“Si andamos descalzas en mi pueblo, no es porque no haya para huaraches.
Es por respeto de pisar a la madre tierra.-
Participante del concurso Diosa Centéotl 2018”.
Gracias por el amanecer
(www.eloriente.net, México, a 24 de julio de 2018, por Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- Cuando una de las participantes, alzó la frente y miró hacia el horizonte para decir: “Gracias por el amanecer”, supe que Oaxaca estaba entrando a unos días diferentes, raros, luminosos. Los días de la Guelaguetza. Los que sirven para la gente de aquí para reafirmar su identidad, sus profundas raíces, su orgullo de pertenencia.
Por eso el certamen de la Diosa Centéotl, además de tener su referencia más antigua en los sacrificios de jovencitas de la época prehispánica, tiene una vinculación mucho más actual: cómo las mujeres de las comunidades y regiones de Oaxaca viven su cultura, valoran a su pueblo, aprenden el viejo arte de representar a los suyos con dignidad.
Ellas no vienen a improvisar. Son muchos meses de preparación, son grandes tramos de ir alimentando el anhelo de presentarse en la fecha grande, son expectativas vivas en decenas de habitantes, los que están detrás de cada mujer en el escenario.
Una representante de la mixteca, de pronto, le describe a la gente de El Pañuelito, que las líneas de su falda, formando repetidas “emes”, como crestas y valles, en realidad refieren a una condición que la tiene orgullosa de lo que es: Mixteca, Mujer y Mexicana.
Las provenientes del Istmo, principalmente las de El Espinal, Ixtaltepec o Matías Romero, apuntan la fortaleza de sus municipios, que han podido levantarse y estar de pie, a pesar de los sismos y sus consecuencias. De hecho, cuando lo mencionan, reciben otra vez la solidaridad de la gente de la ciudad de Oaxaca, que por cierto les apoyó con fruición durante las semanas aquellas de septiembre de 2017.
Basta recordar los centros de acopio, las mesas de víveres e incluso los viajes colectivos organizados para tender la mano a los y las damnificadas.
Algunas de ellas sobre el escenario del certamen, aquella mañana del viernes 20 de julio. Algunas de ellas, diciendo que sus pueblos estaban de pie, como siempre lo estarán, pues reciben su fuerza del mismo sol, que mientras brille y continúe saliendo cada mañana, levantará a sus pueblos de la tragedia.
Otra participante, dijo claramente: “Si andamos descalzas en mi pueblo, no es porque no haya para huaraches. Es por respeto de pisar a la madre tierra”.
Pude notar entonces el gesto de contrariedad pero de admiración a esa mujer. El primero, porque puso con inmensa nitidez enfrente de la mirada de la gente, su forma de entender el mundo, su relación con lo sagrado, que suelen ser muy distantes de otras formas y relaciones. Y el segundo, porque el respeto se admira.
Cuando alguien respeta a cabalidad, produce un efecto inmediato en quien lo nota. Se hace ejemplo, se construye un blindaje. El respeto transforma, hace a quien lo ejerce una figura de respeto.
Las 27 participantes de este año, vinieron a dar una lección de este valor.
Por ejemplo el respeto y significado que le otorgan a cada prenda, forma, accesorio, collar, puntada, flor, peinado, rebozo, que se ponen encima.
Es un festín de símbolos la presencia de cada una de ellas.
Las referencias abundan: una serie de puntadas azules en el pecho, que para los mortales sería un adorno o una simple combinación afortunada de colores, una de ellas dice que es el agua, abundante en su comunidad y que la porta en señal de agradecimiento eterno. Otra más, la mujer de la costa, dice que proviene de la antigua y primera capital de Oaxaca, donde su gente tuvo la visión de fundar un pueblo.
Quienes vinieron de la Sierra Norte nos enseñaron que la sencillez es elegante.
Una representante del Istmo, tomó un puño de granos y lo fue dejando caer al interior de una jícara: “A una mujer del Istmo le das granos de maíz, y los convierte en monedas de oro”.
Sería interminable, una larguísima sucesión de admiraciones, el describir la participación de cada una. Lo importante quizá es haber podido comprobar la vigencia de una tradición que le aporta su significado verdadero a la fiesta grande.
Porque en medio del barullo del turismo o la efervescencia económica, el sentido de este encuentro cultural y étnico por fortuna perdura, en el entusiasmo de las comunidades y el respeto mutuo a sus expresiones. Cuánto daríamos por hacer entender estos hechos a diversos actores. Cuánto hace falta conversarlos con ellos, para impedir que la fiesta se degrade a un espectáculo de dudoso sentido.
Las mujeres participantes de la Diosa Centéotl, sin embargo, nos hacen confiar en la perdurabilidad del significado de la Guelaguetza principalmente para la gente de Oaxaca. Podrán cambiar los formatos, añadirse programas alternos, venderse conciertos populares, pero el corazón de esta tradición, la garantía de su centro de valores, es la propia reserva humana que vive en las regiones y expresa su cultura con sinceridad y nobleza.
Esto último debió ser lo primero.
La sinceridad es relevante. En la Guelaguetza lo es doblemente.
Porque solo sintiendo a profundidad el contacto, la relación, la mirada, de las diversas delegaciones, se logra sentir una especie dicha solo producida por los Lunes del Cerro. Una dicha que es combinación de conciencia del tiempo y esperanza humana, de alegría compartida e identidad. Una dicha que nos hace dialogar otra vez con nuestros mayores y nos entusiasma transmitir a la niñez.
Apúntenme en dicha.