El “misterio” de la ciencia radica en ser incomprensible para los no iniciados, la narración de las explicaciones científicas está cargada de teorías, métodos, nociones, leyes y conceptos que solo unos cuantos se apropian, comprenden y traducen. Quien está en posesión del conocimiento y ejerce un tipo de poder, se encuentra unos peldaños arriba de quién algo desconoce. ¿Qué hacer?, difundir la buena nueva de la ciencia, iluminar con el nuevo faro de la verdad cada uno de los rincones del planeta. No. Ese proyecto ya ha sido devastador. La homogenización marchó hacía la imposición, una, que arrasó con los saberes tradicionales, con prácticas acientíficas que no encajaban en los parámetros de la ciencia, la exclusión llevo a la sublimación de prácticas que no agotaban su valor en su nivel de sofisticación sino en el devenir de la cultura que los adoptaba, juzgando a partir de su eficacia en la resolución de problemas. Del mismo modo que hoy se juzga el valor de la tecnociencia en daños y beneficios que afectan el ambiente de seres vivos humanos y no humanos, debemos considerar que, si bien, ciencia y tecnología han sido parteaguas de cambios benéficos, no pueden dejarse de lado los riesgos y los daños.

Revisemos como caso, la medicina; los resultados de las investigaciones han mejorado la calidad de vida de sanos y enfermos, evitado la muerte por epidemias, eliminando prácticas de riesgo, lo que es muy valioso. Pero esa misma ciencia con otra especialización ha desarrollado investigaciones para producir todo lo contrario, la catástrofe “[…] la bomba atómica representa quizá el primer gran salto cualitativo hacia la posibilidad de que una sola acción humana tenga un efecto devastador de dimensiones nunca antes conocidas” (Olive 2007). Esta ambivalencia de la racionalidad debe revisarse al momento de pretender una homogenización del saber científico y tecnológico, deben considerarse riesgos y beneficios que propicien la conservación de la cultura según el contexto, que no arrase con la pluralidad en la pretensión de un plan unificador.

“En el mundo entero hay cada vez más grupos sociales, y pueblos que quedan excluidos de los beneficios de los nuevos sistemas tenicientíficos y, peor aún, quedan excluidos de la posibilidad misma de generar conocimiento” (Olive 2007). Entonces, hay que cambiar la mirada al conocimiento científico como algo que hace parte de la vida del hombre, no sólo del deseo e intereses de unos cuantos.



¿Cómo se fue adaptando la ciencia a la cotidianidad de grupos tan diversos?, la ciencia es invasiva o es universal. Rechazar otras formas de pensamiento por no encajar con los modelos de ciencia, hace que las respuestas de ésta caigan en cierto dogmatismo. Ya ha sucedido entre Ptolomeo y Copérnico, las ideas del primero encajaban con la cosmovisión de la época en que dio a conocer su investigación, sin embargo ésta apenas explicaba una parte de los conocimientos que ahora se tienen, un paradigma no desplaza al otro, ambos conviven y se validad en su exactitud, en lo que son capaces de decir de lo real y que al comprobarlo, no se altere el resultado, que es aplicable en todos los casos y siempre su respuesta será verdadera.

Ahora bien, ¿cómo es posible examinar algo que estamos usando continuamente?, ¿cómo analizar los términos en los que habitualmente expresamos nuestras más simples e ingenuas observaciones, y descubrir así, sus presupuestos? ¿Cómo descubrir el tipo de mundo que presuponemos cuando nos comportamos del modo que lo hacemos?

La respuesta es clara: no podemos descubrirlo desde dentro. Necesitamos de un criterio externo de crítica, necesitamos un conjunto de supuestos alternativos o en otro caso, ya que tales supuestos habrán de ser muy generales necesitamos construir por decirlo así, un mundo alternativo completo, necesitamos un mundo soñado para descubrir los rasgos del mundo real en el que creemos habitar (mundo que, de hecho, quizá no sea más que otro mundo soñado). Debemos inventar un nuevo sistema conceptual que mantenga en suspenso o choque los resultados experimentales más cuidadosamente establecidos, que confunda los principios teóricos más plausibles, y que introduzca percepciones que no formen parte del mundo perceptual existente.

Contemporáneamente vivimos en la era de la información, la radio, la televisión, el teléfono e internet han revolucionado la forma de comunicarnos, modificando incluso la forma en que percibimos el mundo, y que decir del conocimiento, ahora tenemos acceso a datos que en un tiempo fueron guardados como misterios inaccesibles, que hoy han perdido su valor. Sin embargo, nuestro conocimiento del mundo sigue siendo ínfimo, pues el exceso de información no es equivalente a estar en posesión del conocimiento.

