DURANTE LOS AÑOS POSTERIORES a la lucha revolucionaria, la identidad mexicana se replanteó a partir de varias perspectivas. México era un país analfabeta, saliendo de una guerra que había dejado inestabilidad política, económica y social. Las ceremonias cívicas y los espectáculos públicos fueron lugares importantes desde donde se proyectaron mensajes de unidad nacional a través de ciertos símbolos identitarios que se tomaron de diversas regiones culturales del país.
Los bailes folklóricos fueron fundamentales en esta etapa de la historia mexicana. Desde los años veinte se incrementó su inclusión en las ceremonias cívicas oficiales; eran parte de las actividades que se consideraban “adecuadas” para “aprovechar” el tiempo libre. Aunque se incluía en las ceremonias oficiales y en algunas actividades escolares, la danza colectiva no estaba sistematizada, ni formaba parte de alguna institución. Los danzantes indígenas y los grupos folklóricos funcionaban de manera independiente.
En 1931 el bailarín y coreógrafo ruso Hypolit Zybin echó a andar un proyecto para profesionalizar la formación corporal a través de la danza llamado Escuela de Plástica y Dinámica. Dicho proyecto sólo duró unos cuantos meses. Con todo, las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP) seguían interesadas en crear una escuela dedicada al arte de Terpsícore.
La Escuela de Danza abrió sus puertas en 1932 en un pequeño salón del edificio sede de la SEP en la calle de República de Argentina. Tras algunos debates estéticos se llegó a la resolución de que esta institución tendría tres objetivos principales: investigar las danzas vernáculas de las variadas regiones del país, formar bailarines profesionales capaces de interpretarlas y enseñarlas y finalmente crear un cuerpo de baile profesional.
Al principio la nueva institución caminó con pocos alumnos y muchas precariedades. Sus primeros directores fueron el pintor guatemalteco Carlos Mérida y posteriormente el músico Francisco Domínguez, pero sin duda quienes dieron forma y dirección a la primera escuela de danza fueron las hermanas Campobello. Nellie y Gloria eran medias hermanas, la primera diecisiete años mayor que la segunda. Gloria había estudiado danza con Miss Caroll de niña, Nellie a partir de los veintitantos años. Ambas habían bailado juntas en las ceremonias de la SEP y daban clases en la Casa del Estudiante Indígena.
La determinación de Nellie, sus numerosos contactos artísticos e intelectuales y su conocimiento de la danza, le consiguieron la dirección de la escuela en 1937. La dirección a su cargo marcó un antes y un después en el campo de la danza escénica porque se hizo valer ante otros gremios. Permitió así que los bailarines profesionales fueran reconocidos para tomar las decisiones que competían a sus campos de acción.
Fue la primera en nacionalizar la formación de su gremio y la escuela tomó fuerza y se consolidó como punta de la danza en la profesionalización de este arte. Un año después, en 1938, el presidente Lázaro Cárdenas del Río le otorgó el título de Escuela Nacional de Danza. Este carácter de institución nacional la facultó oficialmente para formar bailarines profesionales y maestros de danza y la legitimó para organizar todo tipo de debates con respecto a este arte. También le daba estatus frente a las escuelas o estudios de danza privados.
Nellie Campobello usó la diplomacia a su favor. Supo subordinarse a las autoridades de la SEP y marcar límites claros a otros gremios que quisieron involucrarse en asuntos relacionados con la danza. Es así como Rodolfo Usigli, Celestino Gorostiza, Fernando Wagner, Fernando Soler y el propio Carlos Mérida tuvieron que mantenerse al margen de las decisiones en torno a la danza. Así se fue construyendo un gremio independiente. Tanto Nellie como Gloria se autonombraron “expertas en danza” y esto les permitió establecer con claridad su campo de acción.
