitir su derecho de ser.
Al igual que el amor, la belleza vive en la atmosfera de todo, sólo espera ser descubierta y encarnada. La belleza es consciencia, es despertar.