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Por: Fátima Chávez Miguel

El uso de la técnica nos fue acercando a formas de conocimiento que se transfieren de generación en generación; sea por tradición oral, el arte, la escritura o las invenciones. La imprenta y la locomotora contribuyeron en la extensión de los saberes a su distribución geográfica. La novedad la ha traído internet y la comunicación móvil, el uso de la tecnología inaugura la masificación de ideas y datos, complejizando las descripciones de nuestro mundo, cambiando los pareceres sobre certezas que nos parecían inamovibles. La ciencia nos da la ilusión de lo unívoco, sin embargo, hay valores y formas de acceso al conocimiento que no están enclavadas en la razón. La fe, la tradición, las costumbres que elevan la potencia humana están cargadas de saberes que fundan la cohesión social.

Desde el cuidado que daban los Australopitecos a los niños huérfanos se cuenta con antecedentes de relaciones formativas y métodos para transmitir conocimientos. Educar y educarse es parte de la vida de los seres humanos, somos herederos de saberes para el cultivo, la vivienda y para curar el cuerpo de la enfermedad. Una vez superado el instinto de supervivencia se cuestiona el porqué de las cosas del mundo y las preguntas han guiado las investigaciones más importantes en el desarrollo de la humanidad, nos ayudan a entender y dar orden a la confluencia de sucesos que trascienden nuestra calma.

La realidad humana está constituida por su historia. Todo sistema de pensamiento está profundamente enclavado en la circunstancia histórica de su tiempo, sin referir a esta circunstancia histórica no puede lograrse una comprensión última de su sentido. Reflexionar sobre nosotros mismos y nuestras circunstancias, nos lleva a un reconocimiento de nuestro obrar, de lo que nos caracteriza como miembros de una sociedad, pero también de aquello que nos separa en lo singular. Darnos cuenta de la emergencia sobre la que se fundan nuestras creencias, tradiciones, cultura, valores, leyes, etc. nos reconcilia con nosotros mismos, porque caemos en cuenta de la construcción de lo que vemos alrededor. Es necesario volver la vista atrás y recorrer los recovecos del pasado, con ello podremos comprender lo que actualmente nos ocurre, ver entonces las circunstancias sobre las que se ha ido forjando nuestra realidad y vislumbrar nuestras posibilidades de proyectarnos al futuro.

La búsqueda de los ideales que se persiguen en cada sociedad no puede desvincularse del conocimiento y de la educación. Las nuevas generaciones se enfrentan a los retos del siglo: el crecimiento de la población mundial, la administración de los recursos: agua, aire, tierra, la calidad de vida y la educación.

El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) menciona tres elementos que promueven la educación de los miembros más jóvenes, esta triada; cuidado, disciplina e instrucción (Kant, 2000, p.1) favorecen la vida en comunidad. Estos tres elementos permiten al género humano sacar poco a poco de sí mismo, por su propio esfuerzo, todas las disposiciones naturales de la humanidad. Una generación educa a la otra. Por lo tanto se debe potencializar lo mejor que la humanidad está en posibilidad de ser, evitando la barbarie (Kant, 2000, p. 3). La disciplina según el filósofo impide que el ser humano, llevado por sus impulsos animales, se aparte de su destino, de la humanidad.

La educación debe responder a un perfeccionamiento de las disposiciones naturales de los hombres. Sólo puede haber uniformidad entre ellos, cuando obren por los mismos principios, y estos principios lleguen a serles otra naturaleza (Kant, 2000, p. 10). Cada uno de los seres humanos que viven en nuestras sociedades merece potencializar lo mejor de sí mismo en el contexto en que se desenvuelve. Los movimientos intelectuales: Ilustración y Modernidad son el antecedente de las futuras transformaciones de instituciones, comunidades, estados, naciones que convergen en la búsqueda de un ideal social por medio de la educación de los miembros más jóvenes. Sin embargo, los planes de educación resultan homogeneizadores y carentes de verdaderos ambientes que potencialicen la autonomía y la construcción de nuevos saberes. La cuestión es, ¿cómo hacer de la educación un ejercicio colaborativo, respetuoso de la diversidad cultural y la libertad?