Pese a las numerosas enemistades que generó su fuerte carácter y sus decisiones autoritarias, Nellie Campobello abrió brecha para futuros proyectos dancísticos. Con todo, no siempre fue apoyada por su gremio. Los pleitos internos con las madres de familia generaron coyunturas fundamentales en la historia de la danza. El alejamiento y las querellas con alumnas expulsadas o egresadas, como Guillermina Bravo, Josefina Lavalle o la propia Ana Mérida (hija de Carlos Mérida), marcaron una línea estética contrapuesta al estilo clásico y a la vez mexicanista de la Escuela Nacional de Danza.
Las envidias en el mundo de la danza, como en cualquier ámbito humano, pueden determinar un devenir histórico. En ese momento el campo de acción de la danza les pertenecía al fin a las bailarinas profesionales, pero ahora se disputaba entre ellas el control por el canon estético e ideológico adecuado y legítimo. Lo que en principio comenzó como un pleito menor entre las madres de familia y Nellie Campobello derivó en circunstancias que terminaron por impulsar un nuevo género dancístico y, con él, el movimiento más importante en este arte hasta la fecha: la danza moderna mexicana.
La enemistad con el grupo de alumnas y la falta de un proyecto escénico en donde se desarrollaran de manera profesional los egresados de la Escuela Nacional de Danza, favoreció a las nuevas propuestas de las norteamericanas Waldeen y Ana Sokolow, al igual que a las autoridades culturales. Estas situaciones produjeron la formación de la Academia de la Danza Mexicana en 1947, como propuesta alterna de educación dancística profesional. Otro factor que favoreció el despunte del Ballet Waldeen, el Ballet de Bellas Artes y el grupo La Paloma Azul, fue el fin del periodo cardenista.
En los años treinta el Ballet representativo de la Escuela Nacional de Danza favoreció los apoyos políticos y presupuestales a esta institución, pero se vio superado por el número de presentaciones en las que estuvo involucrado. Estableció giras por todo el país, situación que dejó abierto un espacio de oportunidad dentro de su sede en el Palacio de Bellas Artes. El gran escenario fue aprovechado por Waldeen y Anna Sokolow. Los bailarines egresados encontraron en estas nuevas compañías, laboratorios de creación y experimentación para desarrollar sus nuevos quehaceres profesionales.
En principio la Escuela Nacional de Danza se centró en la búsqueda del estilo mexicano a través de su folklor. En 1940 las hermanas Campobello publicaron un manual para maestros de danza llamado Ritmos indígenas; en ese momento no eran las únicas dedicadas a la investigación de la danza, tarea que desarrollaron misioneros culturales como Marcelo Torreblanca, Luis Felipe Obregón, Francisco Domínguez, Gerónimo Baqueiro Foster y Vicente T. Mendoza, la mayoría de ellos enfocados a recopilar la música y como parte complementaria los bailes de diversas regiones del país.
El libro de las Campobello, Ritmos indígenas, fue escrito con el propósito de hacer accesible la información de las descripciones de las Misiones Culturales. Pugnaba por difundir algunas danzas del país, ofrecía reflexiones generales en torno a esta disciplina. Las Campobello querían que su texto fuera un libro de orientación para que los maestros de las diversas escuelas del país tuvieran un punto de partida a la hora de montar algún baile en los festivales escolares. Al autonombrarse como “las expertas en la materia”, adquirieron cierto poder de autoridad sobre la estética de sus danzas.
En los años posteriores la Escuela Nacional de Danza tuvo proyectos alternativos, como el Ballet de la Ciudad de México, un cuerpo de baile clásico formado con bailarines egresados. Esta compañía duró ocho años (de 1943 a 1951). Su enfoque fue la técnica del ballet, poseía un repertorio clásico, con obras originales basadas en la historia mexicana. Fue un logro artístico e intelectual muy importante, con la participación de grandes figuras como José Clemente Orozco, Diego Rivera, Roberto Montenegro y Julio Castellanos, en las escenografías, Martín Luis Guzmán y Nellie Campobello, en los argumentos, y Manuel M. Ponce, Eduardo Hernández Moncada y Francisco Domínguez, en los arreglos y las composiciones musicales.
