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13 de julio de 2018

Por Vania Rizo

 

Tal parece que en el tránsito de la vida, se va desvaneciendo la esperanza con la que todo ser nace. Conforme transcurren los días, los meses, los años, la fe se aleja de un gran número de cuerpos. Los corazones se van quebrando y son sostenidos únicamente por la inercia del deber ser.

La esperanza, como estado de ánimo optimista, está determinado a su disminución o alarde por el influjo de diversas causas. El contexto político-social, es un ejemplo de influencia en el estado anímico de las personas. Y en mi país, México, se ha visto claro.

El Estado mexicano, conformado por su territorio, gobierno y población. Se ha impregnado de color sangre, de invasión, injusticia y soberbia. Esto se ha traducido en una brecha social gigantesca y grotesca. En una desconfianza histórica y en una perdida de creencia comunitaria que tanto nos dice de nuestro dolor.

El individualismo crece, nos atamos de manos por la decepción, pensamos que todo está contaminado y decidido, subestimamos nuestro impacto. Pero seguimos, y lo hacemos a diario, trabajando, amando a nuestros seres queridos, esbozando ideas en la libreta, animándolas, y convirtiéndonos en héroes, transformando los recursos que tenemos al alcance.

Y ante tal magnitud de la vida, eventos como la Copa Mundial de Fútbol y las elecciones en el país mexicano, forman parte de una interesante tregua y llegan a relucir el estado del alma colectiva. Recordando que el valor de la vida importa y nos la merecemos.

El evento futbolístico tiene un gran empuje en las personas para reunirse y apoyar. Me impresiona su capacidad para vaciar calles, llenar restaurantes, bares, o simplemente lugares con una televisión. También me asombra cómo enciende emociones y logra ecos de celebración o de indignación.



No hay duda que el futbol consigue una sensación de nacionalismo. Al menos por un tiempo, muchas personas, comparten una plática o sentimiento similar. Y Una cultura (nuestra cultura) se ve compartida, mediante símbolos, que son distintivos a nivel internacional.

La Copa Mundial nos reúne, nos quita categorías, nos toca con esperanza cuando le va bien al equipo del país. Y por más adversos que podamos ser a este tipo de eventos populares, algo nos salva y motiva, porque en el fondo, nos sentimos parte de un todo y nos alegra nuestra alegría.

Ahora, respecto a las elecciones en México, donde se eligió a un nuevo presidente, y en algunos estados; gobernadores, presidentes municipales, diputados y senadores. El proceso y el resultado fue una experiencia intensa por todos los antecedentes y expectativas generadas.

Nuestra historia es compleja, ha tenido grandes triunfos por increíbles batallas que se han gestado a favor de un bien superior, el bienestar social. Actualmente hay una acumulación de terror injusto, desigualdad, corrupción exorbitante, decepción, desapariciones forzadas, muertes incomprensibles.

Un gran desánimo es evidente y lacerante. No nos habíamos dado cuenta qué grande era, hasta que nos quedó la opción, casi única, de salir a votar. Y con ese ejercicio democrático manifestamos nuestra postura, exigencia y castigo. Con la esperanza de una renovación justa.

Ante eso, la figura de un político llamado Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha sido la representación de la esperanza por diversas circunstancias y razones. Lo cual quedó claro en las elecciones, con una aprobación social histórica. Mucha gente ejerció su derecho al voto y hasta ahora, creo que muchos no saben la dimensión de su acción al expresarse mediante el sufragio.

El efecto AMLO, más allá de lo que represente en el lenguaje de la politología, es un fenómeno gigantesco que se dio gracias al deseo de cambio de la mayoría de la ciudadanía.
Motivados por algo más grande, trascendimos nuestra individualidad y logramos hacer saber que la necesidad de esperanza está en todos. Que la promesa de futuro digno siempre ha estado ahí. Y que nos alegra el bienestar común.