La ciencia tiene el papel de regente, su trabajo es ofrecer leyes, teorías, investigaciones plausibles que permiten comparaciones, experimentos y resultados. La racionalidad científica va más allá de los sentidos, los supera al valerse de artefactos tecnológicos que permiten al hombre de ciencia (científico) ir del macrocosmos al microcosmos, ver la bóveda celeste y protozoarios. El mundo es lenguaje, interpretación y el acierto de abstracciones que concuerdan con la realidad. Si intentamos imaginar algo fuera de este mundo, nos será imposible no recurrir a aquello que conocemos, de lo que tenemos experiencia, para crear algo novedoso. Lo anterior no significa que nuestra capacidad de crear tienda a una sola visión de las cosas, lo maravilloso de la imaginación es que puede crear algo nuevo, mejorar lo conocido, ordenar, decodificar, destruir, construir, reestructurar nuestro mundo, y esa diversidad es lo que hace del ambiente algo complejo.

En suma, si queremos plantear un modelo que a nivel global y a niveles nacionales sea justo con sistemas que habitan en él, sean biológicos, políticos, económicos, culturales, que tengan legitimidad y estabilidad, y que permitan una resolución pacífica de los conflictos, así como el desarrollo cultural y económico de los diversos pueblos del mundo respetando su identidad y su autonomía, tenemos que abordar como un punto central de la discusión los mecanismos de participación efectiva en la sociedad del conocimiento. Más allá de las expresiones retóricas, esto implica la posibilidad de participar de los beneficios de sistemas tecnocientíficos ya existentes, pero más importante todavía, la posibilidad de desarrollar otros sistemas de producción de conocimiento especialmente adecuados para la problemática específica de diferentes pueblos, según su visión, cultura y las condiciones del medio en el que se encuentren. Dewey describió uno de los conceptos más importantes en nuestros días, la interdisciplina, le llamo “convergencia de disciplinas, y consiste en traer varias disciplinas juntas en un ataque común a problemas sociales de orden práctico. [1]

Para esto es necesario participar en la toma de decisiones en materia de políticas educativas, científicas y tecnológicas, económicas, de salud pública y de relaciones interculturales, las cuales no pueden o no conviene ya desarrollarse de manera independiente y autónoma debemos abandonar el cartesianismo solipsista y apostar por la comunidad, por el conocimiento colaborativo. Es imprescindible incluir a los pueblos indígenas como agentes involucrados en esas discusiones. La línea de la participación democrática en el diseño y evaluación de políticas educativas, de ciencia y tecnología, de salud, de relaciones culturales y de relación con el ambiente y de desarrollo sostenible. En muchos de los países de América Latina tales políticas se han diseñado centralizadamente en ciertas oficinas, con una notable falta de participación, ya no digamos ciudadana, sino incluso de la comunidad científica. Pero ni siquiera la participación de la comunidad científica es suficiente, lo que se requiere es una apertura a la participación efectiva de diferentes sectores sociales.

Una sociedad es justa si y sólo si cuenta con las condiciones que aseguren la satisfacción de las necesidades básicas de todos sus miembros, de acuerdo con la determinación de esas necesidades que hagan ellos mismos. ¿Hay formas de desarrollar la ciencia y la tecnología de acuerdo con las características culturales de cada pueblo? Sobre el desarrollo de sistemas de producción de conocimiento científico y tecnológico y de resolución de problemas específicos, debe disiparse la idea de que se trata de asuntos sólo de expertos. Al respecto es imprescindible desarrollar políticas de educación y de comunicación pública de la ciencia y la tecnología, que incluyan a todos los sectores: los gubernamentales, los empresariales, a las propias comunidades científicas y tecnológicas, así como a los pueblos indígenas, para que se entienda que el desarrollo de los sistemas tecnológicos y tecnocientíficos es un asunto de todos, aunque hay maneras diversas de apropiarse de ellos, de producirlos y de aprovecharlos.

[1] Confróntese: Olivé, L.(2011) Interdisciplina y trasnsdisciplina desde la filosofía. Revisado en http://philpapers.org/rec/OLIIYT

 

Fátima Chávez Miguel

Gestora-investigadora de proyectos educativos y metodologías de enseñanza de la ciencia y la filosofía. Obtuvo la licenciatura en filosofía, línea terminal en docencia (2013) y la maestría en filosofía por la Universidad Autónoma de Querétaro (2017).

Ha colaborado en el Área de Ciencia y Tecnología para Niños (CTN) del Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Querétaro (CONCYTEQ), México (2013-2018). Realiza actividades de divulgación de la ciencia a través del proyecto Filosofía y ciencia para niños.

Es miembro activo de la Red para la Divulgación de la Ciencia en Querétaro, A.C., (REDICIQ). Colabora en el Laboratorio de Metodologías Participativas de Investigación y en el proyecto de Desarrollo comunitario en San Rafael, El Marqués, Querétaro.

Contribuye al fortalecimiento de la enseñanza-aprendizaje de la ciencia y la filosofía participando en talleres, cursos y congresos, recientemente ha publicado un capítulo en el libro Obstáculos epistemológicos en la enseñanza y el aprendizaje de la filosofía y de la ciencia publicado por la UNAM.