Si deseamos la posibilidad de cambios que mejoren las condiciones de vida de los seres vivos que se desarrollan en nuestro entorno -en los ambientes de aprendizaje en que estamos inmersos- es preciso poner atención a la infancia, al cuidado y educación de los más jóvenes. La infancia es una etapa pasiva, depende de los límites que se ponga al que es educado, para eliminar la animalidad transformándola en humanidad, hay que declinar los instintos naturales, para no hacerle vicioso. La disciplina puede considerarse una parte negativa de la educación; reprende y reprime el estado salvaje. En esta primera etapa, el control de los impulsos es prohibitivo y al mismo tiempo deposita nuevos aprendizajes, inculca hábitos para la convivencia, propiciando ambientes para la relación armoniosa de la comunidad en un sitio común de costumbres y tradiciones, rituales de sociabilidad que permiten vivir en cada contexto.

La educación en el hogar, bajo el cuidado que nos profieren los padres permite salvaguardar la vida ya que al nacer, somos indefensos y no sobreviviríamos solos, somos totalmente dependientes de quienes nos proveen alimento y cuidado, -las necesidades básicas para la supervivencia- aunque para las sociedades contemporáneas no basta con dar cobijo y comida, debe cultivarse lo mejor de sí mismos y mejorar las condiciones del contexto social para la vida digna.

La educación se enfrenta a drásticos cambios, los sistemas de enseñanza tradicionales resultan obsoletos a la demanda de una sociedad globalizada, modelada por factores económicos y la producción industrial.

Es fundamental hacer una crítica profunda del diseño educativo, para localizar, a qué objetivos responde, cómo son meditados dichos objetivos desde ciertas oficinas de la burocracia y por qué son consideradas ciertas “necesidades” en el diseño, necesidades que siempre responden a la industria, la economía, el poder político, la tradición de una sociedad etc., por encima de la construcción del individuo.

El “individuo” se mimetiza aquí y allá, olvidado en el orden de los conceptos, de las explicaciones. Vivimos drásticos y constantes cambios. Sin embargo, las creencias que tal vez en su origen fueron productos de cuidadosa y amplia observación han permanecido como estereotipos inamovibles, aceptados sin más. El fluir moldeable de nuestra sociedad vive la aparición de nuevas formas de comunicación, convivencia, acción y exclusión. Es ahí donde fallan las tradiciones más enaltecidas, los dogmas, las leyes, sólo al enfrentar las nuevas circunstancias son visibles los límites de los universales necesarios y determinismos. Vivimos la contingencia de abrumadores cambios, y no es la primera vez en la historia de la humanidad que un hecho altera la realidad y la hace compleja, sucedió con la escritura, con el uso de los números, con la imprenta, con los descubrimientos en las áreas de la ciencia, con los códigos morales más básicos.

La tarea es hacer evidente cómo las contingencias naturales, sociales, económicas, políticas, de cada contexto repercuten en la construcción autónoma de los agentes involucrados. Deben conjugarse por lo tanto intervenciones consecuentes a la resolución de problemáticas locales, cuidando los procesos mediante la acción y reflexión. Dado el carácter multicultural de las sociedades contemporáneas es necesaria la búsqueda de nuevos valores y normas de convivencia política, que garanticen la participación de todos los pueblos y ciudadanos en el proyecto educativo pues la educación actual parece estar enfocada a generar obreros, personas aptas para el trabajo, debidamente instruidas, capacitadas y destinadas a la industria, más por requerimiento, que por convicción propia. La demanda de personas capacitadas para el trabajo y especializadas en ciertas áreas del conocimiento, se educan en comunidades de aprendizaje que generan saberes parcelados, sin hacer uso de una inteligencia general para actuar en el mundo como personas y como investigadores.

Bibliografía:

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