Por N22/Huemanzin Rodríguez

Heredera de la tradición del sotavento, la bailadora y coreógrafa Rubí Oseguera ha creado un espectáculo escénico cuyo punto de partida es el son, para encontrar un lenguaje propio y así generar su propia identidad artística. Platicamos con ella durante un descanso del taller que imparte de zapateado.

«Quebranto es el resultado de más de 20 años de trabajo que he estado realizando. Yo soy bailadora del son jarocho tradicional y me formé dentro de la tradición con mi familia, que tiene orígenes en el campo en Coatzacoalcos, Veracruz. Participé durante muchos años con diferentes grupos de proyección escénica y de son jarocho. Desde hace algún tiempo buena parte de mi actividad se ha alejado un poco de la herencia para desarrollar una propuesta propia basada en el son jarocho, pero dándole a la danza y el zapateado un protagonismo. Tomo como elemento inspirador los sones de madrugada que se tocan al final del fandango, son sones en tono menor, son melancólicos. Yo tomo esa parte del fandango y la llevo al escenario en una interpretación propia. Es una obra que cuenta la historia de una mujer a través de la danza, donde hay dolor, hay ausencia y también hay reflexión; porque la fiesta tradicional del son jarocho no solamente es la algarabía y lo festivo, también dentro de la tradición tenemos estos espacios que abren el alma y que son de reflexión. Esto es lo que yo llevo a escena con el proyecto de Quebranto

Cuando hablamos de la tradición, nos referimos a actos vivos, que están modificándose de manera constante por quienes los viven. Por otro lado, el baile es un hecho estético, que puede ser analizado e interpretado desde el arte. Entonces, cuentas con los recursos artísticos y estéticos para interpretar un hecho social. ¿Cómo te define con persona y bailarina?

Todo parte de la tradición, el son jarocho el fandango son un hecho social y de ahí parto para crear Quebranto. Tomo al zapateado y el fandango porque me formado en ello desde muy niña. Me he involucrado en otras disciplinas y creo que en este momento están sucediendo cosas muy interesantes relativas a la danza tradicional y el zapateado. Hay todo un discurso tanto en lo musical, en la percusión y en su parte teatral. No estamos inventando el hilo negro, a partir de la tradición retomamos elementos con los que nos fortalecemos.

¿Por qué llamas a tu espectáculo Quebranto?

Por mucho tiempo tuve mi residencia en la Ciudad de México y por cuestiones personales regresé al sur de Veracruz para vivir allá. Y en el proceso de transición hubo cosas muy fuertes, cuando yo llegué ahí había algo dentro de mí. “Tienes un quebranto en tu alma y en tu cuerpo”, me lo decía mi familia y yo no lo entendía. Todos pasamos por ese momento de quebranto del alma por situaciones personales, por tu cuenta bancaria, por cosas emocionales y familiares, creo que todos pasamos por eso. Y en el fandango hay un momento en donde te quiebras, en dónde eres tú, en donde sale tu alma. Eso es lo que yo quiero mostrar. Esta puesta en escena es también algo autobiográfico.

¿Ese quebranto es por donde escurre algo de ti o es por donde entra algo ajeno a ti?

Yo creo que son las dos cosas, el quebranto es un momento del alma auténtico que, a veces por la dinámica de la vida de la sociedad, no tenemos esa capacidad de enfrentarlo. Tenemos que nombrar las cosas para poder sanar. Esto es lo que ha pasado conmigo, es parte de un proceso, la danza es lo que cura y es lo que salva. El arte en general es lo que siempre me ha salvado, por eso es muy importante danzar. Si te sientes mal, vete al fandango y te curas, saca todo lo que tienes.

Entonces estamos hablando de una coreografía, pero también estamos hablando de un proceso. Cuando comenzabas esta sesión te escuché decirle a tus alumnas que, lo primero que hay que entender, es sentir el ritmo antes de bailar. Dices que es algo que se mueve adentro, ¿nace en las entrañas y de ahí se va a las manos y los pies, a veces a la cabeza?

Es orgánico, así aprendemos, eso es lo que somos, es tu ritmo interior. Tienes que bailar lo que eres, no puedes bailar lo que no eres, eso es también lo que yo trato de compartir en mis clases para formar bailadores únicos, no se trata de la excelencia en el baile, sino en la autenticidad y sinceridad del intérprete para lograr el arte, donde la sinceridad tiene que venir del alma, sino no se llega a ningún lado.

El zapateado no es solamente llevar un ritmo, es hacer música con los pies, ése es el principio de los bailadores tradicionales hacer, música con los pies, es la percusión, el latido que siempre está. De hecho, cuando los bailadores tradicionales iniciamos en el baile, no entendemos muy bien en dónde está el acento. Dicen las abuelas que el golpe esta donde en el latido de tu corazón, donde están tus sentidos, deben de ir al unísono para poder crear música, no es el bailador que está aislado, ¡no! No se trata de que los músicos toquen para que los bailadores bailen, son los músicos y los bailadores en una fiesta colectiva dentro de un espacio común llamado fandango. Desde tu individualidad puedes crear la colectividad, por eso la fiesta tiene gran aceptación.

Si el ritmo viene del corazón, ¿qué pasa con la síncopa? En la última parte de este taller, vi que esa era la parte difícil. ¿Cómo lo haces para transmitir esta idea?