La apertura del Ballet de la Ciudad de México en 1943, y su enfoque en el género del ballet con temáticas nacionales, le dieron menor popularidad entre los alumnos egresados de la Escuela Nacional de Danza, quienes preferían incursionar en las propuestas de Waldeen y Sokolow. La inclusión de Gloria Campobello como primera bailarina de dicha compañía mermó las oportunidades de las nuevas generaciones y contribuyó a que los bailarines buscaran otros horizontes. El Ballet de la Ciudad de México fue un proyecto muy rico porque se involucraron artistas e intelectuales renombrados que participaron en un laboratorio de creación y retroalimentación entre diferentes disciplinas. Sin embargo, las cuestiones en contra pesaron más que su calidad artística y al final hicieron que quedara a la deriva.
Nellie robó los reflectores. Dirigió la Escuela Nacional de Danza por 45 años, hasta su trágica desaparición en 1982. Su figura ha sido ampliamente estudiada y reconocida tanto en el campo literario como en el dancístico.[1] La vida de Gloria aún debe ser investigada. Siempre fue la mano derecha de su hermana y la apoyó en todas sus decisiones. En uno de los primeros reportajes que se hicieron para la Escuela Nacional de Danza, se refieren a ella en acción:
Gloria Campobello me apareció como una profesora nerviosa, impresionable, colérica, pero entregada a su trabajo con toda la pasión de la que es capaz… la observé, así imponiendo su voluntad a las cerca de las cuarenta discípulas inquietas y versátiles, Gloria Campobello adquiría su perfil más lírico, se abondaba. [2]
Debemos recordar que en los inicios de la Escuela de Danza, Gloria tenía 15 años. Quizás su inexperiencia en estos quehaceres se reflejó en las opiniones del reportero que escribió la nota. Por cierto, el 21 de octubre del presente 2017, se cumplen 100 años del natalicio de Gloria Campobello, una de las bailarinas más emblemáticas de la historia mexicana, a la que aún no se le ha dado el reconocimiento que merece, excepto por el libro escrito por Felipe Segura.
Revisar las biografías de sus alumnas más renombradas y las instituciones que fundaron, nos da una idea de la importancia y trascendencia de la Escuela Nacional de Danza. Por mencionar algunos ejemplos: Guillermina Bravo es la coreógrafa más importante en la historia de la danza mexicana, Amalia Hernández formó la compañía de folklor más reconocida a nivel nacional e internacional, Josefina Lavalle incursionó profesionalmente en la investigación de las danzas vernáculas y, como parte de ello, logró reunir una serie de videos, ahora perdidos. Ana Mérida fundó, junto con Guillermina Bravo, la Academia de la Danza Mexicana en 1947, organismo alterno a la Escuela Nacional de Danza. En el presente año, la Academia de la Danza Mexicana cumple 70 años. Gloria Mester, Guillermo Keys, Roberto Ximénez y Manolo Vargas se consagraron en sus carreras como bailarines de talla internacional. Muchos de ellos también incursionaron exitosamente en la docencia: Estela Trueba, Gloria Albet, Socorro Bastida, Bertha Hidalgo, Martha Bracho y Valentina Castro (que aún es maestra de dicha escuela). Todos estos egresados se convirtieron en el pilar de generaciones nuevas que han dado frutos a proyectos culturales muy importantes en la danza.
La Escuela fundada en 1932 por aquellas hermanas bailarinas, que echaron a andar a todo un gremio, aún funciona. Ahora lleva el nombre de Escuela Nacional de Danza Nellie y Gloria Campobello. Ofrece la licenciatura en Educación Dancística con orientación en las danzas folklórica, española y contemporánea. Este año cumple 85 años de una labor ininterrumpida en la formación de bailarines y profesores de danza. I