La base es escuchar la música, tienes que dar una explicación, pero principalmente lo sientes. El corazón no siempre late igual, de pronto se mueve. A veces tienes que explicarlo y otras veces simplemente sale con la música, uno tiene que estar en comunión para que pueda surgir. Después de eso es posible lograr cosas más elaboradas en el zapateado, ya con razón y con conciencia se logran cosas muy interesantes. Sin embargo, los bailadores tradicionales, de donde nosotros abrevamos, tienen un poli ritmo, ¡una síncopa impresionante! No son conscientes de lo que hacen, uno lo va aprendiendo por oído, nosotros que ya sistematizamos nuestra enseñanza lo tenemos que explicar, peros los bailadores tradicionales bailan así.

Yo le denomino somo la esquizofrenia del baile, porque cada quién escucha y baila cosas diferentes dependiendo la zona, y eso es la magia.

El son cambia, no se baila igual en Tlacotalpan que en playa San Vicente o Coatzacoalcos. Ni como se baila en los lugares desde donde se recuperó el son. Hace 40 años la tradición del sotavento estaba a punto de desaparecer, fue recuperada en la gente que estudiaba en Xalapa, por grupos asentados en la alcaldía Iztacalco en la Ciudad de México, en Tijuana por aquellos que querían recuperar su identidad en la frontera.  No quiero decir que en Veracruz dejó de existir el fandango, pero sí las nuevas generaciones aprendieron su tradición afuera de sus pueblos. ¿Cómo le haces tú para abrazar tu tradición, reconocer su diversidad y al mismo tiempo generar tu propia identidad dancística?

Ha sido un proceso muy largo más de 40 años, en este proceso de recuperación de la música tradicional del Sotavento veracruzano hemos participado muchísimas personas, no solamente ha sido un trabajo de músicos o de intérpretes, también de instituciones y de promotores culturales. Nuestra tradición ha estado a punto de desaparecer y ha tenido este resurgimiento. Con este resurgimiento tenemos muchas cosas, la mayoría positivas, yo prefiero a sumar que restar. Entre lo positivo está que hemos profesionalizado nuestra labor.

Vengo de una familia con una tradición muy fuerte, por ejemplo, mi hermano es laudero, mi abuela era bailadora, en mi familia paterna tuvieron por gusto la tradición, no se dedicaban a eso, simplemente era algo que formaba parte del festejo familiar. Y mis hermanos y yo simplemente lo hacíamos. Pero dentro del proceso, nos hemos ido especializando y profesionalizando. Esto es positivo y es lo que ha permitido que el son jarocho trascienda y se escuche en lugares más allá de su ámbito original y rural. Lo que nos mantiene cerca es la fiesta, estamos con un pie en el fandango y otro pie en el escenario y para que una cosa suceda tiene que suceder lo otro. Eso lo tenemos muy claro quienes nos dedicamos a esto a nivel profesional, vayamos a donde vayamos, si tenemos la fortuna de salir y de promover y proyectar el trabajo musical y escénico, debemos de regresar al fandango porque es algo vital para nosotros.

Es en el fandango donde recuperamos la fuerza. Desafortunadamente eso está cada vez está más extinto por cuestiones naturales, no soy catastrofista, las generaciones se mueren y llegan otras nuevas y la tradición se va renovando. Sí es difícil, ha sido un camino muy largo, un camino difícil y todavía no estamos en donde queremos estar. Si bien el son jarocho ya tiene varios caminos y vertientes, todavía nos faltan muchas cosas que hacer, sobre todo a nivel de formación para que podamos certificarnos primero a nosotros mismos, y luego certificar a las personas que quieren profesionalizarse. En la transmisión de la herencia todavía estamos en proceso, llevamos muchos años trabajando en sistematizar nuestros saberes, lo estamos haciendo los grupos de proyección escénica.

¿Qué es lo que te hace bailar?

Muchas cosas, principalmente es el compromiso que tengo con la tradición que me ha dado mi familia. Es también la necesidad personal de crear y de que no solamente se quede en el ámbito folklórico, en un cuadro folklórico superficial, sino que vaya más allá porque esta es una tradición muy profunda no es solamente la festividad, tiene que ver con un modo de vida, de pensar y de ver el mundo que no solamente se limita a cuatro pasos.

Y en este momento de mi vida, algo que me mueve muchísimo, es mi hijo un niño de dos años. Él me hace preguntarme que es lo que le voy a dejar a esta persona, es algo que me mueve muchísimo en la actualidad

¿Se puede vivir de la tradición?

Yo vivo de esto no me da vergüenza decirlo, porque hay muchas personas que estigmatizan y diciendo que la tradición se tiene que compartir, sí es cierto que se comparte, pero también nos hemos profesionalizado. Hemos invertido en esto y tenemos que entender que debemos de tener más tradicionales para poder trascender y llegar a otros niveles sin perder nuestro origen. Eso lo tenemos muy claro, no tenemos problemas entre lo folklórico, lo tradicional o lo contemporáneo, vamos de un lado a otro. Es el caso de la puesta en escena Quebranto, yo no tengo ningún temor por presentarme sola en un escenario porque sé de dónde vengo y a dónde voy, y qué es lo que quiero lograr con mi interpretación más allá de los purismos, que hay muchísimos.

Fotografía de Germán Romero. Cultura UNAM.